Capitulo 6 (parte 2)

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Por amor a un hombre.

En su mayor parte, sin embargo, el cariño de Buck se expresaba en adoración. Aunque se volvía medio loco de felicidad cuando Thornton lo tocaba o le hablaba, no buscaba él esas manifestaciones. A diferencia de Skeet, que metía el hocico en la mano de Thornton y buscaba sus caricias, o Nig, que descansaba su enorme cabeza sobre las rodillas de su amo, Buck se contentaba con adorarlo desde cierta distancia. Permanecía echado hora tras hora, ansioso y alerta, a los pies de Thornton, mirando su cara, estudiándola, siguiendo con enorme interés cada una de sus expresiones, cada movimiento o cambio de humor. O, como ocurría a veces, se echaba a cierta distancia, hacia un costado o atrás de su amo, observando el contorno del hombre y los movimientos ocasionales de su cuerpo. Y a menudo, tal era la comprensión que había entre los dos, que la intensidad con que le observaba Buck obligaba a John Thornton a volver la cabeza, y le devolvía la mirada en silencio, con el alma en los ojos, tal como el corazón de Buck brillaba en los suyos.
Durante mucho tiempo después de su rescate, a Buck no le gustaba que Thornton se alejara de su vista.

Desde el momento en que el hombre salía de su tienda hasta cuando volvía a entrar, Buck le seguía pegado a sus talones. Sus amos transitorios desde que llegara al norte habían hecho nacer en él la idea de que ningún amo podía ser permanente. Temía que Thornton se alejara de su vida, como lo habían hecho Perrault y François y el mestizo escocés.

Aun durante la noche, en sus sueños, le dominaba ese temor. En esos momentos despertaba y se arrastraba hacia la tienda, frente a la cual se detenía para escuchar la respiración de su amo.
Más, a pesar del gran amor que sentía por John Thornton, el cual proclamaba la suave influencia de la civilización, el instinto primitivo, que la tierra norteña despertara en él, permanecía vivo y activo. Seguía siendo fiel y devoto a su amo; empero retenía su salvajismo y voluntad propia. Era un producto de la selva, que vino desde la selva para sentarse frente al fuego de John Thornton, más bien que un perro de la cálida tierra del sur dominado por generaciones de civilización. Debido a su gran amor, no podía robarle a ese hombre; pero a otro hombre de cualquier otro campamento, no vacilaría un instante; mientras que la astucia con que era capaz de hacerlo le salvaría de ser descubierto.

Su cara y su cuerpo estaban marcados por los dientes de muchos perros, y luchaba tan fieramente como siempre y con mayor astucia. Sket y Nig eran demasiados complacientes para reñir... además, pertenecían a John Thornton; pero el perro extraño, fuera cual fuese su raza o su valor, rápidamente reconocía la supremacía de Buck o se encontraba luchando por su vida con un antagonista terrible. Y Buck era despiadado.

Había aprendido bien la ley del garrote y el colmillo, y nunca desaprovechaba una ventaja ni se alejaba de un enemigo al que estuviera matando. Aprendió de Spitz, y de los principales perros luchadores de la policía y del correo, y se daba cuenta de que no se podía ser transigente. Debía dominar o ser dominado; mientras que el demostrar piedad era una debilidad. La clemencia no existía en la vida primitiva. Se confundía con el temor, y tales errores llevaban a la muerte. Matar o ser muerto, comer o ser comido, ésa era la ley; y Buck obedecía ese mandato transmitido desde tiempos inmemoriales.
Era más viejo que sus años. Vinculaba el pasado al presente, y la eternidad latía en él en un ritmo poderoso que dominaba todas sus acciones. Solía sentarse al lado del fuego de John Thornton, un perro de ancho pecho, colmillos blancos y largo pelaje; pero detrás de él estaban las sombras de toda clase de perros, medio lobos y lobos salvajes, dominadores y poderosos, que probaban el sabor de la carne que él comía, sedientos del agua que él bebía, aspirando el aire con él, escuchando con él los sonidos de la vida salvaje de la selva, durmiendo con él cuando él se acostaba, y soñando con él y formando parte de sus sueños.

Esas sombras lo llamaban en forma tan perentoria que cada día la humanidad, y los lazos que con ella lo unían, se alejaban más y más. En lo profundo de la selva sonaba una llamada, y al oírla, estremecedora y atrayente, se sentía obligado a dar la espalda al fuego y a la tierra hollada que le rodeaba, y a hundirse en la floresta, siempre adelante, sin saber hacia dónde ni porqué; ni se lo preguntaba tampoco, mientras sonaba la imperiosa llamada en lo profundo de la selva. Pero en cuanto llegaba a la tierra virgen y la selva umbría, el amor de Thornton lo atraía de nuevo hacia el fuego.
Sólo Thornton lo ataba. El resto de la humanidad no tenía importancia para él. Los viajeros que pasaban podían alabarlo o acariciarlo; pero él se mostraba frío para con todos y cuando se encontraba con un hombre demasiado demostrativo, se levantaba para alejarse.

Cuando llegaron los socios de Thornton, Hans y Pete, Buck se negó a prestarles atención, hasta que supo que eran amigos de su amo; luego los toleró en forma pasiva, aceptando sus favores como si fuera él quien los confiriera. Eran los dos del mismo tipo rudo y corpulento de Thornton, que vivían cerca de la tierra, de mente sencilla y vista aguda; y antes de amarrar la balsa al desembarcadero de Dawson, ya comprendían perfectamente a Buck y sus costumbres, y no insistieron en obtener una intimidad como la que les brindaban Skeet y Nig.
Para Thornton, sin embargo, su amor parecía aumentar cada vez más. Sólo él entre todos los hombres podía poner una carga sobre el lomo de Buck durante los viajes de verano. Nada era demasiado para Buck, cuando su amo lo ordenaba.
Habían emprendido un nuevo viaje en busca de oro en las aguas de Tanana, y un día los hombres y los perros estaban sentados en la cresta de un barranco cortado a pico, cuyo fondo se hallaba unos noventa metros de profundidad. John Thornton estaba sentado cerca del borde y Buck a su lado. A Thornton se le ocurrió una idea, y llamó la atención a Hans y a Pete respecto al experimento que pensaba realizar.
- ¡Salta, Buck! – ordenó, señalando el fondo del barranco con la mano.
Un segundo después estaba luchando con Buck y el mismo borde del profundo abismo, mientras Hans y Pete les arrastraban a un lugar seguro.

- Es sobrenatural – comentó Pete, después que recobraron el aliento. Thornton sacudió la cabeza.
- No; es espléndido, y terrible también. Te aseguro que a veces me asusta.
- No me gustaría estar en el pellejo del que te quiera atacar cuando él esté cerca –
declaró Pete, señalando a Buck.
- ¡Por Cristo! – intervino Hans -. A mi tampoco.
Fue en Circle City, antes de que terminara el año, donde se cumplieron los temores de Pete. Black Burton, un individuo de malos instintos, buscaba camorra a un bisoño que estaba frente al mostrador de la taberna, y Thornton se colocó entre ellos para evitar la pelea.

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La llamada de lo salvajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora