6. Agridulce

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Mientras mi mano derecha seguía sujetando la manija interior de la puerta dispuesto a cerrar, amablemente le preguntó al conductor en un tono angustiado –me permite subir, es urgente–, era un perfil que ya había visto. Reconocí esa mejilla, la ruta somnífera de un hilo ondulante rayano al tabique nasal, que pasaba por la comisura de sus labios rojos, contorneándose por la aleta nasal a una ínfima distancia, alcanzando el borde inferior de un párpado cansado y perdiéndose en la línea lateral de sus pestañas húmedas.

Una gota de lágrima desbordó a una caída vertical inevitable en el momento en el que el conductor incierto me preguntó –¿hay algún problema si hago dos rutas?– cuando en el acto me dispuse a responder, sentí en el dorso de mi mano la solitaria gota que acababa de perecer, aún estaba tibia. –No tengo ningún problema, suba por favor– dije, es cuando volteó la mirada hacia mí, ¡ERA ELLA!

En ningún momento había dejado de pensarla, en el instante en que conecte nuevamente a su mirada, su imagen estaba constante mi retina completándose tal cual como la había dibujado en mi memoria. La tenia a escasos centímetros, podía sentir su aroma embriagar mis sentidos y cómo mis poros absorbían la gota de lágrima dejandome una marca indeleble para siempre en la piel. En un acto instintivo le seque las lágrimas que le brotaron nuevamente al cual no opuso resistencia. Temí lo peor por semejante impertinencia de un desconocido, pero me demostró ser todo lo contrario.

Estaba muy nervioso, aún no tenía un plan para hablarle tenía todo el fin de semana para armar la estrategia, me sentía perdido, me dejaba completamente desarmado con un titilo de ojos. Lo primero que alcance a decir fue –lo siento no debí importunarte de esa manera­­­– mientras aleje rápidamente mi mano de su mejilla. Me miro con ternura y me regalo una sonrisa.

Cuando abordó por completo, el taxi comenzó a avanzar lentamente, miré de reojo con curiosidad y me percate de su tristeza. Antes que dijera algo, ella muy angustiada con voz trémula dijo –Por favor llévame al Hospital Santa fé­–... El conductor se percató de inmediato de la urgencia y comenzó a acelerar.

Sabía que si no le mostraba estar ahí la perdía por mucho tiempo, era la gran oportunidad que me estaba dando la vida, tenía que hablarle y existir para ella.

–Soy Jano, siento como caen tus lágrimas y lo compungida que estas. ¿Puedo ayudarte en algo?– dije muy nervioso.

– ¿Cómo te llamas? – insistí.

Secó sus lágrimas con ambas manos y con una sonrisa melancólica se dispuso a hablarme

(...)

TITILO DE OJOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora