23 . "Adiós Laura"

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Al aproximarnos a la órbita de Deimos tuvimos que cortar comunicaciones con el Anomalocaris para no ser detectados. Fobos entraría a la sombra de Marte en poco tiempo, lo sabíamos.

El Teniente Napola activó los filtros de reducción de plasma para que no nos detecten por las turbinas. Pasamos cerca de Marte, en silencio total, como un ninja listo para ejecutar a su víctima. No había pasado ni una hora desde que dejamos el Anomalocaris cuando la gran roca vino a nuestro encuentro.

—Fobos, la personificación del miedo de acuerdo al mito romano —comentó Raith—, que nombre tan apropiado para esa roca, en verdad se ve tenebrosa.

A la sombra de Marte, Fobos se veía como un monstruo horrendo, deambulando por las infinitas profundidades de un mar misterioso y peligroso, como el kraken de la leyenda. A lo lejos, el espacio era un abismo de enigmas y la gran roca, Fobos, se mostraba como el mayor y más peligroso misterio.

—Miren, allá está el cráter Stickney —señaló Napola, mostrando el gran cráter de 10 km sobre la superficie de Fobos.

—Ahí está ubicada la zona de descargo de naves —comenté, pensando que debería entrar por ahí.

—Vamos a rodear la roca, debemos instalar la cápsula del otro lado, cerca del acceso principal —dijo Napola.

Navegamos en circunvalación de Fobos, admirando su superficie desprolija, rugosa y llena de cráteres. El asteroide tenía una forma bastante irregular, era casi como un rombo. Las pistolas de protones MK2 eran como satélites o sondas que orbitaban Fobos a muy poca distancia de la roca. Su poder de fuego era terriblemente devastador y sus sensores ópticos, térmicos y magnéticos eran muy precisos. Si hacíamos demasiado ruido, si los cañones nos detectaban, nos convertirían en polvo.

Kenji digitó unos códigos en el ordenador y activó el camuflaje de la nave, estábamos por entrar a la zona de vigilancia.

En pocos minutos nos vimos encima del área de aterrizaje señalada. El Intruder, poco a poco, realizó su descenso en una zona llena de polvo. A pocos metros, tras una cresta de rocas, estaría el acceso principal.

—Pasando a modo oruga —dijo Napola, grandes ruedas salieron del Intruder y se anclaron sobre la roca.

Cerramos nuestros trajes y bajamos para el trabajo en la superficie.

Debíamos anclar ambas cápsulas, la de extracción y el señuelo, programarlas y dejar los impulsores listos. La superficie era un lugar de pesadillas, lleno de estalagmitas que se levantaban desde el suelo como clavos amenazantes y mortales.

—Está demasiado tranquilo, no me gusta —dijo Laura.

—Esta zona no suele ser muy vigilada —intervino Kenji, tratando de calmar a todos—. Si nos apresuramos saldremos sin ser notados.

Ya casi habíamos terminado el trabajo cuando algo pequeño, como una bala, perforó el suelo. Luego otra chispa cayó y empezó a intensificarse.

—¡Meteoritos! —gritó Raith y comenzó a saltar a grandes zancadas hacia el gancho de retracción.

—¡Rápido, rápido, tenemos que salir de aquí! —advertía Napola desde el interior de la nave, ya prendiendo los motores.

En medio del caos recordé algo que leí en el manual de contingencias. Con frecuencia Fobos era bombardeado por una lluvia de meteoritos de tipo Leónidas, que se encuentran circunvalando a Marte. Eran pequeños, pero duros y veloces como una bala, si uno de esos nos llegaba, podría perforarnos o dañar el Intruder.

Siguiendo las instrucciones encendí el módulo de coraza de las cápsulas de extracción, para que no se dañaran. Todos ya iban rumbo a las poleas del módulo de trabajo para ser arrastrados al Intruder, todos menos Laura y yo, que nos quedaríamos en la roca para rescatar a Kat. Sin embargo, yo tenía otros planes.

El Intruder estaba listo para irse, esperaban que Kenji llegue a la escotilla, Raith ya estaba en la nave. En medio del desorden y el bombardeo espacial, saqué mi cuchillo y corté el traje de Laura. Pronto, el aire empezó a escaparse.

—¡Jean, estás loco, carajo! —reclamó Laura.

—Vuelve al Intruder, necesitas cambiar de traje —le dije.

—¡No me dará tiempo de ir y regresar!

—No, Laura, no regresarás —sus ojos empezaban a expresar un horror sin límites, había comprendido mi deseo.

—No me abandonarás de nuevo, ¡¿me oíste, bastardo!? Prefiero morir asfixiada.

—Cuida de Kat, sean amigas, te necesitará. Vive, Laura, y encuentra tu camino.

—No Jean —el aire empezaba a acabarse y sus lágrimas consumían el poco oxígeno que le quedaba al traje—. No me hagas esto, no quiero vivir sin ti.

—Gracias por todo lo que me diste, eres una gran mujer. Vete, Laura —enganché su traje a la polea de emergencia del Intruder y apreté el botón de retracción.

La cuerda empezó a jalarla, ella estaba demasiado débil para resistirse, la falta de aire la dejó atontada.

—Jean..., Jean... —el aire casi se le había acabado—. No, Jean...

—¡Maldición, Reveillere, qué coños ha pasado! —dijo Napola al ver que Laura se acercaba al Intruder.

—Hubo un cambio de planes, Teniente. Un meteorito perforó el traje de Laura. Haré la misión solo.

—¡Carajo! Suerte. ¡Date prisa, Kenji!

El agente enganchó su traje y apretó el botón de retracción de su polea, estaba siendo llevado a la nave cuando un meteorito entró por su rostro y salió por su nuca. Todos quedamos estupefactos ante la muerte de Kenji Kazama, pero no había tiempo para el luto.

Laura llegó a tiempo a la nave, los motores se prendieron, la escotilla se cerró, la cuerda de Kenji se soltó y dejaron que su cuerpo flote hacia el espacio. De repente, una débil transmisión radial fue recibida en el receptor de mi traje, venía del Intruder.

—¡Me has engañado, Jean! —era Laura que ya había reaccionado—. Dijiste que no me abandonarías.

—No puedo dejarte morir aquí. Quiero que llegues más lejos que yo. Por favor, Laura. Necesito que estés con Kat y te asegures que no la usen de conejillo de indias. No dejes que hagan con ella lo que hicieron conmigo.

—No quiero Jean. ¡Por qué! —estaba muy alterada.

—Así deben ser las cosas —el Intruder estaba ya despegando.

—¡JEAN, NOOOO!

Au revoir Laura, cambio y corto —apagué mi transmisor para siempre.

El Intruder ya se iba marchando, dejándome solo. En pocos segundos pasó a velocidad de navegación y se perdió de mi vista, nunca más lo volvería a ver.

Por mi mente pasaban todas las cosas que viví con Laura, desde la trinchera en Bolivia hasta aquel momento. Su valor y coraje me habían conmovido. Aunque sabía que la muerte sería un premio para ella, no podía dejarla morir todavía. Ella aún tenía cosas pendientes por hacer, tenía que crecer.

Mientras veía hacia el espacio, en el fondo de mi ser sentí que si Kat no hubiera aparecido, con los años y el tiempo, habría amado a Laura sin límites. En aquel momento el solitario "adiós" resonaba en un vacío de mi pecho. Sabía que nunca habría de olvidar a esa mujer con el parche en el ojo, ni aún muerto. 

Praetorian - Días Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora