Creo que nunca te había contado esta historia – dijo Gabriel, mientras encendía un nuevo cigarrillo y cerraba los botones de un saco gastado que le quedaba un tanto grande en los hombros. El invierno había llegado y dejaba sentir su gélida caricia con el peso soberano de las órdenes de un rey. Una bocanada de humo precedió al resto de su relato: - Hubo una ocasión, con una mujer. Ah, no recuerdo su nombre. Llamémosle Ana, por decir algo. Había conocido a Ana de casualidad y la había cortejado por aburrimiento. El asunto es que Ana rechazó enteramente mis intenciones cuando las exterioricé. De la manera más rotunda, sí – sus labios formando esa mueca pícara me permitían intuir que probablemente se habría acordado de algún detalle particular que quizás no compartiría - En el momento en que ella me rechazó, yo redoblé mis esfuerzos. Ella me gustaba, un poco. Pero no estaba enamorado. Mi ensañamiento, acaso, respondía a la emoción de lo que está prohibido. Ella se había colocado fuera de mi alcance y eso me hacía desearla. Quizás... quizás ni siquiera desearla físicamente, bastaba con lograr que ella me dijese que sí, aunque nada nunca llegase a concretarse – Una larga inhalación hizo que la chispa de su cigarrillo recorriese medio camino. Contuvo el humo un momento y, tras liberarlo en una silueta semi-circular, prosiguió – Tardé meses. Puse un empeño absurdo, si es que podemos decir que a tal nivel de atracción física corresponde tal nivel de esfuerzo. Aquí lo uno no se condecía con lo otro. Bueno, tardé meses, pero ella accedió a salir conmigo. "Una cita" pero no te ilusiones, me dijo. Pero yo estaba emocionado. Desbordaba la alegría propia de – bajó la mirada, dio una pitada leve. Creí ver una pequeña sombra dibujarse en su rostro fantasmal – Sea como fuere – dijo, y recompuso el perfil distendido que le era común – Ella accedió a salir conmigo una noche de verano, fin de semana. Yo había estado trabajando como un burro durante la mayor parte del día y, cuando llegó la hora señalada, estaba medio muerto. Muerto, pero feliz. Mis pasos se sentían etéreos y mis manos, que hasta ese momento dolían de agarrotadas, se suavizaban a la espera del contacto con una superficie más tersa. Me estoy yendo de tema... partía camino a la esquina señalada donde tenía que encontrarla. Iba, esto lo recuerdo bien, un par de minutos tarde. A una parte de mí esto le preocupaba ¿qué pasaría si demoraba demasiado y Ana se marchaba? Pero otra parte, la que pudo más, decía ¿no es hermosa la noche? ¿No lo es incluso para estar solo? ¿No es demasiado perfecto caminar estas veredas juveniles de verano en esta velada de fin de semana?
La mujer, Gabriel ¿qué pasó con ella?
Ah, sí. Perdón – respondió a mi petición de no apartarse de la historia principal. El cigarrillo descasaba en su mano izquierda, entre los dedos índices y corazón – Al llegar a la esquina, allí estaba ella. Desafortunadamente – dijo, y ladeo la cabeza con algo de pesar – no iba sola. Una amiga le hacía compañía y, lo supe tras intercambiar el saludo, era una compañía para toda la noche. Una cláusula de seguridad, podría decirse. Su amiga estaría con nosotros el resto de la velada. Nos acompañaría a pasear y a cenar – frunció el ceño y, como siempre que hacía eso, la piel en su nariz se contrajo ligeramente – Me sentí íntimamente devastado. De repente, todo el cansancio y el dolor volvían a mí, como si se hubiera cortado al punto el efecto de algún analgésico. Bueno, estaba decepcionado. Esto no era lo que yo esperaba. No era una aceptación de su parte. No era la victoria que yo quería... - finiquitó lo último de su vicio y arrojó con violencia la colilla – Pero algo vino a compensar todos mis esfuerzos: su amiga. Creo que no sería exagerado decir que me enamoré inmediatamente de esa polizonte; una muchacha alta, de ojos negros y unos rulos adorables que le caían por la espalda. Sea como fuere, anduvimos un par de cuadras los tres. Al llegar a una intersección muy concurrida, esperé a que el semáforo permitiese el paso. Ana iba por delante del grupo y, prontamente, se perdió entre la gente. Yo tomé la mano de su amiga y corrí en la dirección opuesta.
...¿Qué?
Sí – respondió, y volvió a meter la mano en uno de los bolsillos. Extrajo la caja de cigarrillos y la abrió. En el interior restaban dos. Tomó uno, me alcanzó el otro (que yo acepté) estrujó la cajetilla contra su palma. Prendió el nuevo cilindro en miniatura y lo respiró un poco antes de proseguir – Ella no tenía idea de lo que iba a pasar. Doblé la primera esquina. La besé. La besé como... - alzó la vista, las nubes ese día no dejaban ver nada, pero quizás en ellas él buscaba la frescura del recuerdo – La besé como si supiera que no iba a verla nunca más después de aquello, como si supiera de seguro que sería la primera, la última, y la única vez que podría hacer algo así.
¿Y bien...?
El rodillazo que me llevé en mi... eh... "bajo estómago" fue tan potente que durante un par de días me costó caminar. Y hasta estuve preocupado de perder mi descendencia – se rio un poco y, tras componerse, prosiguió – Ella me abandonó de inmediato, hecha una furia. Yo me quedé ahí hasta recuperar el aliento. Cuando pude andar, volví a casa a dormir. Al día siguiente debía volver a trabajar.
¿Eso es todo?
Sí
¿Qué clase de historia es esa?
Sólo una historia. Dije que no te la había contado antes, no que fuese excepcional – y me dio una palmada en el hombro, como si todo esto no hubiese sido más que una broma extensa.
¿Por qué hiciste eso? Todo eso. Cortejar a quien no te interesaba. Asustar a esa otra pobre mujer.
Imagino que este relato no me hace quedar particularmente bien ¿no? Bueno, Ana debe recodarme como un imbécil. Su amiga ¿Como un psicópata? Para vos, ¿no era ya un fantasma? – el humo de su cigarrillo se elevaba, silencioso, entre nosotros. Dibuja desordenados y lineales trazos que se desvanecían casi tan rápido como cobraban forma – Los demás se forman opiniones de nosotros. A veces con fundamento. A veces, sin él. Es un asunto tan aleatorio, tan estúpido, que yo he elegido no prestarle atención. Hago lo que tengo ganas de hacer en el momento y dejo que los demás formen su opinión de mí de acuerdo a lo que sus parámetros opinen de lo que yo hago. Si dicen que soy un imbécil, estoy seguro que tienen razón. Si dicen que soy impulsivo, estoy seguro que tienen razón. Y si vos decís que soy un fantasma, no deberían caberte dudas de que lo soy. Pero – y al decirlo me mira y sus ojos desbordan de esa chispa que tienen – recuerdo muy bien ese beso. Y voy a recordarlo mucho después de que Ana y su amiga se hayan olvidado de esta historia.
<Los demás son como el humo. Silenciosamente, dibujan desordenadas y lineales figuras de nosotros.
Figuras que desaparecen casi tan rápido comocobran forma.>
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Melodía Solitaria
General FictionUn personaje ignoto que trabaja en un ambiente que muchos describirían como un infierno, entre tareas monótonas y luces monocromáticas. Una repetición de labores mundanas e ideas que se convierten en cíclicas, baladíes, detestables. La presencia d...