VII

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Los expedientes que otrora solían saturar los rincones de mi cubículo han entrado en claro declive numérico. De manera paulatina han comenzado a decrecer en cantidad. En una medida inversamente proporcional, las marcas en los mismos han incrementado sensiblemente. Cada vez más tachaduras en negro, convierten a estos archivos en textos mutilados. Clasificarlos se vuelve una tarea minada de conjeturas, pues apenas si hay alguna información que permita atribuirles tal o cual naturaleza, tal o cual categoría.

Para peor, se me ha impartido la curiosa orden de marcar como sensibles o como comprometidos ciertas palabras, con independencia del contexto de las mismas. Esto nunca antes había sucedido y, en las más de las veces, parece carecer de todo sentido. Un ejemplo de hoy dice:

Mayo 10, ------, R------

Después de lo sucedido en --------- Se labra expediente N°-------
Fade ---------
Se recomienda ---------

C----------

Mi tarea se ha limitado a realizar el llamado en azul en la palabra "Fade" que bien puede ser un nombre propio, la expresión "desaparecer" en inglés, o una nomenclatura perteneciente al organismo, sea cual fuere, de donde ha venido este archivo. Dado que se encuentra al principio de una oración, su letra inicial en mayúsculas podría no significar de inmediato la existencia de una persona física.

Administración es una palabra que se me ha ordenado marcar en rojo. Es decir, señala la posibilidad de datos comprometidos.

Todo lo mentado ut supra me pone cada tanto al borde de la frustración porque, más allá de la dificultad que puede suponer catalogar los expedientes que llegan en un estado de elevado ocultamiento, la verdad es que, a la fecha, la reducida cantidad de los mismos me deja horas enteras sin trabajo. Horas enteras en la que lo único que tengo para entretenerme es lo que gira dentro de mi cabeza.

V.

Gabriel, por otro lado, parece disfrutar esta repentina reducción laboral. Sonríe más a menudo y sus espectrales suspiros han aminorado en relación directa a la desaparición de expedientes.

¿Ya habíamos acordado que soy un fantasma, no? – Me dice en una pausa de café – Digamos entonces que el subsuelo es una especie de purgatorio. Un lugar que se supone de tránsito. Ninguno de los que están ahí es feliz porque ¿cómo podrían ser felices si todavía están yéndose a otro lado? En verdad, nadie quiere trabajar en los archivos del subsuelo, pero lo aceptamos porque sabemos que es temporal. La reducción de expedientes es un síntoma saludable: algo está cambiando, algo se está moviendo. Vamos hacia algún lugar.

Le hago notar que yo, de hecho, estoy feliz de trabajar en mi cubículo y que preferiría seguir ahí durante el mayor tiempo posible.

Su mirada se enciende con ese ingenio que le es habitual, sus labios se amplían en una sonrisa pícara y, justo cuando sé que está a punto de sacar una broma de la galera, se detiene. Su mueca burlona se apaga como una llama que se extingue, y su rostro se impregna de inmediato de la seriedad propia de los velorios. Hunde su mano izquierda en el bolsillo del pantalón y extrae la caja de cigarrillos. La pone a mi alcance y dice:

Lo siento mucho.

La forma en la que lo dice, como una oración rendida que se eleva a un dios indiferente del que se pretende todavía un poco de piedad, como las malas noticias que un doctor le da a un paciente sabiendo que no hay nada que hacer, tiene una pesada carga de resignación y amarga tristeza. Sus palabras se hacen sal en mi oído y un cosquilleo paralizante trepa por mi espalda.

Tomo el cigarrillo que me ofrece. Yo no fumo.

Quiero saber por qué dice que lo siente. Yo no le pregunto.

Podría volverme todo lo fuerte e indiferente que quisiera, pero la lluvia todavía me mojaría al caer sobre mí. Manos invisibles son siempre las que más desvían nuestros caminos.

¿A dónde te estarías yendo? Inquiero y él parece feliz de que esa pregunta llegue al fin.

A R--- – dice – ando buscando un coyote.

Melodía SolitariaWhere stories live. Discover now