𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐅𝐎𝐔𝐑: 𝐈𝐍𝐕𝐈𝐂𝐓𝐀

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CW: Ninguna.




Los meses bien pudieron haberse vuelto años, pero no fue así. Tres meses se convirtieron en cuatro y, entre más tiempo pasaba, más joven Drácula se volvía. Renai lo notaba perfectamente, aunque fingiese total desconocimiento.

El cabello blanco, descuidado y largo como un río hasta los hombros, se tornó en saludables, gruesos mechones de cabello oscuro, bien corto y estilizado. Su figura no era precisamente musculosa y en extremo delgada, pero había cobrado una muy buena silueta. Parecía ser que eso era lo más que iba a rejuvenecer, luciendo de mediana edad en su más joven forma. La prominente curvatura de la espalda desapareció, ahora caminaba erguido y era sumamente alto, se movía sin tanto trabajo como antes, con la misma elegancia.

Además de genuina impresión por el cambio tan repentino que Drácula parecía desarrollar, Renai también luchaba con el amor que crecía en su ser. Uno que fue creciendo inesperadamente, que era explícito a pesar de lo mucho que intentaba ignorarle. El sentimiento le hacía sentir vulnerable. ¿Cuándo sucedió? ¿Por qué? ¿Qué se supone que debería hacer? Se encontraba sin rumbo nadando en un océano profundo y ya no pensaba con la cabeza, sino con el corazón y uno no podía mandar sobre el corazón. Esa era la peor de las tragedias.



*



Llegó una carta.

Repentina, trayendo consigo una posible amenaza que logró hacer que la sangre que la recorría se congelase en un segundo, cayendo casi de golpe desde su cabeza hasta los pies. Aquél sobre venía del convento en Targoviste, escrita por el puño y letra de la misma madre superiora, quien abusaba de su poder creyendo que un dolor y sufrimiento extremos eran la base para la redención divina. Podría ser cegada por su incondicional amor a Dios, pero no era ninguna tonta, cuando Renai le había contado su plan de viajar a Bucarest para terminar su libro, se lo prohibió terminantemente, cosa que sólo incentivó más su idea de escapar. Con esa información, la monja sabía exactamente a dónde iría una vez que finalmente dejase el convento, por ende, sabía a dónde escribir—. Quiere que vuelva lo antes posible o irá con las autoridades a decir que estoy retenida —comentó reservadamente en medio de lo que inició siendo una apacible cena.

Yo soy quien gobierna sobre todas las autoridades de Wallachia. No tiene ningún poder sobre ti —Drácula explicó, haciendo su mayor esfuerzo por no lucir desesperado, pero sus palabras sonaron un tanto severas—. A menos claro, que quieras... volver.

—No quiero —contestó de manera tajante.

—Eres libre de quedarte aquí el tiempo que desees, es tu decisión. Más, debo decir, que si deseas regresar, no deberías hacerlo por presión ajena. Ese convento fue tu hogar por muchos años —se veía comprensivo, empático incluso. Su mirada era suave, atenta.

Renai miró esos preciosos ojos oscuros, buscando una respuesta que parecía no encontrar o no ser suficiente—. Ese nunca fue un hogar —dijo en voz baja, tomando el papel entre sus delgados dedos y llevando el mismo hacia la llama de una de las velas al centro de la mesa. Dejó caer el objeto en proceso de combustión sobre un plato de porcelana vacío, observando cómo se volvía una masa sin forma, luego en cenizas negras y grises—. Me quiere de vuelta para venderme al mejor postor y usar el dinero para seguir manteniendo la iglesia, no- no tengo valor ahí, soy tratada como una mercancía, un objeto —sintió el peso de las cicatrices en su espalda y de los previos castigos a ese que aún colgaban onerosas en su alma, levantó la mirada, encontrándose con su anfitrión—. Mi verdadero y único deseo es quedarme aquí... por siempre —dio unos cuantos pasos hacia el otro extremo de la mesa, donde se encontraba el Conde y sus rodillas cedieron—. No puedo soportarlo más —tenía los ojos llenos de lágrimas desesperadas por salir—, nunca había sentido esta clase de amor, tan... cálido, tan natural. Estoy cansada de ignorarlo, estoy harta de voltear a otro lado con tal de no encarar la verdad. Este sentir sacude mi alma profundamente y tú... eres la causa.

—No puedes hacerte esto —Drácula colocó una fría mano sobre la mejilla de la chica, un pulgar rozó su pómulo, ella levantó la mirada—. Tu... tu presencia ha llenado este castillo como antes solía hacerlo la luz del sol, refrescante como el aroma de las flores que solían crecer en el jardín. Daría lo que fuese con tal de no dejarte ir —hizo una pausa, pasando saliva con dificultad—. Pero, debes saber, que un secreto me carcome día y noche desde tu llegada... todo este tiempo que hemos hablado sobre vampiros a detalle y jamás te diste cuenta que soy uno de ellos. Ren, tengo seiscientos años. Me he estado alimentando de tu sangre para rejuvenecerme. Sé todo lo que hay que saber sobre ti.

—Lo sé —susurró, encarándole y Drácula le miró con genuino asombro—, he sabido desde hace mucho tiempo... y te he amado a pesar de ello. Quizá creas que eres un monstruo pero jamás te he mirado con temor. Nunca he visto a la criatura oscura que dices ser, he visto al hombre que eres. No le temo a nada, me rehúso a irme, desprecio la idea de dejarte, ¿no lo entiendes? —Su voz sonaba como una súplica desesperada por su comprensión—. He cruzado-

Océanos de tiempo para encontrarte —la voz de Drácula subió por sus pulmones, bronquios y garganta, profunda y suave como si hubiese leído una profecía. Renai sintió que alguien había tomado su corazón, pero en lugar de arrancarlo fuera de su pecho, lo protegió entre sus manos como un ave herida. Lo único que más parecía anhelar en el mundo era estar envuelta dentro de los fuertes brazos del hombre frente suyo; las letras, las sílabas, los sonidos que parecían no ser formados por los músculos de su garganta, fueron entonados por alguien más: —Ahora lo veo, lamento que me haya tomado tanto darme cuenta... y te amo también. Siempre lo hice, siempre lo haré.

Renai jadeó, anonadada. Jamás había escuchado esas palabras viniendo de otra persona, jamás había sentido tanto amor dentro suyo y cuando lo hizo creyó que era su fin. Jadeó como si hubiese estado viviendo en la parte más profunda del océano, por fin nadando hasta la superficie para tomar una gran bocanada de aire fresco. Drácula tomó su rostro entre sus gélidas manos y la besó. El tipo de beso que nunca alcanzaría a describir con palabras porque quedaban sumamente cortas. El tipo de beso que le hizo darse cuenta que jamás había sido tan feliz en toda su existencia. Eterno y significativo, como la firma en un infinito contrato.



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𝐈𝐍𝐒𝐎𝐋𝐈𝐓𝐄 | 𝐁𝐁𝐂 𝐃𝐑𝐀𝐂𝐔𝐋𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora