Yo no creía en que nada fuera real. ¿Estaba loco, solo, enajenado temporalmente? ¿Dónde se había metido Ingrid? Yo la amaba, era el amor de mi vida.¿Qué había ocurrido para que no estuviera a mi lado? Abrí los ojos gracias a las lágrimas que me enturbiaban los pensamientos. Y entonces, al verme encerrado,como un pajarillo, en aquella jaula de cuatro paredes acolchadas, insonorizadas, de color blanco inmaculado, recordé. El juicio fue un fracaso por culpa de la pandemia. Todo el mundo tenía mucho miedo, pese a las mascarillas, los guantes y la distancia prudencial. Querían salir de allí lo antes posible. Bueno la verdad es que preferían no haber venido. La primera mi abogada. Me desperté hacia dos noches, en mi cama, nuestra cama, impregnado del rojo corazón que había latido por la venas de mi mujer, Lola. Alguien la mató mientras dormía y se aseguró de culparme a mi. Pruebas circunstanciales, y pese a estar respirando libre de cualquier contagio, lejos de aquel cabrón de virus que arrasaba con todo, en realidad ya no me quedaba nada. Si al menos tuviera algún don o magia para poder cambiarlo todo. La esperanza estaba a punto de abandonarme por completo, solo quedaba despedirme y estaría solo, confinado, para toda la eternidad. La muerte me llevaría de regreso a casa, al lado de mi amada. Era el único consuelo que me quedaba.
YOU ARE READING
RELATOS DE UN MICROMUNDO
ContoHistorias cortas, breves, de un mundo imaginario tan real como la propia ficción