22. Desa

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Me despierto con el cuerpo engarrotado. Pestañeo frotándome los ojos, soñolienta. Me quedé dormida ahí. El libro está en la mesa de enfrente, cuidadosamente colocado boca abajo y tengo encima una cobija. Riah. Dejo caer mi cabeza sobre el respaldo, mis pensamientos viajan hasta él cuando recuerdo que debo ir a trabajar, busco mi celular, apenas tengo tiempo y salgo deprisa.

Mi marido no está en la habitación cuando entro, la cama está tendida. Mi pecho se oprime, me doy una ducha rapidísima, me pongo cualquier cosa que sirva para no morir de frío y bajo. Está en la cocina.

—Hola —digo con el cabello húmedo, evaluándolo. ¿Dónde durmió? Lleva un pantalón deportivo y una camiseta. No sé si acaba de llegar o ya se va.

—Buen día —dice y me tiende un termo con café y una barra de granola. Eso suelo agarrar antes de irme. Lo tomo desconcertada.

—Gracias —murmuro dándole un trago.

—De nada, espero que tengas un buen día. —Su mirada férrea me atrapa, me quedo ahí suspendida por unos segundos. Muero por preguntarle qué hará, a dónde irá, por qué está vestido así. No lo hago, en cambio asiento y salgo de ahí sin decir más.

...

Trabajo durante la mañana yendo y viniendo. Al final de la jornada no me apetece regresar a casa, aun así, lo hago. Riah no está, se siente tan vacía, en mi habitación me quito los zapatos, me pongo algo más cómodo y caliente, me hago algo de comer sencillo y me acurruco en la otra habitación con el mismo libro en la mano. Lo escucho llegar una hora después. Entra a donde yo estoy, serio.

—¿Llegaste hace mucho? —pregunta sereno, pero distante.

—Hace una hora —respondo.

—Estaba con Loen, me daré una ducha y luego... ¿quieres que vayamos a algún sitio? —propone conciliador. Lo sopeso un segundo, no sé qué hacer, al final asiento. Su rostro muestra una ancha sonrisa—. Genial —dice dándole un pequeño golpe al muro—. No tardo.

Me cambio por algo más presentable, mi cabello con este clima es un desastre así que lo dejo ser, lacio. Me maquillo un poco y salimos unos minutos más tarde. Me pregunta a dónde deseo ir, me encojo de hombros.

—A donde quieras, por mí está bien —suelto perdiendo la vista en las calles que tiene ahora árboles secos. Riah coloca el dorso de su mano sobre mi pierna y abre su palma, espera la mía. Observo el gesto, me tardo pero el final se la doy, la rodea con firmeza, luego la acerca a su boca y la besa despacio, como sabe hacer, mi respiración se ralentiza enseguida pues a pesar de todo lo deseo, siempre lo haré, comprendo agobiada. Sonríe satisfecho al notarlo. Se detiene en un semáforo que está en alto y sin que lo vea venir gira mi rostro y me besa, de inicio me quedo suspendida, pero no tardo en corresponderle con fiereza. Alguien usa la bocina para que avancemos, se separa alegre, lo suelto a regañadientes, no había notado cuanto me hacía falta su roce hasta ese momento en que lo pruebo y su sabor vuelve a someterme.

—Ahí estás, mi sol —solo dice y avanza. Mis mejillas las siento calientes, qué pretende.

Paramos en un restaurante que nunca antes hemos ido, se escucha música. Entramos cuando nos dan una mesa y sonrío complacida al ver que hay un pequeño grupo que toca sus instrumentos y canta, es relajante, agradable. Riah me tiende la silla y me siento absorta en ellos.

—Imaginé que te gustaría —murmura justo en mi oído generando un cosquilleo, giro y lo tengo casi sobre mi boca, aprovecha la ocasión y me besa, se lo devuelvo sin remilgos, lo he necesitado tanto esos días, tanto que olvido por un rato, mientras estamos aquí todo, absolutamente todo. Ya me siento tan agotada que me es imperativo dejarlo por lo menos unas horas. Envuelve mi mano, recargo mi cabeza en su hombro y nos perdemos en la melodía.

Más de ti • LIBRO I, BILOGÍA MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora