Capítulo treinta y dos

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— Nairobi mano muy dura para una mujer — soltó Helsinki con una sonrisa observando como acomodaba la venda de Berlín, se había despertado horas atrás y ahora nos encontrábamos en una de las oficinas de la fábrica—.

— Y que lo digas — recordé aquel tortazo que me había dado en Toledo —.

— ¿Estás de acuerdo con esto del matriarcado? — soltó un quejido apretando sus párpados a causa del  dolor —.

— Creo que te hará bien descansar cariño — me senté en el escritorio de la oficina quedando ante él — además un poco de liderazgo femenino no le hace mal a nadie — alcé los hombros —.

— Nos vamos a pique — Habló Nairobi entrando a la habitación siendo seguida por Denver — Creo que lo más importante ahora es que salgamos todos vivos de aquí y sin cometer más errores — cerró las persianas evitando que los rehenes que guardaban el dinero nos vieran — Berlín, tú me dirás si estás conmigo o contra mi — me aparté del escritorio parandome junto al ojiazul —.

— Pito pito gorgorito — soltó el hombre con arrogancia — ¿A dónde vas tú tan bonito? — dijeron al unisono, Nairobi se acercó a él con enfado colocando uno de sus pies sobre la silla delante de su entrepierna — Pues voy a ir contigo Nairobi, a muerte — sonrió de lado — voy a catar tú golpe de estado —.

— Bien, ahora solo quiero que me digas ¿Qué es el plan Chernobyl? — Berlín negó con una sonrisa —.

— Es un plan desesperado, pero muy bonito, consistía en soltar la billetada en globos desde la zotea, pinchar los globos y provocar una lluvia maravillosa de billetes, atraer a los medios y mucha gente

— Osea, como la cabalgata de los reyes magos, pero con billetes de cincuenta — le interrumpió Denver, Berlín asintió —.

— Miles de personas corriendo para coger la pasta, sembrando el caos con la policía, imagina mil millones de euros cayendo del cielo

— Ya — intervine — y nosotros escapándonos entre la marabunta — Berlín rió al ver que comprendía — Muy bonito — miré a Nairobi —.

— Ya sabéis que el profesor es un idealista, le importa más el mensaje que el dinero — sonrió ampliamente —.

Nairobi se giró a la puerta, tomó el megáfono del escritorio y voceó.

— ¡Señor Torres, a mi despacho! — entró cerrando la puerta detrás suyo, instantes después escuchamos ligeros golpes en la puerta — Pase señor Torres — la pelinegra abrió la puerta cediendole el paso — A ver, ¿podríamos aumentar el ritmo de la impresión?

— A ver, poder, podríamos, pero nos ponemos en riesgo, si se nos atasca tardaríamos de tres a cuatro horas en liberar la máquina — respondió el hombre con seguridad, era de los pocos rehenes que apreciaba, le agradaba trabajar con Nairobi y acataba las órdenes sin rechistar —.

— Calculeme en cuanto aumentaríamos la producción — pidió la chica —.

— De acuerdo señorita Nairobi — salió de la oficina, la pelinegra cerró la puerta una vez estuvo fuera —.

Nairobi frotó sus manos con nerviosismo, nos mirabamos entre nosotros expectantes, minutos después escuchamos golpes en la entrada nuevamente.

— Dime — soltó la pelinegra abriendo la puerta al señor Torres —.

— Aumentaríamos la productividad en dos millones la hora — Nairobi nos miró con entusiasmo —

— Hazlo y es más, las paradas técnicas las haremos cada seis horas, porque esos son dos millones extras — Torres asintió, le dió una palmada en el hombro animandolo, el hombre salió de la habitación cerrando la puerta — Esto lo levanto como que me llamo Nairobi — Denver rió ruidosamente  —.

ℭ𝔦𝔞𝔬 𝔅𝔢𝔩𝔩𝔞 - La Casa De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora