La llamada irresistible.
Lo vieron alejarse del campamento; pero no pudieron ver la transformación instantánea y terrible que se operó en él cuando estuvo oculto por la selva. No marchaba ya. Al instante se convirtió en una fiera salvaje, que se adelantaba suavemente, con pasos felinos: una sombra pasajera que aparecía y desaparecía entre otras sombras. Sabía él cómo aprovechar todos los escondites; como arrastrarse sobre el vientre como si fuera una víbora, y como saltar y abatir a su presa. Podía sacar a una chocha de su nido; matar un conejo mientras dormía, y apresar a las ardillas que se retrasaban un poco en su huída hacia los árboles. Los peces no eran demasiado rápidos para él, como tampoco eran demasiado cautelosos los castores que construían sus diques en el río. Mataba para comer, no por maldad; pero prefería comer lo que él mismo había matado. De modo que cuando lo dominaba el capricho de la caza, era su deleite acercarse a las ardillas hasta tenerlas al alcance de sus dientes, para dejarlas luego huir aterrorizadas hacia los árboles.
Al llegar el otoño, aparecieron grandes rebaños de alces que avanzaban lentamente para hacer frente al invierno en los valles mas bajos, donde el clima era menos riguroso. Buck ya había logrado matar a un alce joven; pero anhelaba una presa mucho mayor y más formidable, y la encontró un día en la vertiente en la que nacía el arroyo. Un rebaño de veinte alces había cruzado desde la región de los bosques y corrientes, y entre ellos se destacaba un enorme macho. Estaba el bruto de un humor salvaje, y con su estatura de casi dos metros, era un antagonista tan formidable como podía desearlo Buck.
Hacia todos los lados sacudía el macho sus enormes cuernos de más de un metro y medio de punta a punta. Sus ojillos brillaban con luces malignas, mientras que rugía de furia al ver a Buck.
De uno de sus flancos sobresalía el extremo de una flecha emplumada, la que explicaba su terrible estado de ánimo. Guiado por el instinto heredado de aquellos días de caza en el mundo primitivo, Buck se dispuso a alejar al macho del resto del rebaño. No era tarea fácil. Ladraba y se movía frente al macho, a corta distancia de los terribles cuernos y de las pezuñas que podrían haberle quitado la vida con un solo golpe. Incapaz de dar la espalda a ese peligro y seguir viaje, el macho se dejaba dominar por la furia. En esos momentos atacaba a Buck, el que retrocedía astutamente, atrayéndolo con su simulada incapacidad de escapar. Pero cuando lo tenía así separado de sus compañeros, dos o tres machos jóvenes atacaban también a Buck y permitían que el macho herido se reuniera al rebaño.
Existe en la selva una paciencia – obstinada, incansable, persistente como la vida misma – que mantiene inmóvil durante horas a la araña en su tela, a la víbora en el suelo, a la pantera en su emboscada; esa paciencia es prerrogativa especial de las fieras que cazan su alimento, y es la que mantuvo a Buck cerca del rebaño, retardando su marcha, irritando a los machos más jóvenes, molestando a las hembras con sus pequeñuelos, y volviendo loco de furia al macho herido. Durante medio día, continuó esto; Buck se multiplicó, atacando desde todos lados; envolviendo al rebaño en un huracán de amenaza; separando a su víctima con la misma velocidad como ésta se reunía a sus compañeros; agotando la paciencia de los acosados, que es mucho menor que la de los cazadores.Al avanzar el día y caer el sol en su lecho del noroeste (había vuelto la oscuridad y las noches del otoño duraban seis horas), los machos jóvenes acudían cada vez con mayor desgano en ayuda de su acosado jefe. La llegada del invierno les apresuraba en su marcha hacia terrenos más bajos, y les parecía que nunca podrían quitarse de encima a esa incansable criatura que retardaba su marcha. Además, no se trataba de la vida del rebaño, de algún macho joven, sino de la de un miembro viejo, que no les interesaba ya mucho, y al fin se mostraron conformes de pagar el cruel diezmo.
Al caer la noche, se hallaba el viejo macho observando a sus compañeros que se alejaban a rápido paso por la espesura. No podía seguirlos, pues frente a su hocico saltaba este terror colmilludo que no quería dejarle en paz. Pesaba más de media tonelada, había vivido una vida larga y llena de luchas, y al fin se enfrentaba a la muerte representada por una criatura cuya cabeza no llegaba más arriba de sus patas.
Desde ahí en adelante, noche y día, Buck no abandonó su presa ni un momento, nunca le dio un segundo de descanso; no le permitido mordisquear las hojas de los árboles ni los retoños de los arbustos. Tampoco le dio oportunidad de apaciguar su ardiente sed en las delgadas corrientes de agua que cruzaron. A menudo, en su desesperación, el viejo macho huía velozmente. En esas oportunidades, Buck no intentaba alcanzarle, sino que corría fácilmente a corta distancia, satisfecho de que la forma en que se jugaba la partida, echándose cuando el macho se detenía; atacándolo fieramente cuando trataba de comer o beber.
La enorme cabeza se inclinaba cada vez más bajo el peso de sus cuernos, y su trote se hizo cada vez más débil. Comenzó a detenerse durante largos períodos, con la nariz pegada al suelo y las orejas caídas; y Buck tuvo más tiempo para beber y descansar. En esos momentos, jadeando con la lengua afuera y los ojos fijos en el enorme alce, le parecía a Buck que se estaba operando un cambio en el mundo. Sentía algo nuevo en a tierra. Como los alces entraban en las tierras bajas, también llegaba otra clase de vida. La selva y los arroyuelos parecían palpitar con su presencia. No se percató de esto por el olfato o la vista o el oído, sino en otra forma más sutil. No oía nada ni veía nada, sin embargo sabía que la tierra era distinta; que en ella había algo nuevo, y resolvió investigar esto en cuanto hubiera terminado lo que tenía entre manos.
Finalmente, al terminar el cuarto día de asedio, abatió al enorme alce. Durante un día y una noche permaneció al lado de su presa, comiendo y durmiendo. Luego, descansando y fuerte, se dispuso a retornar al campamento y a su amo. Comenzó a trotar rápidamente, hora tras hora, sin errar nunca el camino entre la espesura; dirigiéndose directamente hacia el campamento por entre la desconocida región con una seguridad que hubiera hecho avergonzar al hombre y su brújula.
A medida que avanzaba, iba notando cada vez más la nueva vida que florecía en la tierra. Era una vida distinta de la que existió allí durante el verano. Ya no eran sus emblemas sutiles y misteriosos. Los pájaros hablaban de ella y la misma brisa la susurraba. Varias veces se detuvo para aspirar con fruición el fresco aire de la mañana, leyendo un mensaje que le hizo aumentar la velocidad de su marcha. Se sentía oprimido por el presentimiento de una inminente calamidad, si es que ésta no había ocurrido ya; y al cruzar la últimavertiente y descender al valle en dirección al campamento, comenzó a avanzar con mayor cautela.
A tres millas del campamento encontró huellas nuevas que le hicieron erizar los pelos. Las huellas se dirigían al campamento y hacia su amo. Buck se apresuro, con todos los nervios en tensión, alerta a la multitud de detalles que le referían la historia... toda ella menos el fin. Su nariz le describió el paso de la vida a cuyos talones marchaba. Notó el oprimente silencio de la selva. Las aves habían volado.£•*^#~💚
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La llamada de lo salvaje
AdventureMe encanto esta historia y espero que a vosotros también 📓 •1,29k 👁 Los créditos a jack London©️ ©2021