Durante cinco días mantuvimos una rutina para los quehaceres domésticos. Ella cumplía con las tareas de mantenimiento del cuarto así como la cocina y yo me encargaba de las compras y la adquisición de suplementos.
Trabajaba en una imprenta donde recibía un sueldo que me parecía justo. Mi jefe era don Rubén, el hombre que me acogió cuando llegué. Nos dedicábamos a imprimir libros y revistas para mantener el frente siempre informado y motivado. En todo ese tiempo había leído varios textos que don Rubén me recomendó: "El Conde de Montecristo", "Cien años de soledad", "El Misterio de Belicena Villca", "La tía Julia y el escribidor", "La casa en el confín de la Tierra", "Microfísica del poder", etc. Gracias a mi trabajo desarrollé un profundo gusto por la lectura. Era triste saber que la última década del siglo XXI había estado ausente de escritores, ya nadie tenía tiempo para escribir. También leía muchos libros de historia, tratando de imaginar cómo era la Francia de antes, el lugar de mis ancestros.
Mi horario de trabajo empezaba después del medio día y terminaba a las 18 horas, don Rubén no era tan estricto con mi horario de ingreso, aunque yo siempre llegaba puntual. A pesar de mis impedimentos, mi jefe era condescendiente conmigo. Él decía que yo le recordaba mucho a su hijo muerto en combate.
Fue un 29 de diciembre cuando las cosas empezaron a cambiar. Parecía que sería un día como cualquier otro. Salí apresurado del cuarto luego de almorzar, Kat se esforzaba mucho para hacer comida agradable con las porquerías que conseguíamos de los mercaderes piratas. Cuando llegué, don Rubén ya me esperaba. De inmediato empezamos a rodar el siguiente tiraje del periódico. El ruido de los rodillos de la imprenta era hipnótico, hacía que mi mente se perdiera en la inmensidad espiral de las letras. Mientras miraba el rodaje salir de la prensa fui interrumpido por la voz de mi jefe.
—Supe que has estado viviendo con una chica, ¿cierto? —decía don Rubén sin dejar de trabajar.
—No es nada importante.
—Y... ¿cómo la conociste?
—Durante el bombardeo de Nochebuena.
—Vaya ambiente para conocer a una chica —dijo sonriente—. En mis tiempos se podía conocer chicas yendo al cine.
—Esos tiempos han muerto.
—Tienes razón —hubo un breve silencio—. ¿Ya te has acostado con ella?
Se contrajo mi pecho cuando lo oí.
—Se equivoca, don Rubén. Es una niña todavía.
—Mmm, entonces, la querrás adoptar. Nunca pensé que estarías interesado en la paternidad.
—No, jefe. Es demasiado grande para ser mi hija.
—Ya veo, demasiado chica para ser tu amante, pero demasiado grande para ser tu hija. ¿Buscas una hermana entonces?
—No busco nada. La conocí por accidente aquella Nochebuena. De ser por mí ya la hubiera echado, pero me da lástima.
—La lástima nunca fue típica de ti, Jean.
Empezaba a exasperarme; mis emociones se tergiversaban todavía más, no sé por qué. Don Rubén sonreía, como si sus comentarios fuesen divertidos.
—Quiero ser claro en esto, don Rubén —le dije—. No tengo ningún afecto por esa chica, es más, podría matarla ahora mismo. Vivo muy tranquilo en soledad. No hay nada entre ella y yo, ni lo habrá.
—Ja, ja, ja. Juventud. Escúchame Jean —dejó de trabajar, se acercó y puso su mano en mi hombro—. Sé que disfrutas de estar solo, pero a veces el destino nos lleva por el camino opuesto del que deseamos recorrer. Hoy tienes una hermana que cuidar y es tu familia ahora, aunque no te hayas dado cuenta.
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Praetorian - Días Sin Luz
Ciencia FicciónJeremy Fletcher es un Cadete de la Academia Espacial Vega quien es asignado en el año 2134 al célebre acorazado Anomalocaris y enviado a una misión de reconocimiento a un lejano sistema estelar, colonizado por los humanos. Durante el viaje recibe de...