La ardua faena del sendero.
Era bonita y suave, y había sido tratada cortésmente toda su vida. Pero el trato actual de que le hacían objeto su esposo y su hermano era cualquier cosa menos cortés. Era costumbre suya obrar como si estuviera desvalida. Los otros se quejaban. En vista de esa negación de lo que para ella era su prerrogativa, hacía insoportable la vida de los dos hombres. No tenía ya en consideración a los perros, y el porque estaba cansada e irritada, insistía en viajar sobre el trineo. Era bonita y suave, pero pesaba sesenta kilos..., un aumento formidable para la carga arrastrada por los débiles y hambrientos animales. Así viajó ella durante días, hasta que los perros se desplomaron al suelo y el trineo se detuvo. Charles y Hal le rogaron que caminara, le imploraron de rodillas, mientras ella lloraba e importunaba al cielo con una descripción de la brutalidad de sus familiares.
En cierta oportunidad la sacaron del trineo a viva fuerza. Nunca más volvieron a hacerlo. Ella aflojó las piernas como si fuera un chiquillo mimado, y se dejó caer en el sendero. Los otros siguieron camino, pero ella no se movió. Después de haber viajado tres millas, descargaron el trineo, regresaron a buscarla, y a viva fuerza la cargaron de nuevo sobre el trineo.
Dominados por sus propias desdichas, eran insensibles al sufrimiento de sus animales. La teoría de Hal, que practicaba en los otros, era que uno debía endurecerse. Había comenzado a predicar esa doctrina a su hermana y su cuñado. Al fracasar con ellos, lo hizo con los perros con la ayuda de un garrote. Al llegar a Five Fingers, se terminó el alimento para los perros, y una vieja india les ofreció cambiarles unas libras de cuero de caballo helado por el revólver Colt que hacía compañía al cuchillo en el cinturón de Hal. Pobre sustituto de alimento resultó ese cuero, pues había sido quitado a los animales muertos de hambre de los ganaderos hacía seis meses. Como estaba congelado, se parecía más a lonjas de hierro galvanizado, y cuando los perros lograron engullirlo, se convirtió en sus estómagos en delgadas tiras que no nutrían nada, y en una masa de pelos irritantes e indigestos.
Y a través de todas esas vicisitudes, Buck seguía marchando a tropezones a la cabeza del equipo, como si viviera una pesadilla. Tiraba cuando podía; cuando le fallaban as fuerzas, se desplomaba al suelo y allí se quedaba hasta que los golpes del látigo o del garrote le hacían poner de nuevo en pie. Todo el brillo y suavidad habían desaparecido de su hermoso pelaje. El pelo caía lacio o hecho una mancha pegajosa de sangre en los sitios donde el garrote de Hal le había golpeado. Sus músculos estaban convertidos en tiras nudosas, y la carne había desaparecido, de manera que cada costilla y hueso de su esqueleto se delineaba claramente a través de la flácida piel. Era un espectáculo desconsolador, sólo que Buck no se desconsolaba por nada. El hombre de la tricota roja había comprobado eso.
Como ocurría con Buck, sucedía con sus compañeros. Eran ellos esqueletos andantes.Había siete perros en total. En su terrible agonía se habían tornado insensibles al mordisco del látigo o a los golpes del garrote. El dolor del castigo era nebuloso y distante, tal como las cosas que veían sus ojos y oían sus oídos eran nebulosas y distantes. No vivían; eran simplemente bolsas de huesos en las que la chispa vital titilaba débilmente. Cuando se hacía un alto, se dejaban caer en el camino como muertos, y la chispa se achicaba y palidecía, pareciendo a punto de apagarse por completo. Y cuando el garrote o el látigo caían sobre ellos, la chispa se avivaba débilmente, y se ponían de pie y seguían arrastrándose.
