Nota del autor (12)

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Noviembre del año 2020.

Más exactamente, 14 de noviembre del año 2020.

El teléfono retumbó en el penumbroso rincón del living.

Escuché la voz del anciano, murmurando en la oscuridad.

Escuché el nombre de Daysi.

No me resultó muy difícil saber lo que estaba ocurriendo: alguien había llamado esa noche desde el Instituto para decirle al anciano que podía visitar a Daysi, si así lo quisiera.

Luego, escuché los pasos del anciano, que merodeaban por diferentes lugares de la casa. Estaba colocando una serie de cajas de cartón en la cocina. Yo aproveché el hecho de que su atención se estuviera concentrando en esta actividad trivial y salí, como todos los días, a buscar mi alimento, pero entonces el anciano, que estaba guardando ropa en una de esas cajas, me vio.

Por primera vez en toda su vida, el anciano me vio.

-¡Rata inmunda!- gritó.

Corrí, corrí como pude. Trepé por la alacena, mientra el anciano esgrimía una escoba, y luego salté hacia el bote de la basura, intentando escapar en esa dirección, pero la escoba, que el anciano había arrojado en dos ocasiones contra mí, golpeó el bote de la basura en cuya cúspide yo me encontraba. El bote tembló horriblemente debajo de mis patas. No pude mantener el equilibrio. Caí, dentro de una de esas cajas en las que el anciano estaba guardando ropa y me mantuve allí, quieto, en el oscuro fondo, debajo de una pila de camisetas, hasta que las tapas de la caja, como si fueran las tapas de un sepulcro, se cerraron sobre mí y la oscuridad, que hasta entonces había sido leve y parcial, se volvió absoluta y me envolvió completamente.

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