VI

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Mi pálido compañero se ha vuelto un conversador asiduo. Algo hay en él que resulta inescrutable, lo que viene a fomentar aún más la idea de que se trata de un espectro. Un fantasma a través del cual se puede observar, pero del que se desconoce a ciencia cierta la calidad de la materia que lo constituye. Charla animadamente sobre temas diversos y es rápido con las bromas. Pero me ha parecido notar en esto un acto reflejo, un curioso mecanismo que se activa cada vez que se le inquiere sobre algún asunto que prefiere evitar. Sonríe, sus ojos intensos relampaguean en un destello de brillantez y de las profundidades de sus bolsillos extrae, a veces un delgadísimo cigarro, a veces una historia para distraer.

He abrazado – dice – una teoría que leí alguna vez en un libro cuyo autor probablemente murió en el anonimato. La idea es bastante sencilla: nada hay fuera de uno. Las experiencias son intransferibles, las emociones no se duplican. Cada persona constituye una unidad autónoma que, si bien cree interactuar con las demás, éstas últimas no existen sino en la medida que son objeto de interpretación de la primera, que es uno mismo. La muerte constituye el final definitivo de ese intento incesante de transferirle al otro, sin más éxito que algunos resultados inocuos, las cosas que acontecen dentro de los límites de nuestra piel. Decimos "te odio" pero el otro no entenderá nunca la magnitud de ese odio. Decimos "te amo" pero no hay forma de encender en el otro esa chispa que nos lleva a la locura y, aunque así fuese ¿cómo podríamos estar seguros?

Aprovechando su curiosa exposición, le hago saber que he llegado a pensar en él como un fantasma que embruja con su presencia el subsuelo donde trabajamos.

Lo soy – responde, a la vez que suelta el humo del cigarrillo – Un fantasma que existe para tu interpretación y diversión ¡espero estar haciendo un buen trabajo! – Su mirada se pierde en algún lugar del horizonte y dice: – Pero todos somos fantasmas para los demás – y en su rostro puedo llegar a notar un tono burlón.

<Hay días que he olvidado, en ellos habitan personas que ya no recuerdo.

Hay días que no puedo olvidar, en ellos viven las personas

Que ya no me recuerdan.>

Le pregunto si los fantasmas silban, acaso, espectrales melodías. Pero la pausa para el café ha terminado y mi pregunta queda sin respuesta.

Melodía SolitariaWhere stories live. Discover now