Llegó el día en que Billee, el complaciente, cayó y no pudo levantarse. Hal había cambiado su revólver por el cuero del caballo, de manera que tomó el hacha y le partió la cabeza al pobre perro en el mismo sitio donde cayera: luego cortó los arneses y arrojó el cadáver a un lado. Buck y sus compañeros vieron todo, y se dieron cuenta que ése era el destino que les esperaba. El día siguiente le tocó el turno a Koona, y no quedaron más que cinco perros; Joe, demasiado débil para seguir siendo maligno; Pike, cojo, consciente sólo a medias; Sol- leks, el de un solo ojo, aún fiel a la tradición del sendero, y acongojado por tener tan poca fuerza con la que tirar las riendas; Teek, que no había viajado tanto ese invierno, y al que castigaban más que a los otros porque era el más fresco, y Buck, aún a la cabeza del equipo, pero sin ocuparse ya de la disciplina, cegado por la debilidad y manteniéndose a tientas en el sendero.
El clima era delicioso; pero ni los perros ni los humanos lo notaban. Cada día se levantaba el sol más temprano y se ponía más tarde. Llegaba el alba a las tres de la mañana, y el crepúsculo duraba hasta las nueve de la noche. Todo el largo día brillaban los gloriosos rayos del sol. El espectral silencio del invierno había dejado sitio a los murmullos primaverales de la vida que despierta. Esos murmullos primaverales de la vida que despierta. Esos murmullos se elevaban de la tierra, colmados del gozo de vivir. Procedían de las cosas que vivían y se movían de nuevo, cosas que habían estado como muertas y que no se movieron durante los largos meses de las heladas. La savia se elevaba por el interior de los pinos. Los sauces y los tiemblos mostraban sus jóvenes capullos. Los arbustos y enredaderas se ataviaban con nuevos mantos de verdura. Los grillos cantaban durante la noche, y durante el día, toda clase de criaturas se movían para tomar el sol. Las perdices y los picamaderos se adueñaron de los bosques. Las ardillas charlaban desde sus refugios arbóreos, los pájaros cantaban, y en lo alto gritaban los patos silvestres que llegaban desde el sur en enormes bandadas.Desde todas las laderas se oía el murmullo del agua, la música de manantiales invisibles. Todo se deshelaba; volvía la vida. El Yukón se esforzaba por sacudirse la capa de hielo que lo aprisionaba. Luchaba desde abajo, y el sol calentaba desde arriba. Se formaban agujeros en la superficie helada; comenzaban a abrirse fisuras y a separarse; mientras que delgadas secciones de hielo desaparecían en las profundidades del río.
Y entre todo ese despertar de la vida, bajo los rayos ardientes del sol y las brisas acariciadoras, como viajeros que se dirigieran hacia la mansión de la muerte, se arrastraban los dos hombres, la mujer y los perros.
Con los perros que caían a cada rato, Mercedes que lloraba y viajaba sobre el trineo, Hal que maldecía sin cesar, y Charles que se dejaba dominar por la desesperación, llegaron tambaleándose al campamento de John Thornton, enclavado en la desembocadura del Río Blanco.
Cuando se detuvieron, los perros se desplomaron como si los hubiera matado un rayo. Mercedes se enjugó los ojos y miró a John Thornton. Charles tomó asiento sobre un tronco para descansar. Se sentó muy lentamente y con gran rigidez. Hal fue el que habló. John Thornton estaba finalizando el mango de un hacha que había hecho con una rama de abedul. Trabajaba y escuchaba, daba respuestas monosilábicas, y, cuando se le pedían, ofrecía sus consejos. Conocía a esa clase de gente, y estaba seguro de que no harían caso de sus advertencias.
- Nos dijeron allá arriba que el sendero se estaba desmoronando, y que sería mejor que esperáramos – dijo Hal en respuesta a la advertencia de Thornton con respecto a que no se arriesgaran más en el hielo -. Nos dijeron que no podríamos llegar al Río Blanco, y aquí estamos.@")(7&¥ 👑
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La llamada de lo salvaje
PertualanganMe encanto esta historia y espero que a vosotros también 📓 •1,29k 👁 Los créditos a jack London©️ ©2021