Nota del autor (14)

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A principios del año 2021, casi todos los institutos de la ciudad, especialmente los que estaban relacionados con la medicina, fueron divididos en sectores. Esa división podía notarse también en las calles: en los bares, plazas, vehículos de la ciudad.La idea era mantener una distancia entre la población que todavía no había sido afectada por la nueva enfermedad, y la que había caído en esa desgracia.

La televisión, la radio, la gente, continuamente hablaban de esta enfermedad, pero nadie sabía exactamente qué era. Algunos la llamaban virus, otros bacteria. Lo poco que yo pude saber acerca de ella lo he descubierto a través de las conversaciones entre el anciano y ese otro hombre alto y canoso que continuamente lo acompañaba, y con los cuales yo me cruzaba ocasionalmente en ese sistema de pasillos y escaleras que se entrecruzaban infinitamente, y donde yo correteaba, completamente desorientado, angustiado, buscando una salida entre los pies de los médicos y las enfermeras que gritaban al verme. Una salida física, pero también mental : mi mente necesitaba salir de la oscuridad y llegar a una respuesta. Pero afuera de ella todo era igualmente oscuro y confuso.Ni siquiera los especialistas, los hombres más sabios de la ciudad, del país, podían explicar qué estaba ocurriendo.

No sé si ese doctor, el hombre alto y canoso, sabía que el anciano era un "infiltrado". Lo único cierto, para mí, era que aquello que se había desatado en el mundo estaba íntimamente relacionado con el ser humano, con su tecnología y su ciencia, y que solamente podía ser aplacado, o detenido, por algo exterior a él: por una forma de inteligencia, de vida, ajena al planeta Tierra y al decurso catastrófico de la especie humana.

Solamente ellos, los seres de otras galaxias, los "infiltrados" que acaso ya empezaban a instalarse en nuestro planeta, podrían, tal vez, detenerlo.

Sí, tal vez, ellos podrían hacerlo.


Barrabás, Barrabás...


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