Capitulo 5 (parte 2)

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La ardua faena del sendero.

El látigo de Hal castigó a los perros. Estos comenzaron a tirar de las riendas, hundieron sus patas en la nieve y se esforzaron todo lo posible; pero el trineo se quedó en su sitio como si estuviera fijo con un ancla. Al cabo de unos minutos de continuado esfuerzo, los perros se quedaron inmóviles y jadeantes.

El látigo silbó con terrible salvajismo, y otra vez intervino Mercedes. Con los ojos llenos de lágrimas, se arrodilló frente a Buck y le rodeó el cuello con los brazos.
- ¡Pobrecillos! – exclamó con tono acongojado -, ¿Por qué no hacen un esfuerzo? Así no les castigarían.
A Buck no le agradaba la mujer; pero se sentía demasiado desdichado para rechazarla, aceptándola como parte del terrible trabajo del día.
Uno de los mirones, que había estado apretando los dientes para reprimir amargas palabras de reproche, se decidió a hablar.
- No es que me importe un ardite lo que les pase a ustedes; pero por el bien de los perros quiero decirles que podrían partir si despegaran el trineo del hielo. Los patines están completamente adheridos a la nieve. Mueva la lanza de derecha a izquierda y podrá despegarlos.
Hicieron otra tentativa, pera esta vez, siguiendo el sabio consejo, Hal despegó los patines que se había adherido firmemente a la nieve. El recargado trineo comenzó a avanzar, mientras Buck y sus compañeros comenzó a avanzar, mientras Buck y sus compañeros trabajaban desesperadamente bajo una lluvia de golpes. A unas cien yardas de distancia, el camino hacía una curva y bajaba en empinada cuesta hacia la calle principal. Se hubiera necesitado un hombre experimentado para mantener erecto el recargado trineo, y Hal no lo era. Al tomar la curva se volcó el vehículo, deslizándose su carga entre las correas mal sujetas. Los perros no se detuvieron. El trineo, ya más liviano, siguió deslizándose detrás de ellos. Estaban enojados por los malos tratos que habían recibido y por la injusta carga. Buck se sentía furioso.

Comenzó a correr y todo el equipo lo siguió.
- ¡Whoa! ¡Whoa! – les gritaba Hal, pero los perros no le prestaron atención.
El hombre tropezó y cayó a suelo. El trineo le pasó por encima y los perros siguieron corriendo por la calle principal, provocando el regocijo de los ciudadanos de Skaguay al diseminar el resto de la carga a lo largo de la calle.
Algunos hombres bondadosos detuvieron a los perros y recogieron la carga. Además, ofrecieron sus consejos. La mitad de la impedimenta y el doble de perros, si es que los viajeros querían llegar a Dawson. Hal, su hermana y su cuñado les escuchaban de mal talante. Luego retiraron la tienda y comenzaron a clasificar el quipo de viaje. Sacaron

alimentos en conserva, cosa que hizo reír a los curiosos, pues esos lujos eran desconocidos en el sendero.
- Mantas para un hotel – comentó uno de los hombres que reían y ayudaban.
- Con la mitad tienen de sobra; dejen el resto. Tiren esa tienda y todos esos platos...,
de todos modos, ¿quién los va a lavar? ¡Dios mío! ¿Creen que viajan en Pullman?
Y así siguió la inexorable eliminación de lo superfluo. Mercedes rompió a llorar cuando se arrojó al suelo su saco de ropa y comenzaron a descartar prenda tras prenda. Juró no moverse un centímetro. Rogó a todos, y finalmente se enjugó los ojos y comenzó a arrojar cosas que resultaban de necesidad imperiosa. En su desesperación, cuando hubo finalizado con lo suyo, atacó las pertenencias de sus hombres y pasó por entre ellas como si fuera un huracán.
Una vez terminado esto, el equipo de viaje, aunque reducido a la mitad, seguía siendo una carga formidable. Charles y Hal salieron esa noche y compraron seis perros más. Estos, agregados a los seis del equipo original y Teek y Koona, los dos obtenidos en Rink Rapids durante el viaje record de Perrault, aumentaron el equipo a catorce. Pero los nuevos perros, extranjeros todos aunque entrenados desde que los desembarcaran, no valían gran cosa. Tres eran pachones de pelo corto, uno Terranova, y los otros dos eran mestizos de raza indefinida. Esos recién llegados no parecían saber nada de nada. Buck y sus compañeros los miraron con disgusto, y aunque muy rápidamente les enseñó Buck lo que no debían hacer, no pudo enseñarles cuáles eran sus deberes. No se acostumbrarían a la vida del sendero. Con excepción de los dos mestizos, todos estaban aturdidos y diseminados por el extraño medio ambiente salvaje en el que se encontraban y por los malos tratos que habían recibido.
Con esos perros nuevos desvalidos e incapaces de nada, y el viejo equipo agotado por las dos mil quinientas millas de continuos viajes, la perspectiva no era nada brillante. Sin embargo, los dos hombres estaban muy alegres y orgullosos.

Emprenderían viaje con catorce perros. Habían visto partir otros trineos en dirección a Dawson, pero ninguno tenía tantos. Había una razón para que en el Artico no viajara ningún trineo arrastrado por catorce perros, y era que un solo trineo no podía cargar el alimento suficiente para un número semejante de animales. Pero Charles y Hal ignoraban ese detalle. Habían calculado el viaje con un lápiz: tanto por perro, tantos perros, tantos días de viaje. Mercedes miraba los cálculos por sobre sus hombros y asentía encantada; todo resultaba muy sencillo.
Ya muy avanzada la mañana siguiente, Buck encabezó el largo equipo por la calle principal. No había animación en él ni en sus compañeros. Emprendían el viaje completamente agotados. Cuatro veces había cubierto él la distancia entre Salt Water y Dawson, y el conocimiento de que, abatido y fatigado, se enfrentaba de nuevo a la larga jornada, lo amargaba terriblemente Ni su corazón ni el de ninguno de los otros estaba en su trabajo. Los perros extranjeros eran tímidos y estaban atemorizados; los nativos no tenían confianza ninguna en sus amos.

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La llamada de lo salvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora