PARTE II. CAPÍTULO XXIV. México de mis recuerdos

11 2 1
                                    

   En Agosto del 2003 regresé a México, lo apresurado del viaje me dificultó conseguir un vuelo directo con una tarifa adecuada a mi presupuesto, pero afortunadamente encontré una promoción a Cancún que por una módica cuota adicional ofrecía una extensión a la Ciudad de México.

Al aterrizar en el paradisíaco Caribe mexicano lamenté haber planeado el viaje con conexión inmediata y me prometí regresar para disfrutar una larga estancia.

Tras pasar migración y aduana documenté mi equipaje en mi siguiente vuelo, me tomé un café en el restaurante que está entre las salas de espera interiores y treinta minutos antes de la hora de salida me instalé en la sala indicada en mi pase de abordar.

Ya estaban ahí unas cuarenta personas y al poco ya éramos cerca de setenta, a mi lado se sentó un hombre maduro de agradable presencia quien de inmediato me hizo plática, cosa que agradecí íntimamente porque me sentía ávido de distracción.

- ¿Me puede decir la hora? -Me dijo con tono de cierta familiaridad-

- Son... faltan... quince minutos para la salida... – Respondí mientras escudriñaba mi reloj de pulsera.

- Veo que su reloj está muy adelantado, ¿viene usted de Europa?

- Sí, justo hace dos horas llegué de Madrid.

- Y ¿ni siquiera salió del aeropuerto?

- Suena a pecado, sí, lo sé, no crea que no me arrepiento de haber planeado así este viaje.

- Pues sí es una verdadera lástima, ¿ya conoce usted Cancún?

- No, eso es lo peor y usted... ¿viene acá con frecuencia?

- Yo vivo aquí y viajo cuando menos una vez al mes a México.

- ¡Ahh!, entonces estoy hablando con un experto en la zona y el camino.

- Pues sí, se puede decir que sí, ya vomito estos viajes pero no tengo opción.

- ¿Hace mucho que los hace?

- Ya van 15 años...

- Ese tiempo es suficiente para hacer aburrida casi cualquier rutina.

- Sí, solo a mi mujer la he aguantado más años.

- Pero en eso van al parejo ¿no?

- Sí, es verdad y creo que la pobre es la que ha llevado la peor parte, porque aguantarme a mí está cabrón...

- Si usted lo dice...

- Sí, la verdad es que mi vieja es lo mejor que me pudo pasar...

Nuestra conversación fue interrumpida cuando el personal de la aerolínea nos indicó que ya podíamos abordar.

Al llegar a mi asiento que era el de ventanilla, coloqué mi maletín en el compartimiento ubicado arriba y me senté. Mi ocasional acompañante de la sala de espera venía detrás, usó el mismo compartimiento superior y tomó el asiento del pasillo.

Supuse entonces que la casualidad había hecho que viajáramos juntos.

- Y... ¿va usted a México por negocios?

Le dije como saludo y continuación de nuestra plática.

- Sí, tengo un restaurante y viajo a México para proveerme.

- ¿No hay lo que necesita en Cancún?

- Casi de todo, pero algunas cosas solo las puedo obtener en la Ciudad de México. Y usted... ¿viene de vacaciones?

RECUERDOS TRASCENDENTALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora