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Tokio.

Amar a una persona no se trata de lógica o de razón, y aunque el profesor buscara desesperadamente una razón lógica de su amor por la inspectora, decidió rendirse, porque no importaba si él no entendía sus sentimientos, llegaría ese día y Raquel estaría ahí, tomando su mano y mirándolo con ese amor tan irracional, pero tan real.

El dulce aroma de su cabello, la suavidad de sus manos, su sonrisa que iluminaba hasta los rincones más recónditos del mundo. Sergio movió su cabeza solo un poco, despegando su atención del grueso libro para mirar a Raquel, pero al notar su mirada ladeo el rostro y se sumergió en el párrafo que había estado leyendo muchas veces, sin poder concentrarse. Volvió a mirar a su amada solo que esta vez tiro el libro lejos de él.

— Raquel, puedo preguntarte algo — el ruido al chocar la yema de sus dedos en el grueso libro desconcertó un poco a Raquel, alzó la ceja.

— Claro, ¿Qué sucede, Sergio? — Raquel se mostró tranquila y sonrió en su interior al ver temblar al hombre que había transformado su vida, tal vez para mejor o peor, ella no leía el futuro, pero esperaba seguir aferrada y enamorada de aquel hombre de gafas.

—Hace un poco de frío tal vez debas colocarte una chaqueta — una risa escapó de la garganta de la mujer, aun así, tomo una chaqueta que yacía en el armario que ambos compartían, sus ropas tan juntas como sus corazones.

—¿Lo dices por el vestido? —Sergio mostro asombro y se levantó para quedar frente a frente mirando sus ojos color miel y como la tela roja se cernía perfectamente a su cuerpo, volviéndolo nervioso.

Ambos tan cerca, en la habitación que habían compartido por algo más de un año, la misma que era testigo de sus encuentros pasionales y el fluir de sus sentimientos, con la brisa y el ruido del mar golpeando las paredes y ventanas de esa habitación.

Sergio abrazo a Raquel, sin ningún motivo en particular, solo queriendo sentirla cerca, guardando para siempre su aroma, como un dulce recuerdo que atesoraria en tiempos difíciles.

— No tienes que ir... — Sergio alargó las palabras como un niño pequeño pidiendo su dulce favorito, rehusandose a dejar que Raquel escapara de sus brazos.

— Debo ir, Malai ha sido buena persona, ha cuidado de nuestra casa, de mamá y de Paula, no puedo simplemente decirle que no, Sergio no seas niño.

— Claro que puedes decir que no, mira tomas el celular, le marcas y le dices: Lo siento, pero no puedo ir porque mi novio me secuestró — Sergio volteó a Raquel de modo que ambos cayeron a la cama, él encima de ella, quien solo sonrió.

— ¿Qué te has tomado? — Sergio levantó una ceja y sin decir nada comenzó a besarle el cuello, raspillandolo con su barba descuidada — Sergio, basta — Raquel murmuró divertida, pero sin mucho ánimo de sacarlo de encima.

— Te puedes divertir tanto aquí conmigo, para que ir a una fiesta en la cual no conoces a nadie.

— El vestido de esta arrugado — Raquel esquivó el beso de Sergio, todavía riendo.

— Entonces, quitemoslo.

Con las manos en la cintura, bajando de a poco, Sergio logró encontrar el doblez del vestido y comenzó a subirlo lentamente, revelando la piel bronceada de Raquel. Del mismo modo, subió hasta la curvatura de su cuello, acariciandole el cabello en el proceso.

Pero Raquel no se quedó atrás, sin apuro logró desabonotarle la camisa de lino que traía puesta y pillandole de improvisto logró sentarse a horcajadas sobre el.

"𝕷𝖆 𝖚𝖓𝖎𝖈𝖆 𝕱𝖎𝖘𝖚𝖗𝖆"©(SERQUEL) «La Casa De Papel»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora