-Barrabás, Barrabás...
El nombre, y la tétrica voz, se repetían, todas las noches.
Yo he señalado, en la segunda nota, que ése era el nombre del gato. Bien, esto puede ser cierto, pero también indiqué que el anciano seguía repitiendo ese nombre mucho tiempo después de la abrupta desaparición del felino, y también mucho tiempo después de la aparición de ese otro animal, aquel ser monstruoso que irrumpió salvajemente en la casa.
He propuesto algunas explicaciones para este hábito, que acaso sean verosímiles, pero la creciente manifestación del verdadero color del cuerpo del anciano me hizo pensar en una hipótesis aun más inquietante: que tal vez Barrabás no sea el nombre del gato, o que tal vez no sea solamente el nombre de ese gato.
¿A quién estaba invocando entonces?
Si el anciano estaba recubierto por una piel artificial que le otorgaba a su cuerpo un aspecto de humanidad, un elemento que perdía, además, cada cierto tiempo, su eficacia, y debía ser reemplazado, era lógico pensar que aquel hombre no pertenecía a nuestro planeta.
Su verdadera piel, en efecto, era verde, aunque eso no lo convertía en un extraterrestre. Podían existir otras maneras de explicar esta coloración.
¿Pero cómo se explica que, a veces, se desplazara sin caminar? Yo había notado, en varias ocasiones, una distancia entre sus pies y el suelo, y muchos saben que existen razas extraterrestres capaces de controlar mentalmente sus cuerpos de tal manera que pueden levitar. Y también se sabía, por lo menos en el laboratorio en el que yo residí durante cierto tiempo, en el golfo de México, que estos seres se caracterizaban, también, por tener en la piel una coloración verdosa. Los ingenieros del laboratorio solían mencionarlos con cierto recelo, y sospechaban que muchas de estas criaturas estaban en nuestro planeta, camufladas, disfrazadas de seres humanos, con un propósito bastante inquietante, que tenía alguna relación con ese mismo laboratorio, con ese mismo agente infeccioso que estaba siendo modificado y perfeccionado en ese mismo lugar.