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Tokio.

La naturaleza del amor, la inyección de posesividad y pasión, la dulcificación de las inseguridades y temores. Un témpano y un volcán en erupción al colisionar forman una catástrofe impensada, devastadora. Eso eran, la más pura destrucción.


Demasiado romántico.

Fue su primer pensamiento al mirar su atuendo. Dio vueltas frente al espejo, buscando esa diminuta posibilidad de quedarse con aquel pincelado y moldeado vestido burdeo. Raquel volvió a girar e hizo una mueca y se tiró a la cama, ofuscada.

Por otro lado, más bien en la habitación contigua. Un Sergio demasiado seguro, se mostraba con audacia frente al espejo un perfecto smoking, digno de una película de Hollywood. Volvió a sonreír y se preguntó si a Raquel le gustaría.

La tranquilidad era casi una forma de vida para ambos amantes, sólo cambiaba el lugar.

Sin embargo, Palawan, era su hogar.

Pero cuando las infinidades del mundo son accesibles todo parece posible. Sergio y Raquel, amaban darse ese pequeño gusto, esa infinidad de mundo que sólo los hacía quererse con más fuerza.

Eran un matrimonio, muchos lo decían. Pero no hablaban mucho de eso, eran felices, sí, tenían su familia, evidentemente, se amaban, aquello ni siquiera se podía dudar ¿Qué más faltaba?.

— Qué guapo te ves — Raquel silbó desde el umbral de puerta. Sergio sonrió pero tan pronto como la vio quedó boquiabierto.

Raquel tenía esa manía de sorprenderlo. De dejarlo como una madeja enredada de hilo que solamente ella podía tirar y desenredar.

— ¿Qué tal? — movió el vestido de copa con soltura y giró sobre sí misma. Soltó una carcajada cuando sintió las manos de Sergio en su cintura y su boca en la nuca.

— Perfecta.

— ¿Está usted seguro de eso, señor Marquina? — Raquel volvió a girar y enredo sus manos a la altura del cuello de Sergio, quien aprisionó en sus brazos.

— Nunca he visto una mujer tan hermosa como usted, señorita Murillo — Sergio no aguanto la risa y se refugió en la curvatura de su cuello.

— Lamento informarle que usted no suele ver muchas mujeres, o ¿me equivoco? — Raquel tiro un poco más y beso una pequeña porción de piel de su cuello que se encontraba expuesta.

— No necesito mirar a nadie cuando te tengo cerca, porque eres lo único que quiero mirar — Sergio empujó y ambos cayeron sobre la cama, riéndose como dos adolescentes en su primera noche.

El aroma Italiano, las velas a la luz de la luna, las terrazas en enredadera. Aquello era la Ciudad de ensueño. Sergio Marquina suspiro mientras sostenía las mechas castañas de Raquel y se deleitó y bebió de su rostro, presentía que jamás se cansaría de esto.

— Se nos hace tarde, señorita Murillo — ambos se levantaron y Sergio le tendió su brazo.

— ¿Estás seguro de esto?

Ambos volvieron a mirarse. La expresión de uno era temor. No estaba preparado, y aunque haya ensayado muchísimas veces aquella hazaña, todo pareció decaer cuando la miró. Raquel sonrió y acarició su espalda, tratando de darle tranquilidad.

— Podemos practicarlo una vez más… — Raquel comenzó a decir.

— Debo parecer un idiota, lo hemos hecho muchas veces y aún no puedo aprenderlo, lo siento.

"𝕷𝖆 𝖚𝖓𝖎𝖈𝖆 𝕱𝖎𝖘𝖚𝖗𝖆"©(SERQUEL) «La Casa De Papel»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora