Capítulo treinta y cinco

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Nos las habíamos arreglado para subir a papá a una mesa metálica vendando su herida, la camisa de Denver le servía de almohada.
Me encontraba lejos de la mesa apoyada contra una de las columnas tratando de tranquilizarme para evitar ponerle nervioso, Moscú hablaba con Helsinki, Denver y Nairobi tratando de mantenerse despierto.

Cubría mi boca con una de mis manos sollozando.

- Ven - Berlín se plantó ante mí extendiendome sus brazos, me abalancé hacia él ocultando mi llanto en su pecho, acariciaba mi espalda con una de sus manos acallando mis sollozos - Hay que alejarte de aquí - me recargaba en él dejándome llevar por su caminar, cuando me di cuenta nos encontrábamos en el comedor -.

Me ayudó a sentarme en uno de los sillones, miraba a la nada, simplemente pensaba en que hubiese sucedido si Tokio siguiera las reglas una puta vez, el profesor se encargaría de ayudarla a escapar de la policía y al salir iría al hangar, pero en lugar de eso decidió hacer una entrada de mierda regresando aquí.

Berlín me sacó de mis pensamientos entregándome un vaso de agua, lo tomé temblorosa, dí un sorbo a este y se lo entregué nuevamente, Andrés lo colocó en la mesa, sentandose a mi lado, comenzó a limpiar mis lágrimas con su mano, me miró apenado.

- No me gusta verte llorar - negó tomando mi rostro entre sus manos -.

- Es como mi padre - mis ojos se cristalizaron de nuevo - Él no tiene que morir, él no Andrés - me pegó a su pecho acariciando mi cabello tratando de tranquilizarme -.

- Tú y yo tenemos que casarnos - soltó, me separé de él limpiandome las lágrimas con las mangas de mi mono, sonrió de lado - Nunca lo he hecho vestido de blanco, por la noche - quitó un mechón de cabello de mi rostro - En una playa, bajo las estrellas, por algún rito salvaje con muchísima luz y mucho fuego - sonreí con tristeza - Serás una novia preciosa - si trataba de distraerme vaya que lo hacía bien - ¿Quieres casarte conmigo Darlene? -.

Asentí con una sonrisa, me devolvió la sonrisa, buscó en uno de sus bolsillos, sacando una sortija compromiso, el anillo era de oro, con una piedra blanca encima, era blanca casi como la luna y brillante casi como una estrella, tomó mi mano izquierda colocando la argolla en mi dedo anular.

- Seguro que hay gente que piensa que vivir con un moribundo es aburrido y se equivocan - me sonrió - es ir a muerte, conducir sin cinturón de seguridad, ir en moto sin casco, bucear sin bombona - sus palabras habían estabilizado mi respiración - y bebés - se acercó a mí mezclando nuestras respiraciones - ¿Te imaginas? Unos berlinitos correteando por la playa - solté una leve risa, cerró el espacio que había entre nosotros besándome con suavidad -.

La puerta se abrió de golpe provocando que nos separaramos, Tokio entró con paso firme, me levanté deprisa colocandome ante ella desafíante.

- ¿Por qué coño has vuelto?

- ¡El profesor no me cogía el móvil, ¿A dónde coño se supone que debía de ir?!

- ¡A cualquier puto lado, no estaba en el plan Tokio! - me interrumpió -.

- ¿Sabes cuál era mi plan? Matar a Berlín, pero ahora Moscú es el que se está muriendo - se acercó a mí, la golpeé en la mejilla con la mano abierta, Berlín se acercó colocando una de sus manos frente a mí evitando que Tokio me atacara -.

- ¿Sabes por qué se está muriendo? - me miró aturdida - Por tu puta culpa - me acerqué amenazante, Berlín me detuvo - ¡Así que no me vengas a decir lo que estaba en tu plan de mierda, cuando tú nunca te has esforzado por llevar el nuestro a cabo! - Tokio se alejó saliendo del comedor, cerró la puerta con fuerza -.

- Llamaré al profesor, le avisaré lo que sucede - asentí -.

- Volveré al museo - tomó mi mano dejando un beso sobre el anillo que anunciaba nuestro compromiso, sonreí levemente -.

ℭ𝔦𝔞𝔬 𝔅𝔢𝔩𝔩𝔞 - La Casa De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora