4. Niña desamparada

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Mi vida, luego de mi retiro, era austera. Tenía un pequeño cuarto en las afueras de la ciudad, donde la pobreza reinaba como una peste imparable. A veces comía, otras no; invertía mi dinero en las medicinas que necesitaba para controlar mi aparente esquizofrenia, adquirida como consecuencia de las cirugías en el proyecto.

Los años pasaron de ese modo hasta aquella Navidad del 2099. Pensé que por ser Navidad debía comprar algo de carne y no el arroz deshidratado con yuca transgénica que compraba todos los días. De improviso, algo llamó mi atención. Era una niña, estaba sentada cerca de una puerta y me miraba. Sus enormes ojos castaños eran como los de aquella chiquilla que no pude salvar. Tendría alrededor de doce años y se la veía muy asustada. Estaba muy sucia y con evidentes muestras de maltrato. Desvié la mirada y seguí mi rumbo, ¿qué podía hacer yo por ella? Nada.

Compré una lasaña con el dinero ahorrado. Comí en la posada, compré un poco más de comida para llevarme y me dirigí a la farmacia, quería llegar a casa antes de la Nochebuena. La boticaria me entregó, como siempre, una caja llena de pastillas y jeringas. Las guardé en la mochila y emprendí el retorno.

Era casi las doce de la noche cuando pasé, nuevamente, por aquella calle; noté que la niña seguía ahí. Mi corazón se contrajo; recordé las intenciones de Dennis al sacrificar su vida y, casi de forma instintiva, me aproximé a ella.

—¿Y tus padres? —pregunté con tosquedad, en realidad no hablaba con extraños; no recibí respuesta—. ¿Estás sola? —apenas asintió un poco—. ¿Tienes hambre? —asintió nuevamente.

Saqué un poco de la lasaña que había comprado y se la di. Comió desesperadamente.

—Puedo llevarte con la Guardia Municipal, ellos sabrán qué hacer contigo —apenas me dio una ojeada, negó con la cabeza—. Pues, eso es todo lo que puedo hacer por ti —dije y comencé a caminar.

No di ni diez pasos cuando las explosiones de un bombardeo rodearon las calles, uno más entre los muchos que ya recibimos. Corrí a cubrirme, buscando la forma más rápida de llegar al refugio antibombas más cercano. Casi de inmediato, vi que más explosiones se dirigían hacia la niña que había abandonado. Ella lloraba, aterrorizada. No pude cuestionar mi actuar: simplemente corrí hacia ella, la tomé en brazos y corrí hasta el refugio antibombas. En diez minutos más o menos, el bombardeo pasó.

Había muchos cadáveres repartidos en la calle; era un escenario infernal. Mi protegida temblaba y yo no sabía qué hacer. No tenía el menor deseo de salvarla, a mí me hubiera dado igual que hubiese muerto o no. Pero aquel recuerdo de Dennis que me hizo rescatarla fue el mismo que me forzó a llevarla a casa.

Praetorian - Días Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora