7. Luana

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–Me llamo Luana– Dijo. –Lo siento si te estoy molestando, pero mi papá está muy mal lo acaban de internar– continuó, entre sollozos. Desde el primer segundo cada lágrima que moría en sus ojos me envolvía el cuerpo de melancolía, mi piel se estremecía recordando la marca indeleble que me había dejado.

En ese instante la vibración de una llamada entrante contuvo todas mis fuerzas el impulso de secarle las lágrimas, de tomarla en mis brazos y decirle que todo estaría bien. Mi interior se debatía en una lucha constante en la dualidad que dominaba este mundo, una cadena inquebrantable de decisiones basadas en "razón – instinto", no necesariamente en ese orden, pues junto a ella mi ser simplemente fluía, mis intenciones dejaban de ser premeditadas con cada milímetro cerca de su piel.

La llamada era para Luana, se podía escuchar la vibración contra la tapa dura de un libro que provenía en el interior de su mochila morada. No pudo sacar el celular en el primer intento, tuvo que quitar un par libros, un estuche azul pastel y una crema humectante. Y contestó.

No preste atención a lo que decía, estaba pendiente a que no cayera todo lo que había quitado muy afanadamente porque cada movimiento del taxi deslizaba de sus piernas hacia las rodillas a una caída estrepitosa, mientras seguía hablando.

Hasta ese momento habíamos avanzado cinco cuadras de la gran Avenida Panamericana, el hospital Santa Fe se encontraba a unos tres kilómetros en el Sur de la ciudad, era el momento de cambiar de ruta a unas calles más angostas, mire por la ventana y me di cuenta que el conductor había alcanzado una gran velocidad por la ruta lineal de la avenida. Me distraje por un momento, cerré los ojos, inspire aire frío y una fuerza incontrolable me empujó hacia ella abruptamente.

Era el conductor en un giro brusco para cambiar de dirección que había provocado esa situación cayendo todo como lo había previsto, incluyendo el celular de Luana. Era la primera vez que mi brazo derecho había hecho contacto con el suyo arrebatándole el celular en un movimiento infortunado, pude sentir la tibieza de su cuerpo.

–Lo siento muchísimo, no volverá a pasar– dijo el conductor muy culpable, reduciendo la velocidad.

Inmediatamente me incline para levantar todas las cosas que había sacado de la mochila, cogía muy presuroso con la mano derecha y la sostenía con mi mano izquierda, ya solo faltaba el móvil podía ver que la llamada seguía en curso y una voz retumbo en todo mi cuerpo quitándome el aliento, no daba crédito lo que oí en ese momento, por un instante quise apelar simplemente a una alucinación auditiva, una mala jugada de mi mente cansada de tanta experiencia sensorial que me había provocado conocer a Luana. Pero no.

–¿Amor, estas bien?­– decía al otro lado de la línea.

(...) 

TITILO DE OJOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora