Durante un tiempo, los expedientes dejaron de llegar.
Yo temía que alguien se hiciera presente de un momento a otro, para anunciarnos que estábamos todos despedidos. Una parte de mí asumía que el comunicado probablemente llegaría mediante un telegrama o una carta documento.
Antes, las personas del subsuelo se ocupaban en sus tareas y, pese a que no perdían oportunidad en dejar en claro que detestaban estar metidos ahí, resultaba evidente que el trabajo les daba una especie de desahogo a la frustración, aun siendo una de las causas de dicho encono. Era, podríamos decir, un incendio controlado. Ahora, en cambio, el ambiente se había vuelto denso y hostil. La gran mayoría no tenía nada que hacer y podría jurar que si alguien hubiera encendido una chispa (figurativa, aunque quizás también literal) todo el lugar habría volado por los aires en una inmensa bola de llamas y humo.
Hoy, en particular, me habría servido bien ese espíritu un tanto leve y un poco absurdo que había conocido durante los últimos meses. Pero Gabriel había faltado al trabajo. No pensé que su ausencia, más allá de mis cuatro paredes, pudiera sentirse de manera tan notoria. No pensé que, involuntariamente, estaría aguzando el oído, buscando captar un resoplo a modo de queja, o un silbido en rebeldía. Creo que, a la fecha, su presencia se me antojaba como una especie de amuleto: quizás inútil en la práctica, pero de tenerlo cerca me sentiría mejor. Sentiría que la suerte de esta situación podía girar en cualquier momento de manera venturosa.
O era, tal vez, que mientras él andaba rondando y me divertía, que mientras charlábamos en las pausas de café y me llenaba de distracciones, yo suspendía de momento mis propias reflexiones. La voz en mi cabeza se callaba para dejarle un espacio a la suya que, a base de relatos y tonterías, de caramelos para la mente, entretenía el hambre de mis juicios personales... antes de que la misma se convirtiese en el dolor propio de algo que se devora a sí mismo.
Pensé en la roca que, un día sí y otro también, sube la cuesta empujada por un espíritu resignado. Imaginé al hombre encargado de tal tarea.
Y me sentí en soledad.
Te extraño, V.
Pero tengo que ingeniármelas ahora para fabricar mis propios razonamientos ridículos.
Un día como cualquier otro, encontré una canción en la radio que me pareció espectacular. Tomé los recaudos necesarios para apuntar parte de la letra, de forma tal de buscar el tema completo luego. Como sería de esperarse, procedí a descargarlo. Lo escuchaba todos los días. Me fascinaba. Me desbordaba de una serie de emociones que oscilaban entre los extremos de la alegría y la tristeza, y de la tristeza a la alegría. Aprendí la lírica, memoricé el ritmo, interioricé los tiempos. Ni un día pasaba sin que pensase en esa canción que, cual melodía de sirenas, impregnaba mi mente y tomaba mi corazón.
Pero en algún momento, comencé a saltearla. Un par de veces al principio.
Luego la olvidé por completo. El destierro fue tan repentino, tan abrupto, que a la fecha no soy capaz de recordar ni siquiera el nombre de la canción. Queda apenas el recuerdo nebuloso y lejano de algo que en su momento era valioso, por motivos que ya no soy capaz de señalar.
Algo similar sucedió con V., con la diferencia de que yo no he olvidado nada.
¿Cuántas veces habremos sido, sin saberlo, la canción favorita de alguien?
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Melodía Solitaria
قصص عامةUn personaje ignoto que trabaja en un ambiente que muchos describirían como un infierno, entre tareas monótonas y luces monocromáticas. Una repetición de labores mundanas e ideas que se convierten en cíclicas, baladíes, detestables. La presencia d...