Capítulo 1

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Viajar a Colombia no era parte de sus planes, pero su papá decidió que un viaje de negocios era lo mejor. Olvidar lo sucedido en su país era difícil; la muerte de su madre y su hermana los había marcado de por vida. El país era muy bello y el clima, ni se diga, muy agradable. Sin embargo, lo único bueno que le había sucedido en ese desconocido país fue conocerla a ella, a su estrellita, como la venía nombrando en su mente desde aquel día que la vio.

Su cuerpo delgado, su rostro pálido y demacrado, le llamaban la atención. La veía venir despacio, parecía un gatito asustado, como si todo a su alrededor la atemorizara. Ella cursaba dos años menos que él; en ese entonces parecía tener 12 o 13 años. La observaba casi todo el tiempo libre; era lo que más le gustaba hacer. Esa chica callada y asustadiza se estaba metiendo en sus entrañas, empezaba a gustarle, incluso su forma de comer. Pero nunca imaginó que vivían en la misma cuadra, hasta aquel día.

—¿Esperas a alguien? —preguntó él sin dejar de verla.

—Uh, sí, espero a mi chófer —dijo ella tan despacio que le costó escucharla.

—Pero llevas rato aquí, si gustas puedo llevarte —ella negó bajando la cabeza—. No te haré daño, estamos en la misma escuela, y siempre te veo entrar y tú igual —le dijo observándola, notando sus hermosos ojos de un azul cielo.

—Bueno, tienes razón, tampoco dije lo contrario —espetó ella, poniendo un mechón de su cabello detrás de su oreja, con el rostro sonrojado.

—Entonces, ¿qué tal si te llevo en mi motocicleta? Me das tu dirección y te dejo en tu casa. Juro que no te haré nada.

—¿Por qué deseas llevarme?

Dios, pensó él, quién entiende a las mujeres. Bueno, debo entenderla; ella no me conoce o sí, solo que nunca hemos platicado.

—Llevas más de dos horas aquí —le dijo, y ella lo miró sin creerlo. En serio que ella es muy especial, pensó él, observando el reloj que colgaba en su mano derecha.

—Oh Dios mío, no me di cuenta, tal vez no vendrá por mí —asintió él, sonriendo. Al salir no podía dejar de verla ahí de pie; cada vez que él salía, ella estaba subiendo a su auto o ya no estaba, pero hoy, cuando salió, solo quiso mirarla desde el parque y la vio desesperada, con ganas de irse. Sin embargo, su chofer se atrasó, ya casi no había nadie en la escuela. Papá lo llamó varias veces, pero le mintió diciendo que estaba haciendo unas tareas. Era una mentira piadosa con tal de ver a la chica que le quitaba el sueño.

—Entonces, anda, sube; tus padres se preocuparán —ella sonrió, y fue lo más bello que él pudo ver ese día. Se sujetó de su cintura con miedo, él la animó y le pasó su casco, luego arrancó, saliendo del parqueo del colegio.

Lo que más le sorprendió fue saber que ella vivía a dos cuadras de su casa. Ella era la hija de don Carlos Holfama, el socio de su papá. Se llevó una gran sorpresa; quién diría que la chica que le gustaba vivía tan cerca de él, y lo mejor de todo fue saber que su padre y el de ella eran muy buenos amigos. Así fue como se hicieron amigos. Él supo que la madre de ella no le prestaba atención; su papá pasaba más tiempo en viajes de negocios que en casa. Ella vivía una vida monótona, aburrida y encerrada. Desde aquel momento, él decidió que la enamoraría, que la haría sentirse bien y que le quitaría la idea de la cabeza de ser una buena para nada, como su madre sin escrúpulos le había hecho sentir. Desde entonces, Luzclarisa sonreía más y salía más. Su padre le dio la confianza de poder hablar con ella y sacarla de su encierro. Al parecer, don Carlos no tenía idea del mal trato que su hija recibía a manos de su propia madre.

Pasaron unos meses cuando él le confesó su amor. Estaban en el parque de la residencial comiendo helado cuando observó sus pequeños labios rosados llenarse de chocolate. Se acercó y la besó despacio. Clarisa, sorprendida, se levantó de la banca dispuesta a irse; sin embargo, él la detuvo y, sin poder contenerse, la volvió a besar. Fue lo más magnífico que jamás había probado; bueno, en su país había besado a una chica, pero nada era comparado con este beso y lo mejor es que ella era su primer amor.

—¿Por qué lo hiciste? —musitó nerviosa. Él elevó su barbilla y, sonriendo, le dijo:

—Porque estoy enamorado de ti, Lucecita. —Ella, sorprendida, quiso alejarse de nuevo—. No sé cuándo fue, quizás desde que te conocí, pero estás aquí —replicó, tocando su corazón— y no te puedo sacar de ahí... ¿entiendes?

—Yo también estoy enamorada de ti, Alessandro. —Sin poder contenerse más, la besó. Ambos sonrieron en medio del beso; ese día fue inolvidable para ambos.

Aquel día le pidió que fuera su novia y ella aceptó sin dudar. Habló con su padre y luego fue a hablar con don Carlos, quien aceptó sin chistar.

Desde entonces han transcurrido tres años y verla convertida en toda una señorita le hace sentir el hombre más afortunado. Ella es bella en todos los sentidos. Hoy es su fiesta de graduación y él quiere pedir su mano. Ya lleva dos años de su carrera como médico y ella desea estudiar lo mismo. Ahora que ha terminado la escuela, desea irse a vivir con él a Medellín para empezar su carrera. Dejó de lado sus pensamientos para concentrarse en su novia.

Ella apareció junto a su padre, su mirada se dirigió a la de él y, sin poder contenerse más, se acercó y la abrazó como solía hacerlo cuando la veía.

—Estás muy bonita, mi Lucecita.

—Tú estás guapo, mi Aless.

Su padre se acercó y la saludó, seguido por su odiosa suegra, con su hipocresía latente. A él le alegraba saber que su chica se iría pronto de su lado y sabía que a ella también le agradaba la idea. No entendía por qué no la quería si era su única hija, y eran tan parecidas. Diría que se parecía más a su madre que a don Carlos. Pero en fin, no todos tienen el privilegio del amor de una madre. Él tuvo a la suya; su madre los amó mucho, pero se tuvo que ir. Dejó sus pensamientos al oír a su suegra decirle algo.

—Espero que la puedas soportar por mucho tiempo, tienes suerte de haberla encontrado —replicó, escupiendo su veneno.

—No necesito ese consejo, señora. Amo a su hija como usted no tiene idea, o quizás sí, por esa razón cree que me cansaré. Eso jamás. Usted no supo darle amor de madre, pero ella tendrá el amor de un hombre y bien merecido —dijo él, ahora escupiendo un poco de veneno. Ella se notaba molesta, sin embargo, se tragó sus palabras al ver llegar a más invitados. Dudaba que quisiera montar un espectáculo.

Se acercó a su novia; ella lo recibió sonriente. Caminaron saludando a todos los invitados, unos cuantos de sus compañeros. Su padre lo observaba y sonreía. Sabía que era el momento exacto de pedirle a su Lucecita que fuera su futura esposa. Algo nervioso, se acercó a uno de los meseros, tomó una copa de vino y con una cuchara llamó la atención de todos los presentes.

—¿Qué sucede, Aless? —preguntó su novia intrigada.

—Tranquila, mi amor —susurró, besando su mejilla. Cuando tuvo la atención de todos, decidió hablar nuevamente—. Buenas noches a todos. Sé que en estos momentos estamos celebrando la graduación de mi novia, pero me estoy robando un poco de espacio para pedirle algo a Luz aquí, enfrente de todos ustedes presentes.

Ahora Clarisa lo observaba más que sorprendida, al igual que sus padres.

—Clarisa, quisiera pedirte que te cases conmigo. —No logró ver su cara de sorpresa ya que se puso de rodillas y sacó una cajita de color negro. La abrió y sacó el contenido—. Quiero que estés conmigo toda la vida. Sé que por ahora no será ese momento, pero deseo estar más que comprometido contigo.

Todos estaban en silencio; no se dispuso a ver la cara de sus suegros y no le importaba saberlo.

—Yo, acepto... —susurró ella, sonrojada. Él le puso el anillo en su dedo anular, que encajó perfecto. Se acercó y besó sus dulces labios como a ella le gustaba.

Los aplausos y gritos retumbaban en sus oídos. Se separaron. Su suegro lo saludó y luego a su hija, igual que su padre, y después su odiosa suegra.

—Espero que puedas esperar a tu prometida en estos años de universidad. Sé que se aman y les deseo lo mejor —su hipocresía le provocaba náusea.

—Así será —dijo él, alejándose de ella para saludar a sus compañeros de universidad, que estaban más que felices por él. La observó dirigirse a su novia; ya cerca, la abrazó y ni idea de lo que le dijo. Esperaba que no fuera algo que la molestara porque esta vez le diría a don Carlos. No pensaba soportar ver a su estrellita llorar, no esta vez. Ahora la defendería a como diera lugar.

Solo, Eres Tú (NUEVA VERSIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora