XIV

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El rostro pálido me observaba sonriente. Pero en esa mueca me pareció notar una seriedad que era apenas disimulable, una frialdad impropia del Gabriel que había tratado en los meses anteriores, una distancia incompatible con cualquier pausa de café.

Devolví el saludo y, de inmediato, pregunté qué estaba él haciendo a las puertas de mi morada.

¿Vivís en este barrio? – Preguntó, y rascó su mejilla izquierda mientras su vista recorría las abandonadas calles circundantes, una leve neblina escapaba de sus labios, producto del frío nocturno – No tenía idea. Vine porque tenía que ver a una antigua novia. Vine porque – y clavó sus ojos al piso durante apenas un segundo, para volver luego a colocarlos en mí, mientras sus manos se hundían en las profundidades desconocidas de los bolsillos de su sobretodo oscuro – porque tenía que despedirme de ella. Supongo que es una fortuna que hayamos coincidido ahora, pues también tenía que despedirme de vos.

"También tenía que despedirme de vos" repitió mi mente y el instinto se activó, disparando una señal de alarma que me despejó la cabeza. De repente, sentía miedo. De repente, me parecía que esas manos blancas, en esas madrigueras oscuras, podían esconder una desconocida amenaza contra mi vida.

¿Le temía... le temía a Gabriel?

Forzando las palabras, empujándolas más allá de mi garganta, le pregunté a donde había estado los últimos días, y a dónde estaba pensando marcharse.

Ah, es verdad. No tuve oportunidad de decirte nada – mencionó – Fui trasferido. Al fin de cuentas, conseguí un trabajito en la capital, en Rojo – alzó la vista, dirigiéndola a una estrellada noche de invierno. Soltó una bocanada de aliento hecho humo. Lo observó disiparse. Sólo entonces volvió a decir: Todo el asunto fue un tanto repentino, lamento no haber aparecido por el subsuelo para una despedida adornada con los ornamentos laborales que pudieran corresponder. Bueno, con un último café ¿no? – sonrió, y por un momento volvió la seguridad a mi corazón, pues los hoyuelos en sus mejillas delataban una sonrisa sincera. Una lástima que mi tranquilidad fuera tan efímera como ese vapor que se dispersaba en el aire, pues él acabó por decir, removiendo toda alegría genuina de su rostro: - Pero ahora que estamos aquí, hay algo más sobre lo que me gustaría preguntarte. Ni siquiera lo mencionaría si no fuera porque es un poquitín importante...

Inquirí de qué se trataba.

Hay un documento que necesito presentar en mi nuevo puesto de trabajo. Un documento que debería haber llegado a mi domicilio pero que por un error se traspapeló y terminó en el subsuelo. Sin embargo – dijo meneando la cabeza con un gesto de fingido, o auténtico, hastío – me parece que no cayó en mi cubículo. Estaba pensando que... podría haber llegado al tuyo ¿quizás?

Su mirada descansaba en mis ojos, impaciente. No importaba que su rostro intentase aparentar camaradería o amistad. No se trataba del compañero fantasmal que había conocido en el tiempo pasajero. Algo había mutado en él, algo que no podía ser disimulado, algo que no podía ser distraído. Me pareció percibir una leve tensión en su brazo izquierdo, como si su mano siniestra estuviera por extraer algo del bolsillo del sobretodo.

Le dije que tenía lo que él estaba buscando y, tratando de calmar mi propio pulso tembloroso, extraje el documento cuidadosamente doblado del bolsillo interno de mi abrigo. Lo ofrecí, al final de mi brazo derecho extendido, sin moverme un paso hacía Gabriel. Él repitió el gesto, también con su diestra. Al tomar el papel, lo estudió brevemente y su rostro pareció distenderse.

Gracias – mencionó mientras volvía a doblar cuidadosamente el pliego y a depositarlo dentro de su sobretodo – Esto tiene un valor personal para mí.

Melodía SolitariaWhere stories live. Discover now