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Tokio.

La soledad había sido una gran compañera para el profesor, que siempre mantenía su mente ocupada.
Hasta que la conoció...

Palawan, Filipinas.
670 días antes de la hora cero.


La vida te da oportunidades, pequeños lapsos en donde puedes ser feliz, porque de eso se trata la vida, disfrutar los detalles, y aquello era justamente lo que estaba haciendo disfrutar.

Miradas, como si pudiéramos decirnos todo con solo mirarnos a los ojos. La distancia parecía casi inexistente cuando nuestros ojos se encontraban. No sabía en qué momento había ocurrido pero nuestras bocas estaban tan cerca que podía sentir nuestras respiraciones irregulares.

— Estás aquí — sonreiste con obviedad, que torpe me volvía cuando tus ojos me miraban.

— Efectivamente — volteaste la cara avergonzada, demasiado tierna — Le queda bien el blanco, profesor.

— Lo mismo digo, inspectora. Aunque usted, se ve espléndida con todo.

— ¿Esperaba a alguien? — espetó, seguí su mirada hacia las dos copas de vino, una más vacía que la otra.

— He estado esperando por un año — intente no sonar desesperado.

— Le importaría si yo ocupo el lugar de su acompañante — sonreí como nunca y sin resistirlo más, la besé.

La besé, claro que lo hice, tan suave y lento, tratando de perdurar el mayor tiempo posible este recuerdo en mi memoria, porque aún no estaba seguro de que esto fuera verdad, si tener a Raquel aquí junto a mi era real y no un estúpido sueño.

Mis manos por inercia se fundieron en su cabello, tan suave como lo recordaba. Me sentía en casa, si este era mi hogar no quería marcharme nunca. Las manos de Raquel se colaron en mi cuello y sentí como los vellos de mi nuca se dispararon, esa ya conocida sensación me encendió.

— Ya es tiempo de que nos dejemos de tratar de usted, ¿No lo cree, inspectora? — tus manos recorrieron mi cara, que cálido se sentía.

— Te he echado de menos, Sergio — al sentir tus manos en el dorso de mis ojos pude darme cuenta que estaba llorando, pero esta vez lo hacía de felicidad.

— También te he extrañado, Raquel, no sabes cuanto.

Permitirse ser débil estaba bien, si solo tú conocías esa parte de mí, es raro pretender ser fuerte cuando me veía reflejado en tus ojos, era estúpido intentarlo cuando tus labios me entregaban consuelo.

Palawan, Filipinas.
669 días antes de la hora cero.

El cabello de Raquel descansaba en mi pecho, llenandome con su dulce olor. Me sobresalte al sentir sus manos cálidas sobre las mías, y mire su rostro, desde mi perspectiva podía ver las pequeñas arrugas en el borde de sus ojos que se notaban aún más cuando sonreía.

Cuánto amaba estar así a tu lado, en silencio, llenandonos del otro.

Pero sabía que necesitabas respuestas, y estaba dispuesto a responder cada una de ellas. Como también sabía que necesitabas cerrar este ciclo entre profesor e inspectora, y ser solo nosotros, Sergio y Raquel.

— Puedes preguntarme lo que quieras Raquel — vi como te levantabas, dejándome vacío y con un miedo que trate de ocultar — Pero esta vez sin un detector de mentiras.

"𝕷𝖆 𝖚𝖓𝖎𝖈𝖆 𝕱𝖎𝖘𝖚𝖗𝖆"©(SERQUEL) «La Casa De Papel»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora