La caja comenzó a moverse con violencia. Yo estaba dentro de ella y podía oír la voz del anciano, que frecuentemente se mezclaba con la voz de otro hombre y con el ruido del motor de un auto. Luego, ese movimiento intenso se aligeró y empecé a experimentar una sensación de lento traslado, hasta que de repente la caja dejó de temblar por completo.
Esperé allí, en el fondo de ese cuadrado de cartón. Luego comencé a trepar, tímidamente, esa pila de ropa y me quedé allí, cerca de las tapas de la caja, hasta que me atreví a empujarlas y salir al exterior.
La caja, al igual que las otras, había sido colocada en una habitación, en la cual había dos camillas, un mueble y un televisor. También había una pequeña mesa de metal al lado de cada una de las camillas.
Escuché unos pasos. Salté al suelo de la habitación y corrí hacia la puerta de entrada, que alguien estaba empujando. Salí de la habitación, hacia un pasillo. El anciano, y otro hombre, estaban ingresando en la habitación.
El pasillo estaba repleto de enfermeros y oficiales de policía. En uno de los extremos, sus cuerpos, y los diversos colores de sus uniformes, formaban una variopinta barrera. Se escuchaban voces, corridas. El sanatorio había sido dividido en dos partes: en una de ellas, se continuaría atendiendo a los pacientes habituales o a los que ingresen al instituto con alguna patología que se pudiera considerar "normal". En la otra sección, se agruparían otros pacientes, los cuales padecían un mismo mal, que era completamente diferente a todas las enfermedades conocidas. Al menos, eso es lo que pude inferir de las confusas conversaciones que llegaban a mis oídos.
-Ojalá podamos trasladarla mañana- le dijo el hombre al anciano-. Mañana van a comenzar a llegar, y sería mejor que ella continuara su convalecencia en otro lugar.
El anciano no dijo nada. No sé a quiénes se refería, quiénes comenzarían a llegar y a ocupar esa otra parte del hospital, a la que sólo podían ingresar determinados pacientes, y determinadas personas con determinados permisos...
Voces, corridas en los pasillos. Silencio... El hospital escindido, la policía y los guardias del Instituto formando barreras en diversos sectores. El miedo y la incertidumbre en el rostro de quienes merodeaban por esas regiones férreamente delimitadas. De pronto me encontré perdido en esa especie de caos que solamente puede ser provocado por el estricto cumplimiento de un orden.
