Capítulo díez

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Moscú caminaba hacia el baño de mujeres en la planta baja, yo le seguía, mientras escuchaba a Berlín clamar mi nombre y el de mi padre.

— Viena para esto — ordenó Berlín llegando detrás mío — Por última vez — escuché como sacaba su pistola — Vuelvan a sus posiciones.

Moscú se giró hacia mí con seriedad en su rostro, comprendí que se sentía roto, vacío por dentro y que tenía que ver con sus propios ojos a Denver y comprobar que fuese cierto.

Me giré hacia Berlín, apuntaba su arma ante Moscú, me interpuse entre ellos mirando a Berlín a sus ojos, a esos ojos marrones que en otra ocasión me estremecerian por completo.
Me acerqué hacia Berlín con lentitud, provocando que la punta de la pistola estuviese pegada a mi pecho.

— ¿Qué vas a hacer, pegarme un tiro?

El hombre me miró impotente, le quitaba todos sus aires de grandeza y todo lo narcisista que podía ser al retarlo.
Berlín bajó su arma lentamente tragando saliva, él sabía que haberse liado conmigo le iba a joder todo el plan.

Me giré nuevamente, Moscú se hallaba ante la puerta del baño preocupado que al abrirla se encontraría con lo que temía.
Giró la manija con lentitud, caminé hacia él mirando a Denver sobrecogida.
El ojiazul se encontraba frente a uno de los lavabos en ropa interior, enjuagaba sus brazos manchados con sangre.

— Hijo — le llamó Moscú afligido mientras entraba al baño, yo me quedé en mi sitio mirándolos desde la entrada.

Denver nos miró con sorpresa, Berlín se acercó hacia la puerta colocándose detrás mío.

— ¿De verdad has matado a esa mujer? — el ojiazul asiente apenado.

Moscú caminó lentamente apoyando su espalda en una de las puertas de los aseos.

— Papa — le habló Denver mirándolo con remordimiento.

— No puedo respirar — se deslizó por la puerta sentandose en el suelo —.

— Papa, papa — repitió Denver acercándose con rapidez a él.

Entré a la habitación agachandome a la altura de ambos.

— ¿Qué pasa papá, es un infarto? — Preguntó el chico sosteniendo la mano de Moscú —.

— No, no — negué varias veces titubeando —.

No tenía claro lo que pasaba, y eso era así porque cuando ves a algún ser querido desvanecerse de esa forma te quedas en blanco.

— Es un ataque de ansiedad — informó Berlín agachandose a mi lado — Tumbenlo.

Movimos a Moscú recostandolo en el suelo de los aseos, bajé la cremallera del mono dejándola en la boca de su estómago para que le entrara mejor el aire, papá respiraba por la boca con dificultad.
Miré a Denver quien al igual que yo tenía lágrimas en los ojos, enseguida miré a Berlín de reojo quien permanecía sentado aún lado de Moscú cuidandolo.

Fue allí cuando supe que papá tenía miedo de habernos llevado a un lugar en el que acabaríamos llendo a prisión o con un disparo en el pecho.

Pasaron unos minutos y aún estábamos en cunclillas aún lado de Moscú, Nairobi y Helsinki nos acompañaban en la habitación.

— ¿Papá como te encuentras? — pregunté —.

— Tengo frío — soltó débilmente —

— Frío — repitió Denver — Nairobi ¿puedes traer una manta? Y algo de azúcar — pidió —.

ℭ𝔦𝔞𝔬 𝔅𝔢𝔩𝔩𝔞 - La Casa De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora