Capítulo doce

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— A ver, quiero que sepáis que esto no es una amenaza, sino un favor que os pido a nivel personal, no como atracadora — hablé desde lo alto de las escaleras que daban al tejado del museo, los rehenes me miraban en silencio con las espaldas pegadas al muro — Quiero que os pongáis las caretas, las capuchas y que salgais, sin hacer señales ni tonterías — les miré seria — Tan solo serán diez minutos, salir, tomar el aire y entrar — miré a Arturito quien mi miraba atentamente —.

Denver por otra parte había repartido algunas caretas desde lo bajo de la escalera llegando a mi lado.
Me alejé de los rehenes recargandome  en la puerta de la azotea.

— ¿Qué pretendeis? — Preguntó Arturo girandose hacia mí — ¿Entretener a la policía?

— La policía ya está lo suficiente entretenida Arturito — respondí mirando al suelo — Así que por favor no empieces a alborotar al resto — le sonreí con molestia —.

— Nos van a usar como cebo

— ¿Cómo cebo? — Preguntó Pablo quien estaba a su izquierda.

— Nos van a arrojar a los leones mientras escapan

Denver se acercó a él con enfado.

— Vais a salir allí fuera por humanidad — Arturo bajó la mirada — porque uno de nuestros compañeros necesita salir a tomar aire y no te lo voy a repetir otra vez — se giró dándole la espalda, los rehenes comenzaron a murmurar — ¿Qué os pasa? — se giró nuevamente — ¿Qué ya no están dispuestos a hacer nada por alguien más? — Preguntó indignado — a un compañero le da un ataque de ansiedad y ustedes no hacen más que pensar en ser un cebo — les miró seriamente — No va pasar nada, porque mi compañera y yo saldremos con ustedes.

— ¿Por qué le ha dado un ataque de ansiedad? — Preguntó Arturo nervioso — Fue por los disparos ¿Cierto? — comenzó a murmurar cosas sin sentido, rodé los ojos, Denver sacó su pistola —.

— Abre la boca Arturo — le ordenó el ojiazul colocando su arma ante su rostro, Román negó apretando los labios — Que abras la puta boca — Denver llevó su pistola a la boca del hombre obligandolo a abrirla, metió la punta del arma en su boca — ahora levanta la mano izquierda si vas a seguir tocandome los cojones.

Sonreí ampliamente al ver que por fin había encontrado la forma de cerrarle la boca.

— Ahora, si vas a seguir callado levanta la mano derecha

Arturito levantó la mano derecha.

Observé a Moscú subir por los escalones directo a Denver, tomó al ojiazul del hombro apartandolo del señor Román.

— Para ya — le ordenó —.

Denver retiró el arma de su boca.

— Déjate de hacer el rudo por favor — le pidió el mayor, el ojiazul asintió —.

Denver abrió la puerta, Moscú y el chico se asomaron levemente.

— No tenéis que hacer esto por mí

— Lo haremos papa, porque recuerdo que cuando mamá se fue no podías respirar y salías al balcón cada noche — admiró el cielo — Pues ahora también saldrás, tomarás aire y cuando estés calmado entraremos — Moscú asintió levemente —.

Denver se volteó hacia mí dándome una señal con la cabeza.

— ¡Todo el mundo con la careta puesta y con la capucha! — grité mirando a los rehenes quienes acataron mis órdenes al instante —.

Les imité junto a Denver y Moscú.

Salimos a la azotea con tranquilidad, de esa forma los francotiradores no notarían si éramos rehenes o atracadores.

— Papá tranquilsate — le dije al ver que respiraba con dificultad —.

— Vale

— Vayamos con tranquilidad — pidió Denver — tú respira papa.

— Tú no has matado a esa chica ¿Verdad?

— No papa, Viena ya la ha visto — Moscú me miró —.

— ¿Tú sabías?

— Me enteré antes de que intentases salir — respondí viéndolo por unos instantes.

— Berlín la pilló con un móvil y tuve que pegarle un tiro — explicó el ojiazul —.

— Estáis hablando de Mónica — dijo Arturito quien parecía haber oído a Denver — ¿Qué coño habéis hecho con Mónica? — Preguntó ligeramente enfadado —.

— ¿Qué haces? Vuelve a tu puesto — ordenó Denver confuso —.

— ¿Qué coño le habéis hecho a Mónica? — repitió moviéndose bruscamente —.

Arturo se abalanzó hacia Denver, trató de tomarlo del cuello del mono, Moscú se interpuso empujandolo levemente hacia atrás.
Los tres le gritábamos órdenes distintas confundiendonos entre nosotros.

— habéis matado a Mónica joder — se lamentó poniéndose ante nosotros, levantó su arma colocándola sobre su cabeza con frustración —.

— Poneos de rodillas — indicó Moscú —.

— ¿Qué? — preguntó Denver —.

— Francotiradores — murmure mirando detrás de Arturo —.

— Hay que fingir que somos rehenes — ingenió Moscú —.

Miré a Denver, los tres nos pusimos de rodillas.

— Colocad sus manos tras sus cabezas — pidió papá —.

Acatamos sus órdenes mirando a Arturo.

— No jugueis conmigo — se enfadó Arturo apuntandonos con su arma falsa, pero eso no lo sabían los policías — ¡De pie! — exclamó —.

— ¡Hay francotiradores, de rodillas! — ordené al resto de rehenes, quienes nos miraban confusos — ¡Ahora!

Los rehenes chillaron agachandose, algunos corrían debido al pánico.
Nuevamente los tres le gritábamos a Arturo para que siguiese nuestras órdenes.

— Pero ¿Por qué estáis de rodillas? — se quejó Arturo, parecía no escuchar ni una sola palabra de lo que decíamos —.

— ¡Baja el arma! — Gritó Moscú —.

— ¡Arturito Joder! — clamó Denver con enfado —.

— ¡Agáchate! — exclamé —.

Arturo permaneció de pie, gritaba cosas sin sentido sobre la señorita Gaztambide mientras apuntaba su arma hacia cada uno de nosotros.

— ¡Atrás! — finalicé nuestros gritos —.

Arturo se giró recibiendo un disparo en su hombro derecho cayendo al suelo, al caer su careta se le desprendió del rostro.
Denver lo recibió en sus brazos tratando de reanimarlo.

— Joder — solté acercándome a Arturito.

— Sigue consiente

— ¿Qué hacemos papa? — Preguntó sosteniendo la cabeza de Román —.

Papá sacó una tela gris de uno de los bolsillos de su mono, se la colocó en su herida tratando de detener el sangrado.

— Tenemos que llevarle dentro — hablé poniéndome de pie con cautela, no quería que me hirieran como Arturito —.

Caminé hacia la puerta de la azotea abriéndola, Denver y Moscú cogieron a Arturo en brazos, el hombre sostenía el pañuelo que papá había colocado en su herida, caminaron hacia mí entrando.

— ¡Venga! — llamé a los rehenes que permanecían fuera, Oslo los recibió, había permanecido dentro por si algo salía mal —.

— Viena adelantate y avisa que hay un herido — Pidió mi padre mientras bajaba las escaleras con dificultad —.

Asentí, retiré mi careta descendiendo las escaleras apresuradamente.

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