Capitulo 2 (parte 2)

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La leí del colmillo y el garrote.

Por la tarde, Perrault, que estaba apurado para ponerse en camino con sus despachos, regresó con dos perros más. Billee y Joe los llamaba. Eran hermanos y verdaderos perros esquimales. A pesar de ser hijos de la misma madre, eran tan distintos como el día de la noche. El único defecto de Billee era su excesivo buen humor, mientras que Joe era todo lo contrario: hosco e introspectivo, con un gruñido perpetuo en la garganta y mirada maligna. Buck lo recibió con buenas maneras; Dave los ignoró; mientras que Spitz procedió a darle una paliza primero a uno y luego al otro. Billee meneó la cola para apaciguar a su enemigo, se volvió para huir cuando se percató de que no había forma de apaciguarlo, y gimió (siempre en forma amigable) cuando los agudos dientes de Spitz laceraron su flanco. Pero, por más que Spitz giró alrededor de Joe, éste siempre le hizo frente; con el pelo de punta, las orejas echadas hacia atrás, los dientes al descubierto, y los ojos brillando en forma diabólica... era la encarnación del temor beligerante. Tan terrible resultaba su apariencia que Spitz se vio obligado a abandonar la decisión de castigarlo; mas para cubrir su chasco se volvió contra el inofensivo Billee y lo corrió hasta los límites del campamento.

Por la noche, Perrault consiguió otro perro, un viejo esquimal, largo y flaco, con la cara cubierta por las cicatrices de antiguas batallas, y un solo ojo que proclamaba hazañas dignas de respeto. Se llamaba Sol-leks, que quiere decir el Iracundo. Como Dave, no pedía nada, no nada ni esperaba nada; y cuando se unió tranquilamente al grupo de perros, aun Spitz le dejó en paz. Tenía una peculiaridad que, para su desgracia, Buck descubrió muy pronto. No le gustaba que se le acercaran por el lado donde no veía. Buck fue culpable de esa ofensa aun sin quererlo, y lo primero que le avisó la indiscreción que había cometido fue cuando Sol-leks giró sobre sí mismo y le desgarró el pecho de una terrible dentellada. Desde ahí en adelante, Buck evitó acércasele por el lado del ojo ciego, y hasta el último momento de su vida en común no tuvo más dificultades con él. Su única ambición aparente, como la de Dave, era que lo dejaran en paz; aunque, como lo sabría más tarde, Buck, cada uno de ellos poseía otra mucho más vital.
Esa noche se vio Buck enfrentando al problema de dormir. La tienda, iluminada por una vela, brillaba acogedora en medio de la planicie blanca; y cuando él, como cosa lógica y natural, entró en ella, tanto Perrault como François lo bombardearon con maldiciones y utensilios de cocina, hasta que se recobró el pobre de su consternación y huyó ignominiosamente hacia el frío exterior. Solaba un viento helado que mordía con especial ferocidad sobre su hombro herido. Se echó en la nieve, intentando dormir, pero muy pronto el cierzo lo hizo levantar. Desdichado y dolorido, vagó por entre las innumerables tiendas, sólo para comprobar que un sitio era tan frío como otro. Aquí y allá se le arrojaban encima los perros salvajes, pero él erguía los pelos y gruñía (pues estaba aprendiendo rápidamente), y lo dejaban seguir su camino en paz.
Finalmente se le ocurrió una idea. Regresaría para ver como lo pasaban sus compañeros del equipo. Para su gran asombro, vio que habían desaparecido. De nuevo vagó por el enorme campamento, buscándolos, y retornó luego. ¿Estarían en la tienda? No, eso no podía ser, de otro modo no le hubieran echado. ¿Entonces donde podrían estar? Con la cola entre las patas y estremeciéndose de frío, dio varias vueltas alrededor de la tienda. De pronto cedió la nieve a su paso y sintió que se hundía. Algo se movió debajo de sus patas. Retrocedió de un salto, gruñendo con ferocidad, temeroso de lo desconocido. Pero un amistoso gemido le tranquilizó, y regresó al instante para investigar. Un soplo de aire cálido ascendió hasta su hocico, y allí, hecho un cómodo ovillo debajo de la nieve, se hallaba Billee. Gimió amistosamente, se removió como para demostrar su buena voluntad, y llegó hasta a lamer la cara de Buck.
Otra lección. De modo que así lo hacían, ¿eh? Buck eligió un sitio, y con muchos movimientos y desgaste de energía procedió a cavar un orificio para sí. En un momento el calor de su cuerpo llenó el reducido espacio y Buck se quedó dormido. El día había sido largo y arduo, y durmió profunda y cómodamente, aunque gruñó y ladró y luchó con sus pesadillas.
No abrió los ojos hasta que lo despertaron los ruidos del campamento. Al principio no se dio cuenta de donde se hallaba. Había nevado durante la noche, y estaba completamente sepultado. Las paredes de nieve le oprimían por todos los lados, y un temor terrible le abrumó: el temor de la fiera salvaje al encontrarse en una trampa.

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La llamada de lo salvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora