Nota del autor (8)

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No sé si ese monstruo era Barrabás. Pero evidentemente no lo era para el anciano, ya que, luego de este incidente, el anciano siguió merodeando por la casa, todos los días, y llamando a su mascota. Tampoco puedo afirmar si esto lo hacía con la esperanza de volver a ver a su gato, o porque, de alguna manera, lo estaba viendo o lo había visto en algún momento del día.

En cuanto a la monstruosa bestia que apareció en la casa de repente, simplemente desapareció, sin causarle un gran daño al anciano. Recorrió la casa, rompió muchos objetos y arrancó pedazos de la pared, pero luego se fue, atrapada, acaso, en ese mismo torbellino de ira y confusión que la había arrastrado sin ningún motivo hacia la casa, y que luego la llevó, también sin ningún motivo claro, hacia cualquier otro lugar.

Hechos como éste empezaron a ser frecuentes luego de aquel 31 de marzo, en el vecindario, incluso en la ciudad y en gran parte de este país.

La radio y la televisión mencionaban, continuamente, estos hechos, pero el anciano parecía ajeno a lo que estaba ocurriendo a su alrededor, mientras merodeaba por la casa y musitaba, tétricamente, el nombre de su mascota.

Pero allá afuera, todo empezaba a convulsionarse. A veces yo divisaba, a través del ventanal, lejanos resplandores de algún incendio, o escuchaba disparos y diversos estruendos que estremecían la noche, y a veces también el día.

Confusas y terribles señales de algo que se había desencadenado en todo el mundo y que perseguiría a la humanidad, acaso por el resto de su existencia.


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