El cubículo consta de tres paredes blancas que el tiempo se ha encargado de mancillar, manchándolas de polvo, de mugre, de inhospitalarias marcas. El muro frontal alberga un escritorio que está adherido al mismo. Debajo de éste son patentes las pisadas de los que fueron mis desconocidos predecesores. Sus zapatos han pintado con negras tintas el espacio que, oculto de la luz de la bombilla central que cuelga sobre mi cabeza, forma una especie de oscura cueva donde mis pies desaparecen de vez en cuando.
Quien observase sin atención, no notaría jamás las secretas pisadas. Quien, como distraído, se detuviera sólo un instante, no podría percatarse de que las marcas pertenecen a un incierto número de propietarios. Yo las he estudiado y puedo decir (a partir de las diferencias en tamaños y formas) que al menos otras cinco personas han ocupado el lugar que hoy ocupo yo y que sus zapatos, así como los míos, deben haberse balanceado varias veces entre la luz y el abismo que yace debajo de mi escritorio.
Y hablando de. Este mueble tiene también sus peculiaridades: es una pieza de metal azulado que ha cedido en más de una de sus regiones a un óxido cobrizo que atenta contra su integridad física. Sobra decir que es desagradable a la vista y que estaría mejor ubicado en un taller o en una escuela de educación técnica que en una oficina. A su izquierda y a su derecha se ubican sendos cajones. El de la siniestra no merece mayor reparo, es feo como el conjunto y presenta un hueco donde debería estar su cerradura. El de la diestra es distinto a su hermano. Se trata de un cajón de madera, sin cerradura. Ignoro la planta de la que podrían haber sacado esta pieza, pero no me sorprendería que se tratase de leña de un árbol caído. Es evidente que fue construido a las apuradas, para llenar el vacío que algún contratiempo dejó ahí donde antes existía un compartimiento metálico, y si bien no tiene cerradura ni candado, hay que zarandearlo de determinada manera para que abra.
Dentro, en las delgadas láminas de madera que constituyen esta improvisada casilla, ajenos colaboradores han encontrado oportuno colocar anotaciones secretas con tintas de diversos colores.
Esto, al igual que el abismo que yace debajo de mi escritorio, al igual que las secretas pisadas que siguen involuntariamente mis pies, es algo que no podrá jamás divisar, nunca podrá notarlo, el que pase distraído.

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Melodía Solitaria
General FictionUn personaje ignoto que trabaja en un ambiente que muchos describirían como un infierno, entre tareas monótonas y luces monocromáticas. Una repetición de labores mundanas e ideas que se convierten en cíclicas, baladíes, detestables. La presencia d...