Capítulo 8

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Silencio. El ruido del motor había desaparecido y el constante paso del reloj parecía querer enloquecerlo.
El aire acondicionado continuaba encendido, y él, se mantenía en el mismo mueble desde hacía un par de horas. El olor metálico de la sangre llegaba hasta él, haciéndole saber que, a ese punto, seguramente, ya había lastimado su coronilla de haberla rascado con tanta insistencia.

Algo había dentro de su cabeza, subiendo, escalando, tirando. Durante un buen rato, meditó la idea de tomar un cuchillo de la cocina para poder abrirse el cráneo. Lo descartó cuando finalmente entendió que aquello sonaba tan estúpido, rió como idiota durante media hora cuando pensó en su persona desangrándose en el piso con un cuchillo a mitad de la cabeza.

Las palabras de Brenda pesaban en ese momento, su advertencia sonaba como un eco en su cabeza. Quizá, si reunía el valor suficiente, podría hacerlo él mismo. Quizá, en ese maldito armatoste había un arma, algo que no implicara clavarse un cuchillo en el pecho.
Se puso de pie casi de inmediato, atravesando la estancia hacia el pasillo que daba a la sala de mandos, aquella donde solo Jorge había estado. La abrió en menos de un segundo y examinó uno a uno los compartimientos de estos. Nada, vacío.
Quizá el cuchillo ya no sonaba como una mala idea. Deslizándose lentamente dentro de su propia locura, el rubio regresó sobre sus pasos, caminando una vez más hacia pequeña cocina del lugar.

Sus pasos se detuvieron de manera abrupta al segundo en que el sonido de la escotilla abriéndose, le hizo quedar pegado al piso. ¿Acaso no había funcionado el plan de entrar en Denver?
La idea de volver a ver Thomas le inundó en menos de un instante, haciendo de lado el pensamiento que había comenzado a tejer desde el fondo de su cabeza. La emoción inicial comenzó a desvanecerse cuando los pasos en el interior de la nave, correspondieron no a una persona, sino probablemente a una decena de ellas.
Newt se quedó de nuevo anclado al piso, escuchando las voces que se alzaban no muy lejos de él.

Está encendido.

Hay alguien aquí.

No era Thomas, no era Brenda, no era Minho. Apretó las manos en puños y retrocedió un par de pasos, deteniéndose al segundo exacto en que un hombre vestido de uniforme rojo, finalmente, apareció en su campo de visión. Los pardos analizaron al recién llegado en silencio, poco antes de que este alzara el arma que sostenía, apuntando en su dirección.

—Identifíquese —la única palabra que brotó de los labios del sujeto, logró que el rubio ladeara el rostro, que negara en consecuencia. ¿De qué servía? ¿Quiénes eran ellos?

Un hombre con el mismo uniforme apareció detrás del primero, este portaba un extraño aparato de metal que terminaba en una especie de boquilla. Newt se quedó quieto, examinando al recién llegado, alentado por la idea de que quizá, solo quizá, debía golpearlo y salir corriendo de ahí. El plan descabellado fue descartado cuando otro par de sujetos enfundados en rojo aparecieron en su campo de visión, apuntando sus armas contra él.

—Quieto —la instrucción fue clara, simple—, es un examen de rutina. Nadie suele quedarse en los Bergs fuera de la ciudad. Ahora, solo coloca nariz y boca aquí.

El hombre extendió el aparato en su dirección, logrando que el rubio volviese a mirarle en consecuencia, asintiendo con extrema suavidad. Dos segundos después, fue capaz de respirar a través de aquella cosa, escuchando como tras un momento, un extraño pitido le destrozó la audición, haciendo que los hombres se alejaran al instante.

—¡Está infectado!

El hombre con el aparato se alejó casi de inmediato. Newt le observó en silencio, sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo por moverse o alejarse. Tenía que pasar, tarde o temprano tenía que pasar. Apretó los labios en una fina línea poco antes de sonreír escaso, logrando que la atención de los ahí presentes se centrara en él.

Regresa a mí | Newtmas | Libro 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora