La camioneta negra arrancó como un rayo al norte, puede ver por el cristal posterior disiparse en la calle adyacente en una exhalación.
Tenía la certidumbre de la mutación repentina de emociones sublimes, de percepciones exquisitas, idealizaciones imposibles a una desazón corrosiva. Me sentía frustrado, víctima de pensamientos negativos. No quise retornar a casa pero que otra opción tenia, más temprano que tarde debía volver. Mi resistencia aumentaba con cada metro que avanzaba el taxi y sabía cuál era el motivo, muy aparte del primer intento fallido al conocer a Luana que me había dejado con un desgano total, mi único consuelo era saber que existía para ella, que me recordaría como el chico del taxi o el tipo raro del salón.
Esa mañana. Un par de pasos me separaban del misterio detrás del umbral de la habitación que me intrigaba. Trate de racionalizar mi juicio perturbado a consecuencia de la vivencia escatológica y avance decido a desvelar lo que ocurría.
Nada estaba en su lugar, muchas cosas cayeron al piso, otras habían sido removidas de su sitio y miré muy aterrado un par de segundos en busca del culpable de tal escena que ya tenía tintes de origen espectral.
No encontré nada. Absolutamente nada que revelara algo físico responsable del desastre, la única explicación semejante sería un remolino de viento, que habría arrasado mi espacio personal igual que Luana a mi vida, huyendo por la ventana abierta de par en par con las persianas colgando sobre la cornisa, testigo de un vendaval cautivador.
Aun no me quedaba claro aquellos ruidos extraños, tuve que atribuirlos a mi hipótesis inicial, era la primera vez que sucedía. A estas alturas lo tomé como un presagio de algo que me aguardaba y que cambiaría mi destino ¿Luana?, pero no supe responderme en ese instante, si era para bien o para mal.
Lo único que levante del piso fue la ropa que ya tenía prevista antes ir a bañarme, me vestí rápidamente, guarde torpemente un par libros y mi agenda negra al morral. Ese día me marché sin despedirme de mi familia. Seguía temblando.
Salí muy a prisa sin mirar atrás, no me di cuenta la rapidez de mis pasos hasta que tropecé con un desnivel de concreto en el andén, además me percaté que los cordones de mis botas timberland estaban a medio atar y las sujeté como debía. Ya me sentía bien puesto.
Mientras esperaba transporte, el sonido de un claxon sobresaltó de repente, se acercaba el vehículo rojo de una amiga de la universidad. Haciendo señas con la mano me sugirió que suba.
En ese entonces tenía veintidós años, nacido un día siete de noviembre con muchos sueños pendientes, enamorarme no era uno de ellos. Prefería la música de mis manos y auriculares que un concierto, el frío que el calor, el negro que lo colorido, la luna que el sol, una mirada que mil palabras, un libro y un café que una película con palomitas. Mis amigas decían que era bastante parecido, de complexión esbelta con una estatura de 1,75 mts, con rizos naturales y ojos de color marrón. Mis manos eran mi mayor atractivo según yo, bastante refinadas por la ejecución de instrumentos musicales como el piano y el violín, sin duda la música se había convertido en una mis pasiones compulsivas.
Estudiaba en la Facultad de Filosofía de la Universidad Privada Continental, era un estudiante bastante aplicado, no había reprobado ninguna metería hasta el octavo semestre, por lo tanto mi vida se reducía a la música y lectura.
Mi amiga llamada Valeria era la única que me sacaba de mi rutina diaria, según ella, mis días eran bastante monótonos, en su intento con buenas intenciones lograba sacarme de mi zona de confort. Me animaba a salir, hacer deporte, jugar videojuegos hasta me pedía ver sus películas favoritas. Me hacía mucho bien estar a su lado.
Ella, una joven linda con una figura muy esbelta, bastante espigada al igual que su cabello lacio de un negro azabache y ojos claros, tenía la costumbre de hacerme bastantes bromas, no estaba seguro si lo hacía para entretenerme o era para su propia diversión, el punto es que disfrutaba de esos momentos que me regalaba.
Teníamos una relación bastante íntima, se había convertido en una gran aliada, ella me hacía partícipe de sus locuras, hubo una ocasión en que me pidió que llamara a su madre para pedirle permiso a una salida nocturna con amigos cercanos, ese era el argumento falso, en realidad era para una "cita romántica" con su novio. Yo muy cercano a su familia de muchos años, me dio la confianza de llevarla y cuidarla. Esa noche cuando ya estaba a punto de dormir sonó mi teléfono, no hubo necesidad de que articulara dos palabras juntas, estaba ebria y con voz temblorosa me pedía ir por ella. Había peleado con su novio.
Cuando llegué, me aguardaba sentada sobre la vereda a la salida de una discoteca en la zona central, no presté atención al nombre del sitio. Me senté junto a ella, la acerque con el brazo, se apoyó en mi hombro y entre sollozos me contó lo que había sucedido. Esta vez era yo quien tenía que pintar de colores su velada oscura, lo había logrado cuando le saque una sonrisa con un chiste malísimo. Ella tenía espíritu alegre y entre tantas locuras que le había visto, me pidió que entraramos a tomarnos un trago, me negué rotundamente un par de minutos, pero como en todo terminé cediendo otra vez. La única condición que puse fue ir a otro lugar. Íbamos por un trago, perdí la cuenta en el quinto, llegamos a un punto en que nos dejó de importar la gente y cantamos a coro cada canción que nos recordaba el pasado.
Nos fuimos muy tarde, es decir muy de madrugada, hacía mucho frío, me saque la chaqueta negra para abrigarla, paré un taxi y fui a dejarla a casa. Ella todavía consciente apoyada en mis brazos decía –eres el mejor, te quiero mucho–.
La amiga del vehículo rojo era Valeria.
–¿Recuerdas la ves que nos embriagamos juntos?– Dije. –Claro, como olvidarlo, ese día fue especial, a pesar de todo– respondió.
Esa es la razón que la hace diferente, tiene la fortaleza de transformar crisis a experiencias agradables, irradiando vibras positivas.
–¿Por qué preguntas?– replicó. –Un recuerdo ambulante que nunca olvidaré– respondí, dedicándole una sonrisa.
Habíamos llegado al estacionamiento de la Universidad. Faltaban diez minutos para el inicio de clase cuando me percate que había olvidado el maldito ensayo.
No me quedaban más dudas, la cadena de infortunios de ese día presagiaban la llegada de Luana a mi vida.
(...)
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TITILO DE OJOS ©
RomanceEs la historia que muestra sutilezas del preludio de un amor desenfrenado