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Bienvenida al infierno, Azul.
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—¡Cariño!. —escucho gritar a mi novio desde la planta baja. Voy donde se encuentra.

—Hola amor. —digo algo extrañada ya que siempre sube a buscarme.

—Preciosa, te tengo una sorpresa. —sonríe exageradamente.

—¿Una sorpresa?. —frunzo el ceño. —¿Hoy es un día importante?. —él ríe y niega con la cabeza.

—No, ¿acaso no puedo hacerte sorpresas?. —alza ambas cejas.

—Claro que puedes. —sonrío con algo de confusión aún.

Nunca me había hecho sorpresas a no ser de que sea un día importante como por ejemplo, nuestro aniversario o mi cumpleaños.

—Ponte esto. —me tiende una tela negra. —Véndate los ojos, no quiero que te lo quites hasta que yo te lo diga. —me guiña un ojo y veo llegar a Caitlyn y Sophie.

Caitlyn era la viuda de mi padre y Sophie su hija, la viuda ha quedado a mi cargo luego de que mi padre muriera en un accidente aéreo. Ambas mujeres se encargaron de quitarme todo lo que mi padre me ha dejado en su testamento, por suerte no me han hecho la vida un infierno, me han dejado en paz por el momento a pesar de quitarme todo lo cual no me interesaba en lo absoluto más que querer que mi padre regrese a mi lado.

—¿Estás nerviosa?. —pregunta con curiosidad la señora.

—¿Debería?. —pregunto con desdén.

—No lo sé, yo me pongo nerviosa cuando me hacen sorpresas. —se encoge de hombros y me coloco la tela en la cara.

—Mamá, déjala tranquila. —dice con falsa molestia la rubia.

—Solo decía.

—¿Listas?. —pregunta el masculino pero no recibe respuesta. —Bien, ¡andando!. —me toma del brazo y empezamos a caminar con él guiándome a un costado.

Al parecer nos subimos a su coche.
Eso lo confirmo cuando arranca y nos ponemos en movimiento. El viaje tarda unos minutos y cuando creo llegamos al lugar, porque nos detenemos y bajamos, volvemos a caminar y nos detenemos otra vez.

—Nombres. —dice una voz gruesa de hombre.

—Stuart Wilson, Sophie Farrell, Caitlyn Hudson y Bethany Jonson. —dicta nuestros nombres. Hay silencio por unos segundos hasta que el desconocido vuelve a hablar.

—Adelante. —empezamos a caminar nuevamente.

A lo lejos se escuchaba música. Frunzo mi ceño al escuchar esa clase de sonido, era como la de los antros o lugares de eso donde, ya saben a qué me refiero.
Seguimos caminando y el sonido es mucho más fuerte, al parecer ya estábamos dentro del lugar. Damos unos pasos más y nos detenemos.

—¿Me la puedo quitar?. —pregunto rascando bajo mi ojo. Esta cosa me daba comezón.

—Aún no. —responde con seriedad en su voz. —Te quedarás aquí con Cait, ya regreso. —suelta mi brazo pero alguien vuelve a tomarlo.

EdmondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora