7. Cumpleaños

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Era el 31 de diciembre del 2099. El siglo XXI acababa y existía una latente espera por el siglo XXII, esperando que los tiempos mejoren, la guerrilla se termine y la sequía acabe.

Luego de mi ataque, Kat empezó a interesarse mucho por mi salud. Revisaba mis horarios para tomar mis medicinas. A pesar de que no tenía idea de los males que me aquejaban, cuidaba de mí como una buena enfermera. A mí me incomodaban tantas atenciones.

—¿Te gusta la comida? —me preguntó Kat una tarde.

—Afirmativo —respondí de mala gana.

—Qué bueno que te guste —dijo ella—. Sabes, antes solía pasar mucho tiempo con mamá, ella me enseñó a cocinar —había una infinita tristeza en sus ojos. Yo comía en silencio—. Aún recuerdo mucho a mi familia, la extraño —podía sentir su dolor, y me contagiaba.

—Siento tu pérdida —murmuré.

—¿Tú tienes familia? —me preguntó, negué con la cabeza. Ella continuó—. ¿Y qué les ocurrió?

No deseaba tocar ese tema, así que no dije nada, seguí comiendo en silencio. Kat suspiró, perdiendo su mirada en el vacío.

—Mi mamá era muy bonita —dijo—, le gustaba cuidar de mí. Mi papá solía leerme muchos libros cuando era pequeña y aprendí a leer muy rápido.

Su interés por la lectura despertó mi curiosidad. Quise saber qué libros le gustaban, o si había leído los mismos libros que yo.

—¿Tienes algún libro favorito? —pregunté sin mirarla. Ella sonrió, asintió y tomó la bolsa que trajo. De ella sacó un libro de tapas azules. El título decía: "El Arco de Artemisa – Primer Episodio". Jamás había visto ese volumen.

—Este libro me ayudó a mantenerme viva en los peores momentos —dijo Kat, con el libro entre sus brazos.

—No lo conocía —confesé, mirando de reojo el libro.

—Sabes, el autor me recuerda un poco a ti —preferí no decir nada al respecto.

Seguimos comiendo en silencio, luego ella continuó con su constante cotorreo. Parecía que no se cansaba de hablar.

—Mañana es mi cumpleaños —dijo casi a susurros. No le estaba prestando mucha atención, pero aún así la oía—, cumpliré catorce —se veía apenada.

—Eres una bebé —susurré. Ella me miró con un cierto tinte de decepción.

—¿En verdad crees que soy una bebé? —asentí, su rostro se desfiguró hasta mostrar una evidente molestia—. Pues tú eres un anciano —dijo y me sacó la lengua.

Sonreí por dentro.

—Negativo —mascullé con desinterés.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó con evidente curiosidad. Pensé en no responder, pero lo hice.

—Veintidós, creo.

—No, no eres tan viejo.

Luego de la comida Kat se fue a lavar la ropa, yo me preparaba para salir. Me sentía muy extraño de estar viviendo con alguien. Tuve deseos de comprarle algo, quizás alguna muñeca, no sabía qué le gustaba. Antes de irme la busqué para preguntarle, pero me sorprendí mucho al verla. Tenía la ropa mojada y se veía hasta la intimidad de su cuerpo a trasluz. No era tan bebé como creía; aquellas curvas y proporciones no correspondían a una niña pequeña, sino a una muchacha que ha alcanzado una adolescencia temprana en la flor de su vida; era muy atlética, muy, muy...

—Cúbrete —le ordené. Ella se sonrojó y rápidamente se puso una de mis camisas sucias.

—Lo siento, mojé la ropa que me compraste —dijo Kat, mirándome fijamente.

Yo me quedé unos segundos observando su increíble rostro ruborizado, sus extremidades desnudas, sus manos cubiertas con la espuma del jabón. Entonces comprendí lo que don Rubén me dijo de las mujeres. Noté que podía escuchar los latidos de mi propio corazón y solo eso me hizo reaccionar.

—Hoy mismo compraremos ropa interior para ti —le di la espalda y me retiré sin pronunciar palabra alguna.

Durante todo el camino a la imprenta pensaba en la forma de hacer que Kat se fuera, pero no hallaba ningún argumento válido, ni siquiera para mí mismo. Empecé a sentir asco por mi debilidad emocional, pero me había jurado cuidarla, y un juramento para un soldado es cuestión de honor.

Al salir del trabajo pasé por la farmacia y luego recogí a Kat para llevarla a comprar ropa. A pesar de la podredumbre del refugio, ella no dejaba de saltar y reír, como si fuera impermeable a la tragedia que nos rodeaba. Nos detuvimos en una cabina fotográfica, Kat insistió sin tregua para tomarnos una foto, cedí de mala gana. Al final fueron tres fotos: una mía, una suya y otra de los dos juntos; me sentía como un cretino. Regresamos a casa con varios paquetes. Ella no dejaba de probarse lo que trajimos y de verse en el espejo, estaba muy feliz. Yo, en cambio, me sentía horriblemente estúpido. Me disponía a descansar cuando su voz me interrumpió.

—Gracias por todo —me dijo, mirándome por el espejo.

—Duerme, es tarde —respondí, o más bien, le ordené.

—¿No festejaremos el Año Nuevo?

—Celebraré el día que me entere que la Tierra voló en pedazos junto con todos sus miserables habitantes.

—Pero al menos nos tenemos el uno al otro, ¿no es razón suficiente para festejar?

Hubo un breve silencio.

—No hay nada que festejar —afirmé y me recosté en mi cama. Kat se acostó en el sillón y quedó dormida.

Al día siguiente me levanté temprano para ir al trabajo. Kat no despertó tan enérgica como todos los días, no sabría definir si estaba deprimida o enferma. Aún así hice caso omiso, no tenía nada qué hacer al respecto. Mientras ella cumpliera sus funciones, nada más importaba, o al menos eso creía.

Durante el trabajo me sentí un poco mal. Era el cumpleaños de Kat y ni siquiera le había dicho una palabra. Traté de fingir que ella no me importaba en lo absoluto, pero pronto descubrí que estaba equivocado. Por primera vez me sentí realmente mal por ella. Pedí un adelanto de mi sueldo a don Rubén, salí del trabajo y compré un pastel. Cuando volví la encontré semidormida. Sin hacer ruido puse una vela sobre la torta y la encendí, luego la desperté.

—Oye, niña, despierta —apenas me miró—. Levántate, dejé algo para ti sobre la mesa.

Se puso de pie y se quedó hipnotizada mirando la torta.

—Es tu presente de cumpleaños —le dije.

Dos lagrimones surcaron sus mejillas, pero sonreía. Era la primera vez que veía a alguien sonreír y llorar al mismo tiempo, estaba confundido.

—Gracias, es lo mejor que podrían darme —me dijo, tomando mi mano, yo me sacudí levemente para que me soltara.

Partimos la torta y empezamos a comer.

Ni bien terminó Kat de comer, se me aproximó y me dijo:

—¿Si te abrazo, te enojarás? —preguntó. Yo me limité a desviar la mirada y ella me abrazó con fuerza—, puedo escuchar los latidos de tu corazón.

La empujé levemente cuando me dijo aquello.

—Espero que estés satisfecha —le dije en voz baja.

—Es el día más feliz desde que perdí a mi familia —afirmó, había algo raro con ella, estaba pálida.

—Oye, niña, ¿te sientes bien?

—Sí, estoy..., estoy..., —no terminó su frase y cayó al suelo, inconsciente.

—¡Kat, Kat!, responde, qué te pasa, ¡KAT!

Praetorian - Días Sin LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora