Capítulo nueve

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Pov de Viena

Los rehenes se encontraban formados en una fila frente Berlín, mientras Tokio y yo les vigilabamos.

— Los disparos que habéis oído procedían de un escarceo con la policía — informó Berlín caminando de un lado al otro — Ha sido provocado por un rehén que no ha cumplido mis normas — sacó un móvil mirando en la pantalla con detenimiento — Y ha tratado de contactar con este teléfono — lo alzó reproduciendo una canción, la cual parecía ser el tono predeterminado de  llamada —.

Miré de reojo a Tokio quien negaba levemente en desacuerdo.
Los rehenes miraban a Berlín cabizbajos.

— Ahora me pregunto, ¿si el teléfono de la señorita Gaztambide lo tengo yo, de quién será este?

Observé nuevamente a Tokio quien caminaba a paso rápido hacia Berlín con enfado, dejé mi sitio caminando hacia ella y el hombre.

— ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó la mujer ante Berlín

— Tokio — le llamé a espaldas del hombre acercándome a ella.

— ¿Qué haces? — Preguntó Berlín colocando una de sus manos ante mí haciendo que me detuviese.

— Todos hemos oído los disparos, ¿Qué coño ha pasado?

— Aquí no — la jaló Berlín del brazo llevándola al comedor, los seguí hasta la habitación.

— Se supone que no tendríamos nada de víctimas — hablé con frustración

— Tenía un teléfono, ¿Qué se supone que hiciera? — me mira levemente apenado.

— Pegarle un susto, cortarle una oreja como en las películas — se quejó Nairobi a sus espaldas.

— Si hubiese dado información a la policía ahora seríamos nosotros los que tendríamos un disparo — hizo un gesto con las manos.

— ¿Quién ha disparado? — Preguntó Tokio moviéndose a un lado de Río.

Berlín me miró unos segundos.

— Denver — dijo dando un trago a un vaso con agua que llevaba en las manos — Demasiada sangre caliente — continúa recobrando la compostura.

Llevé una de mis manos a mi cabello jalandolo con frustración, sentía un nudo en mi garganta.

— Joder — solté — El profesor dijo que no heririamos a nadie Berlín, eran las putas reglas — le reprendí acercándome más a él.

— Ha habido un cambio con respecto al control de rehenes — apartó su rostro girandose hacia Nairobi, le jalé del brazo mirándolo con enfado, Berlín llevó su mirada a mi agarre sorprendido, subiendo su mirada a mi rostro.

— ¿Por qué coño no has elegido a otro para hacerlo? — le pregunté, el hombre miró a Tokio y Río por lo alto de mi cabeza — Denver nunca ha matado a alguien joder

— Tarde o temprano todos lo haríamos — se soltó de mi agarre

— No, no lo haríamos, porque no estaba en el puto plan — le señalé con mi dedo índice.

— ¡No es un puto crío! — se defendió

— ¡Pero tampoco es un asesino! — me alejé de él.

De pronto la puerta del comedor se abrió dejando ver a Moscú, quien parecía preocupado.

— ¿Se puede saber que puñetas pasa aquí? — los presentes en la habitación nos quedamos en silencio mirándole — Se os escuchaba desde fuera.

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