Capítulo cinco

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Pov Viena
Semanas antes del atraco, casa de campo en Toledo.

— ¡Treinta minutos chicos, regresamos en treinta minutos! — el profesor informó la duración de nuestro descanso —.

Me hallaba hablando con mi padre.

— Menudo tiempo fuera nos estamos llevando — dijo Moscú colocando el cigarrillo en su boca nuevamente.

— Ya ves papá, nos hacía falta a los tres — me recargué en la barda a nuestras espaldas.

Y vaya que unas vacaciones nos eran necesarias, Denver solía meterse en problemas más rápido de lo que salía de ellos, y yo simplemente no tenía donde escabullirme de las autoridades.
Mi padre había salido de prisión gracias al profesor quien había pagado su fianza, por primera vez en mucho tiempo estábamos en la misma casa a la vez.

— Algo trama — se nos acercó Denver —.

— ¿De quién hablas? — pregunté frunciendo el ceño.

— De Río bonita, con solo mirar a Tokio le han dado ganas de ir a correr — soltó su risa típica —.

Miré donde Río, quien con una amplia sonrisa comenzó a trotar, justo después de que Tokio avisara que saldría a caminar.
Al parecer Berlín no fue ingenuo pues miró con una ceja alzada tanto el camino que emprendió Río como el de Tokio.

— Eh respeta — fue lo único que oí decir a papá antes de emprender mi camino hacia Berlín quién miraba la pradera delante suyo, mantenía las manos en los bolsillos de su saco.

— Berlín — anuncié mi presencia a su lado.

Me miró, sonriendo segundos después.

— Viena — el resto se encontraba en su propio mundo, por lo que no me preocupaba que nos escucharan hablar, se acercó a mí — Quisiera repetir lo de anoche — susurró —.

— ¿Por qué no lo hacemos?

— Joder — gruñó por lo bajo — No podemos mandar el plan a la mierda.

— Creo que lo hicimos la primera noche que estuvimos juntos — solté a unos pocos centímetros de sus labios —.

— Será nuestro pequeño secreto — soltó sonriendo.

Joder que noche, tan solo pensar en nuestros labios uniéndose me hace estremecer, puede que simplemente quiera herirme, pero al fin y al cabo atracariamos la fábrica nacional de moneda y timbre, no podíamos salir ilesos.

— ¡En pie! — Gritó Berlín trayendome de vuelta al presente, se paseó frente los rehenes, sus pasos eran lo único que resonaba en la habitación - ¡Quitense los antifaces! - ordenó -.

Los trabajadores y estudiantes retiraron los antifaces de sus ojos, era la primera vez que veían nuestros rostros sin la careta.

— Hemos tenido un pequeño contratiempo, pero estoy seguro que a pesar de los helicópteros nos darán una tregua para que descansen — se detuvo frente Arturito — pronto les entregaremos sacos de dormir, una botella de agua y un sándwich — pausó — y quiero que se desnuden.

Al finalizar la oración teníamos a los rehenes murmurando y quejándose.

— Les entregaremos un mono como el nuestro para que estén cómodos — detrás de él Helsinki y Denver repartían los trajes.

— Señor, no quiero molestar, pero aquí hay personas con enfermedades cardíacas, diabéticos, mujeres embarazadas, creo que lo mejor sería que les dejara ir, no creo que aguanten la conmoción — salió Arturito al rescate —.

ℭ𝔦𝔞𝔬 𝔅𝔢𝔩𝔩𝔞 - La Casa De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora