9

939 36 1
                                    

Visita inesperada.
____________________

Acaba la pelea y dan por ganador a Edmond, algunos en las gradas celebran y otros se molestan. Martina y yo bajamos y caminamos por unos pasillos hasta una puerta negra, ella la abre y entramos, era un camerino. Estamos ahí unos minutos hasta que la puerta se abre dejando ver a la bestia con un hombre de más o menos 50 años, cabello blanco, piel morena, ojos grises y de más o menos un metro setenta y cinco de alto. Me mira curioso.

—Hola Thomas. —saluda Martina. —Amm, ella es Beth, es... —mira a Edmond. —Es mi amiga. —sonríe.

—Un gusto, Beth. —me tiende su mano. —Me llamo Thomas y soy el entrenador de Ed.

—El gusto es mío. —sonrío apenas.

—Bueno grandulón, estaré afuera. —le avisa a la bestia y luego sale.

—¡Estuviste genial!. —dice Marti acercándose a su hermano y lo abraza. Él sonríe y también la abraza.

Yo solo me quedo en mi sitio observando el lugar. Había una tenue luz que provocaba una lámpara sobre una mesa con un espejo. Podía ver, en el lado izquierdo de la pared, un armario y en el lado derecho, un escritorio, la mesa con el espejo y la lámpara, y un pequeño refrigerador. Alguien toca la puerta haciéndome salir de mi excursión visual, miro hacia el frente y veo que se abre la puerta, la mitad del cuerpo de un chico se asoma. Tenía el cabello rubio, piel blanca y ojos claros. Martina se acerca a él y besa sus labios, al parecer es su novio.

—Ya regreso. —avisa.

—Hola Ed. —saluda el chico.

—¿Qué tal, Jessie?. —saluda frío.

Ruego porque Martina se apiade de mí y me lleve con ella, pero al parecer era privado lo que tenían que hacer. Me siento en una silla que estaba detrás de mí y miro el suelo mientras juego con mis dedos, levanto un poco la vista y veo que la bestia se está quitando las vendas de las manos. Mientras, puedo ver su espalda fornida, repleta de tatuajes. Me pregunto si no le habrá dolido al hacérselos, a decir verdad, le quedan bien. ¿Pero qué digo?, no me gustan los tipos llenos de tatuajes.
Su carraspeo me hace salir de mi transe y levanto la mirada, sus ojos grises me examinan, su ceño está fruncido, como si estuviese enojado, pero su mirada transmitía diversión.

—¿Qué tanto miras?. —se cruza de brazos haciendo que aumenten su tonalidad.

La sangre se acumula en mis mejillas, siento mi cara arder. Muerdo mi labio antes de hablar.

—No te miraba a ti. —hablo más para mí que para él.

—Claro, no me mirabas a mí. —suelta una risita.

Y es la primera vez que lo escucho reír en toda mi estadía en su mansión.

—¿Por qué se supone que debería estarte viendo?. —alzo una ceja.

—No lo sé, dime tú. Tú me estabas viendo. —me desafía con la mirada.

—Pues, no hay razones para verte. Solo eres un rinoceronte tatuado, ni siquiera te hace guapo si es lo que pretendes.

—Eso no decías cuando estabas viéndome. —se acerca a pasos lentos, ¿o es mi imaginación?.

—¡Que no te estaba viendo!. —grito y me levanto de la silla.

EdmondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora