Capitulo 6 (parte 4)

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Por amor a un hombre.

Thornton le vio acercarse, y cuando Buck lo golpeó como si fuera un ariete, llevado por toda la fuerza de la corriente, se aferró con ambas manos al peludo cuello. Hans aseguró la cuerda a un árbol, y Buck y Thornton fueron arrastrados hacia la orilla.

Medio ahogados y golpeados por las rocas lograron salvarse.
Thornton recobró el conocimiento mientras Hans y Pete le estaba practicando los primeros auxilios. Su primera mirada fue para Buck, cuyo cuerpo inerte y aparentemente sin vida, yacía a poca distancia. Thornton estaba lleno de magullones y heridas, y, después de haberle hecho recobrar la respiración a su perro, lo examinó cuidadosamente, hallando tres costillas fracturadas.

- Esto me decide – anunció. Acamparemos aquí mismo.
Y así lo hicieron hasta que las costillas de Buck se curaron y pudo volver a viajar.

Ese invierno en Dawson; Buck llevó a cabo otra hazaña, no tan heroica quizá, pero que sirvió para dar mayor fama a su nombre. Esa mañana fue especialmente provechosa para los tres socios, pues les hacía falta el equipo que pudieran adquirir por esa causa, y lograron realizar el ansiado viaje al oeste, donde los mineros no habían ido todavía.
La proeza fue motivada por una conversación sostenida en la Taberna Eldorado, en la que los parroquianos solían fanfarronear respecto a sus perros favoritos. Buck, debido a su fama, era el blanco para esos hombres, y Thornton se vio obligado a defenderlo. Al fin de media hora de discusiones, un hombre afirmó que su perro podía hacer partir un trineo cargado con quinientas libras y seguir marchando con él a rastras; otro declaró que su perro podía llevar seiscientas libras, y un tercero dijo que su perro sería capaz de arrastrar setecientas libras.

- ¡Bah! ¡Bah! – exclamó John Thornton -. Buck puede arrastrar mil libras.
- ¿Y despegarlas del hielo? ¿Y marchar con ellas cien yardas? – demandó
Matthewson, el de las seiscientas libras.
- Despegarlas y arrastrarlas cien yardas – afirmó John Thornton con toda frescura.
- Bien – repuso Matthewson, lenta y deliberadamente, para que todos le oyeran bien -
Tengo mil dólares que dicen lo contrario. Y aquí están.
Así diciendo, colocó sobre el mostrador un saquito lleno de polvo de oro.

Nadie pronunció una palabra. La fanfarronada de Thornton, si es que lo era, había sido rebatida. Sintió que el sonrojo le cubría el rostro. Su lengua le había jugado una mala pasada. No sabía si Buck era capaz de arrastrar mil libras. ¡Media tonelada! La enormidad de su baladronada le asustaba. Tenía mucha confianza en la fortaleza de su perro, y a menudo lo consideró capaz de mover una carga así; pero nunca se había visto frente a la posibilidad de obligarle a hacer tal cosa. Los ojos de todos estaban fijos en él, esperando su decisión. Además, ni él ni sus socios tenían mil dólares.
- Afuera tengo un trineo cargado con veinte sacos de cincuenta libras de harina cada uno – prosiguió Matthewson -, de modo que no se preocupe por ese detalle.
Thornton no replicó. No sabía que decir. Miró a todos con la expresión distraída del que ha perdido la capacidad de pensar y busca la forma de recuperarla. Detuvo la vista en el rostro de Jim O ́Brien, un viejo amigo. Eso fue lo que le decidió a hacer algo que nunca hubiera soñado.

- ¿Puedes prestarme mil dólares? - le preguntó casi en un susurro.
- Seguro – repuso O ́Brien, colocando un saquito lleno al lado de Matthewson -. Aunque poca fe tengo en que tu perro pueda realizar esa hazaña, John.
Los ocupantes de Eldorado salieron a la calle para presenciar la prueba. Las mesas quedaron desiertas, y los jugadores salieron para ver el resultado de la apuesta y para apostar a su vez. Varios centenares de hombres, cubiertos de pieles, formaron un círculo alrededor del trineo. El vehículo, cargado con mil libras de harina, había estado allí fuera desde hacía un par de horas, y con el frío intenso (hacía más de cuarenta grados bajo cero) los patines se habían adherido fuertemente a la nieve. Algunos ofrecían apuestas de doble contra sencillo a que Buck no podría mover el trineo. Una discusión surgió respecto a la palabra "despegarla". O ́Brien afirmaba que era privilegio de Thornton el aflojar los patines, dejando que Buck "despegara" el trineo de su inmovilidad. Matthewson insistió que la frase incluía despegar los patines del sitio donde se hallaban adheridos a la nieve.

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La llamada de lo salvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora