Décimo

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Liam

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Liam

Detengo el columpio con una de mis manos, y Aria gira su rostro para enfocar sus ojos sobre mí.

-¿Qué sucede? –me pregunta.

-Está lloviendo –exclamo en respuesta.

-¿Y? –pregunta mientras enarca una de sus cejas sin apartar sus ojos de mí.

-No queremos agarrar un resfriado –respondo con una sonrisa.

-¡No seas miedoso! –Pronuncia mientras brinca fuera del columpio- el agua no es acido. Piensa que la lluvia son las lágrimas del cielo, piensa, que son los sentimientos del cielo.

Ella dirige su mirada hacia las nubes, y cierra sus ojos debido a las gotas de agua que caen sobre su rostro. Aria me sorprende más cada día, es hermosa, es dulce, es increíblemente mágica, una tarde con ella puede ser el motivo de una sonrisa para cualquiera.

-Ahora que lo recuerdo –menciona mientras baja su rostro y me observa de forma retadora- tú me debes una revancha, de aquella carrera perdida a base de trampas.

-Trampas que alguien por ahí comenzó –digo mientras enarco una de mis cejas- pero igual te concedo la revancha.

-Bien –exclama y luego pasea su vista por el lugar- será una carrera, desde aquel árbol –señala un árbol que se encuentra un tanto alejado de nosotros- hasta aquella casita de juegos.

Una sonrisa se plasma en mis labios mientras camino a un costado de ella, en dirección al árbol.

-Esta vez sin mentiras –menciono y ella suelta una risa.

-Y sin cosquillas por favor –pronuncia y ambos soltamos una carcajada- Bien. A la cuenta de tres, dos, uno.

Ambos empezamos a correr lo más rápido que podemos. Al inicio de la carrera yo voy ganando, como ya tenía previsto, así que para darle un poco más de emoción al asunto, bajo la velocidad apropósito para que Aria pueda alcanzarme, e incluso pasarme. Al rato aumento mi velocidad nuevamente, tengo planes y para poder llevarlos a cabo debo ganar, pasados unos segundos logro alcanzarla, y al momento de llegar a la casita, mi victoria es anunciada con una diferencia bastante pequeña.

Ambos nos mantenemos en silencio mientras recuperamos la respiración. En ese momento la lluvia empieza a aumentar.

-No puedo creerlo –exclama ella- ¡Perdí otra vez! –pronuncia mientras deja caer su rostro y observa sus zapatos.

-No seas mala perdedora –menciono mientras suelto una risa- además, hay muchas otras cosas en las que me ganas.

Ella eleva su rostro y me observa con los ojos entrecerrados debido a la lluvia. Está completamente empapada, y debido a esto, su camisa se encuentra pegada a su piel, dejando como detalle llamativo el tamaño de sus pechos.

Miradas de chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora