II

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El subsuelo donde nos encontramos es un emplazamiento un tanto decadente. Los pasillos se encuentras iluminados por tubos fluorescentes que emiten sus rayos blancos, no sin antes reverberar el aire con un zumbido similar al de una pesada mosca en días de verano. La luz clara no se distingue en nada de aquella que emerge de los focos centrales que posee cada cubículo y cuando todo esto se conjuga con nuestras blancas paredes, diera la impresión de que uno ha quedado parcialmente ciego.

Pero uno se acostumbra. Uno siempre termina por acostumbrarse.

Es posible distraerse del efecto visual monocromático que producen los haces lumínicos, y del zumbar de mosquito que emiten los cilindros fluorescentes. Esto se logra concentrándose en el trabajo que se tiene a cargo, y lo lleva a uno a preguntarse si estas instalaciones no habrán sido diseñadas teniendo en cuenta, justamente, este detalle. No ofrecer entreteniendo alguno a la mente que no fuera aquel que manda el deber.

Y llegado el punto, la mente termina por ceder. Se doblega y acepta -y hasta espera graciosa- la servidumbre que se la ha de imponer. En este desierto blanco, uno se postra cual camello, ansioso de recibir una carga (¡y mejor si se trata de un jinete!) Que provea un sentido ulterior a la travesía. ¿Qué llevaré a mi lomo? ¿Cuál será hoy mi tarea?

Pero estoy exagerando. Hay, además de lo dicho anteriormente, un descanso programado: La única excusa que tenemos para salir y respirar aire fresco, dejando atrás el pesado olor a cerrado de expedientes y archivos empapados por el tiempo, es una pausa para café a las once de la mañana. Alguien intentó en más de una ocasión colocar una cafetera en el subsuelo. La misma fue destruida subsecuentemente por desconocidos justicieros.

No necesito excusas. Ni descansos. Ni escapes. Estoy aquí porque es aquí donde quiero estar.

Mis compañeros de piso son, en su mayoría, gente sombría que no comparte esta opinión. El encono y un silencioso desasosiego conforman el estado general de ánimo, del cual parecen haber estado empapados, también, mis predecesores.

Una de las secretas notas, asentadas en el cajón de madera, escrita con tinta roja, dice:

<He perdido interés en quejarme y renegar de esto o aquello cuando se anula el pasado y se aprende a vivir sólo en el aquí mucho pierde el sentido. 

Ya no me importa mi dolor. 

 El pasado y el futuro, son problemas de alguien más.>

Melodía SolitariaWhere stories live. Discover now