El melifluo recorría los abandonados rincones de las oscuras callejuelas. Las notas musicales escapaban en forma de silbido, expelidas desde el pálido rostro, rebotando en las paredes, ascendiendo a la helada noche estrellada. De repente, en una intersección, la Vie en Rose se extinguió sin previo aviso. Hubo un segundo o dos de silencio, hasta que la grave voz, pesada como un costal de ladrillos, áspera como papel de lija contra el muslo, mencionó:
-No has terminado tu trabajo.
-¿Ah? – Respondió el sujeto de mirada café y cara de papel – No estaría entendiendo a qué se refiere.
El hombre de escaso y cano cabello se acercó un par de pasos. Colocándose a la par, la diferencia entre ambos se volvía ostensible. Si bien Gabriel no era ningún pigmeo, y su estado físico era el de alguien promedio, la proximidad con su interlocutor generaba la impresión de que éste último era un Goliat, con sus músculos luchando por romper las texturas de sus oscuras ropas y los surcos de unas prominentes arrugas en su frente muy próximas a los límites de su cabeza, que debía estar a casi dos metros del piso. Una cicatriz en diagonal ascendiente le decoraba la mejilla izquierda, como detalle final en un rostro de apagado color marrón.
-¿Recuperaste el documento? – preguntó el desconocido. Su voz parecía volverse más ronca cuanto más tenía que usarla.
-Helo aquí – mencionó Gabriel, antes de extraer un pliego amarillento cuidadosamente doblado y exhibirlo, sostenidos por sus dedos medio e índice.
El Goliat trató de tomarlo en un manotazo, pero el de cabellos negros lo apartó de su alcance. Hubo un gruñido de fastidio, seguido del espeso silencio en el que las miradas de ambos se sostuvieron mutuamente. Luego afloró una sonrisa en Gabriel, al momento que decía:
-Lo lamento, pero no puedo dárselo. Entenderá usted que apartarme de este pliego fue lo que me metió en todo este enriendo para comenzar. De cualquier manera... - dijo mientras desdoblaba la página con el cuidado propio de quien trata con un documento histórico – Puede ver que es el oficio auténtico, tiene las marcas y sellos de la Administración – Terminó de decir, mientras exhibía el papel amarillento.
El extraño corpulento lo examinó desde donde estaba. Asintió al confirmar que se trataba del original y no de alguna apócrifa dúplica. Gabriel volvió a depositar el pliego en la seguridad de sus ropas.
-¿Te has encargado del infractor? – preguntó el Goliat.
-¿Encargarme? Le he propinado una severa reprimenda.
-No has terminado tu trabajo.
-Ignoro a qué se refiere. Mi responsabilidad era recuperar el documento para presentarlo luego, llegado el momento de la firma del contrato. Pero ¿trabajo? No recuerdo que un superior viniera a darme orden alguna.
Los ojos del desconocido de escasa cabellera se ciñeron. Su pesada mano se cerró sobre el hombro de Gabriel.
-El Código de la Administración señala que la extracción de documentación es castigada con...
El de rostro pálido apartó, con cierta violencia incluso, la mano que le oprimía el hombro.
-Le recuerdo que no soy parte de la Administración. No hasta la firma del contrato. Ya tengo lo que necesitaba. Si usted pretende hacer valer la ley administrativa, adelante. Siguiendo por ese camino hallará al infractor que tanto le molesta.
-Si creés que vas a prosperar en la Administración teniendo actitudes de este tipo, estás sumamente equivocado. Los administradores no suelen ver con buenos ojos a los desobedientes.
-Haga lo que considere adecuado, ejecutor. Si no me equivoco, hay todo un procedimiento descripto para la presentación formal de quejas ¿no? ¿Artículo 150...? ¿O era el 220? En fin, nunca fui bueno con los números – Gabriel tanteó sus propios bolsillos. Al cabo de un rato pareció recordar algo: en el compartimiento trasero de su pantalón había aún una caja intacta de diez cigarrillos. Los extrajo y los abrió frente del hombre corpulento. Una morisqueta involuntaria le recorrió el rostro, al recordar una treta que había tomado lugar minutos atrás...
Alzó la cajetilla, ofreciendo a su interlocutor tomar uno. El otro se negó.
-¿Tendría fuego? – preguntó Gabriel, amenizando su rostro, como un chiquillo que pide un dulce. El Goliat dudó un instante, antes de convidarle lumbre - ¡Se lo agradezco! – Mencionó antes de prender el encendedor, y luego devolverlo – Si usted hubiera aceptado, podríamos habernos quedado a conversar un poco más. Dadas las circunstancias, lo mejor será que nos separemos. Mañana temprano debo partir. Lo que es más – dijo mientras su mirada vagaba por los desiertos parajes – he escuchado que estas calles no son apropiadas para pasear de noche. Demasiada gente sospechosa ¿entiende? Cuídese. Si la suerte nos sonríe, volveremos a encontrarnos.
-En verdad – respondió el otro en clara señal de hastío – Prefería no volver a verte.
Gabriel detuvo el cigarrillo a unos centímetros de su boca, interrumpiendo una pitada y, con fingida mirada triste, le dijo:
-He escuchado eso demasiadas veces antes.
Echó a andar. La Vie en Rose volvió a ganar las callejuelas oscuras, como si se tratase de hechizada melodía que proviniese de un fantasma vagabundo que saliese a espantar transeúntes en la noche huérfana.
Pronto, el Goliat quedó sólo. Giró sobre sí mismo, para mirar en la dirección opuesta. Considerando si debería hacer algo respecto de la persona que había sustraído el documento en primer lugar...
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Melodía Solitaria
General FictionUn personaje ignoto que trabaja en un ambiente que muchos describirían como un infierno, entre tareas monótonas y luces monocromáticas. Una repetición de labores mundanas e ideas que se convierten en cíclicas, baladíes, detestables. La presencia d...