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"Señor, tenemos un Código Naranja".
Alex sintió que los brazos de aquel hijo de puta que tanto la ponía la rodeaban con fuerza por detrás, intentando despegar sus pies del suelo para llevársela consigo.
—Me has causado muchos problemas, dulzura. —Negan susurró contra su oído y luego introdujo su lengua, haciéndola estremecer. —Debería dejar que Lucille haga de las suyas contigo. —
Alex sentía cómo el salvador se ponía de duro contra su trasero. Amaba y odiaba a ese imbécil.
Tomó impulso y se echó para atrás, dándole un fuerte cabezazo que lo hizo retroceder hasta caer al piso, quiso escapar por la ventana , pero Negan jaló su pie y ambos quedaron en el suelo.
Había escapado del Santuario. Estaba harta de ese lugar. Harta de que Negan la pusiera tan caliente al punto de poder manejarla a su antojo.
Y él estaba hasta las manos con esa mujer con rostro de ángel y mente sucia como la de un demonio.
Pero odiaba los códigos naranja, definitivamente. Estos se daban cuando alguien escapaba del Santuario, y lo que odiaba era que él intentaba proteger a esa gente y estas ,aun así, huían; pero saber que ella era esta vez la protagonista del maldito código, lo tenía un poco exitado. Había enviado a dos de sus hombres a buscarla y estos volvieron heridos. Abrió un perímetro para buscarla mejor y cuando supo su ubicación, él mismo se dedicó a capturarla.
La encontró en un sucio almacén, en solitario, descansando y era sabido que la chica lo atacaría.
Alex se incorporó rápidamente y tomó la tetera que se hallaba en el suelo. Con ella golpeó la mejilla del salvador y logró zafarse del agarre. Volvió a incorporarse, pero Negan la atrajo nuevamente hacia su pecho, pegando su pelvis a su trasero. Dirigió una mano hacia su pecho y lo apretó por encima de su blusa.
—¿Por qué te resistes, cariño?— susurró.— Ambos sabemos lo mucho que deseas que te coja duro contra la maldita pared.— y mordió con fuerza su cuello para luego chuparlo y besarlo a su antojo.
Alex gimió, rodando sus caderas con necesidad sobre la dura línea de su entrepierna, robándole un gruñido a él. Se giró entre sus brazos. Lo besó con fiereza y mordió su labio inferior, haciendo jadear al azabache. Soltó un buen puntapié y logró apartarlo.
Volvió a la ventana, pero esta tenía algunas tablas cubriéndola, forcejeó con ella mientras oía la risa de dolor de ese cretino.
