Epílogo, Parte 1

206 20 0
                                    

El sol le recibió apenas abrió los ojos. Se llevó la diestra a la cara e intentó espabilar, en vano. Se había quedado dormido en aquella incómoda posición, lejos del pequeño campamento que los demás habían establecido.
Ciertamente, le gustaba la soledad. Si bien, Brenda había estado a su lado los primeros días, esta había desistido de brindar su compañía cuando los incómodos silencios se habían hecho presentes entre ambos. No había más que decir. Le agradaba su amistad, le gustaba escucharla de vez en cuando, pero hasta ahí.
Alguna vez llegó a recibir un beso de ella, a aceptar que probablemente, debía continuar con su vida, a salvo, lejos. Pero el pensamiento se había desvanecido cuando las pesadillas y el insomnio habían llegado.

No le agradaba la idea de volver a remover nada en su interior. Sabía que, ahí dentro, todo se limitaba a ruinas y a la sombra, de lo que él había dejado enterrado. No quería continuar pensando más en el tema. Su último encuentro iba y venía dentro de su cabeza, obligándolo a consolarse con las palabras que le había regalado poco antes de exhalar el último aliento de vida.

Era castigo suficiente el que su memoria le ofrecía. Lo sabía. Jamás podría ser capaz de confesar lo que había ocurrido en Denver, ni a Minho, ni a nadie. Se llevaría el secreto hasta la tumba.
Subió la diestra hasta sus cabellos castaños, acomodando un par de estos detrás de sus orejas. Se obligó a ponerse de pie para poder sacudir la tierra que había quedado adherida a sus prendas, terminando por detener sus acciones al segundo en que escuchó su nombre ser clamado no muy lejos de él: Minho.

El asiático se mantenía cerca de él. Se aseguraba de visitarle una o dos veces al día, con el único propósito de asegurarse de que hubiese comido algo. Probablemente, Minho pensaba que estaba haciendo el flojo, que debía unirse a alguno de los grupos del campamento, quizá debía cazar, quizá debía construir chozas, pero todas las actividades le recordaban al Área. Sí, al Área. Podía haber pasado poco tiempo en el lugar, pero había memorizado como se llevaba la vida ahí. Y recordar el lugar, significaba recordarlo a él.
Su nombre se mantenía tatuado a fuego en su piel, sus labios, sus besos, sus palabras, su sonrisa, el aroma de su cabello. Y dolía. No era capaz de dimensionar su dolor, no cuando se echaba al piso como un perro apaleado, llevándose las manos a la cara y anhelando simplemente, morir. No podía mostrarse así ante nadie. El dolor era suyo, y lo mantendría así, era una promesa que se había hecho a sí mismo.

—¡Shuck! ¡Qué miertero calor hace! ¿Eh? —el mayor no demoró absolutamente nada en colocarse a su lado, sosteniendo un enorme coco partido a la mitad—. Un grupo ha encontrado esto, es increíble. Recuerdo que esta mamada se llama coco, ¿puedes creerlo, güey? —Minho siempre tan animado, siempre tan vital. Deseaba ser él, deseaba mantenerse en la ignorancia en la que su amigo vivía.

—Creo que eso da diarrea —murmuró el castaño al tiempo que le quitaba la fruta al otro, no demorando absolutamente nada en beber el contenido por el pequeño agujero que probablemente, Minho había hecho en este.

—Lo bueno, es que duermes solo —el asiático simplemente palmeó la espalda del menor, provocando que acabara por escupir parte del agua que se había bebido hacía unos momentos—. Venga, tienes que bajar un rato al campamento. Necesito presentarte a alguien.

¿A alguien? Thomas observó a su amigo ligeramente confundido, poco antes de asentir y terminar por echar a andar colina abajo. ¿Cuántos días había estado en ese lugar? Hasta donde recordaba, solo había bajado un par de veces hacia el pequeño manantial, donde se había permitido tomar un merecido baño. Solo eso.
Y ahora que lo notaba, el campamento había crecido más de lo que podía recordar. Tenían personas hábiles entre sus filas, y ello podía constatarlo, tan solo de contemplar que probablemente, existía una bonita choza para casi cada habitante del lugar. Habitante. La palabra volvió a revolverle el estómago y durante un segundo, deseó vomitar el agua que se había bebido apenas unos momentos atrás. Pero no sucedió, no cuando Minho se detuvo de manera abrupta, justo delante de una choza un poco más grande que las demás que había visto.

Regresa a mí | Newtmas | Libro 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora