VIII

16 2 0
                                    

Antes solía recibir las pausas para el café con un modesto beneplácito, como quien acepta un vaso de agua cuando no tiene sed, sólo para no despreciar una cortesía ajena. Ahora, en cambio, espero a que sean las once con la misma urgencia que un chiquillo de primaria espera el timbre del recreo.

Y es que en todo el día he tenido sólo un expediente ¡Un mísero archivo! Ni qué decir de su contenido. Ínfimo, escueto, parco. Me parece increíble que del cuerpo todo no se pueda extraer una sola idea coherente, merced de los múltiples desmembramientos. Peor aún, de lo poco que ha quedado, mi deber me ha impuesto señalar con tinta roja:

LÍBRESE DECRETO

Junio 15, ------, Dirección -------, R------


Por orden expresa:
Autorícese ---------- N°-------- de fecha ------ de ----
Por la presente, rechácese---- ------ in límine. Referencia N°-------
Despacho del Arquitecto. Efecto INMEDIATO.

P-------------

Gabriel rasca con la punta de su dedo índice la leve hendidura que existe entre su labio superior y la parte inferior de su nariz, mientras su pulgar rosa con suavidad el hemisferio más bajo de su barbilla. He notado en esto una especie de acto involuntario, del que parece echar mano cada vez que se queda sin cigarrillos que le entretengan la motricidad. En ese estado, le exteriorizo mi preocupación respecto de la disminución de expedientes.

¿Qué es lo que te molesta tanto del tiempo libre? Amén de la posibilidad de que nos despidan a todos por falta de tareas, claro.

Mi corazón da una puntada. Todavía no había considerado la amenaza inminente de un cese total de actividades. Lo curioso es que el rostro de Gabriel, de donde acababa de surgir esa quimera, estaba calmo como cuando se discute la posibilidad de un otoño agradable. Atiné a contestarle que lo que en verdad me molestaba era el aburrimiento y el tedio; las largas horas sin nada que hacer en el subsuelo.

Pensé que te gustaba el subsuelo, que te gustaba tu cubículo – repone.

Le explico que me gustan, siempre que tenga alguna función, algo que hacer.

Mientras estás distraído, claro – expele un bostezo de desinterés, y termina diciendo – El subsuelo tiene esa luz blanca tan molesta... no es un buen lugar para jugar a las escondidas ¿no?

Respondo diciendo que, a veces, me ha parecido notar en el subsuelo su propio encanto. Un encanto enigmático y decadente, quizás inclusive desesperado. Como si un puñado de Sísifos esperasen ansiosos una revelación que volviese a sus tareas en algo más agradable, o más significativo.

¿Sísifo, eh? ¿El sujeto que rodaba su piedra cuesta arriba solo para verla caer de nuevo? –Repone él– En algún momento se me ha ocurrido considerar qué podría haber pasado por la mente de alguien obligado a realizar una y otra vez la misma tarea, hasta el final de los tiempos. Sea que se trate de empujar una carga hacia arriba de una montaña, o pasar los días encerrado en un cubículo. Los pensamientos comienzan a embotarse en algún punto ¿no es verdad? Y uno se ve obligado a llevar adelante pequeños rituales, a realizar secretas y personales acciones, que en un acto humilde de rebeldía le recuerden que el individuo no es su piedra, ni es su cubículo.

"Pequeños rituales, secretas y personales acciones" El fantasma tenía la indudable cualidad de enmarcar sus ideas entre ciertas frases que las teñían de una mística particular, que las dotaban de una cuasi solemnidad que hacía que las palabras se anidasen en el alma y la hicieran cavilar, aunque la cuestión a dilucidar no fuera otra cosa que la monotonía de un día de oficina.

Pequeños rituales... una billetera, V., pisadas ocultas y mensajes secretos.

¿Una melodía melancólica...?

¿Me habías escuchado...? Te pido disculpas – y mientras sonríe, su mano rasca su mejilla y lo lleva a voltear el rostro, apartando de momento la vista – A veces es voluntario, pero lo más común es que no me dé cuenta de que lo estoy haciendo.

¿Es ese tu ritual, Gabriel? ¿Es ese tu humilde acto de rebeldía?

Melodía SolitariaWhere stories live. Discover now