Capítulo 14

160 17 1
                                    

Alessandro se sentía desorbitado en todo ese mes sin ella; nada le importaba más que tener a su mujer y a su bebé sanos y salvos. Clarisa y George le pedían que tuviera paciencia; supongo que ellos nunca habían pasado por lo que su estrella y él estaban viviendo. Estaba harto de todo y necesitaba tenerla a su lado. Rogaba a Dios que no lo abandonara, ya que jamás habían hecho daño a nadie, aunque no sabía si sus padres habían cometido errores por los cuales él tenía que pagar.

Caminaba de un lado a otro buscando dónde encontrarla. Tenía la esperanza del anillo, pero resultaba que había dejado el botón apagado y ella no lo había encendido. Entonces, era posible que nunca diera con ella.

—Claro que daré con ella. Tengo que tener fe y esperanza. No me daré por vencido tan fácilmente, no y no —se repetía.

Llegó al muelle donde todo había sucedido. Se sentó en la orilla para tomar aire fresco; apenas eran las dos de la tarde. Carla y otros agentes lo habían ayudado mucho y él estaba realmente agradecido. La miró de reojo cuando ella se sentó a su lado con dos bolsas. Le pasó una que contenía un emparedado de queso, luego sacó el suyo y empezó a comerlo.

—¿Crees que ella esté bien? —le preguntó Carla mirando fijamente hacia el mar.

Él asintió y dijo:

—Sí... no sé cómo, pero creo que sí. Puede que haya pasado un mes, pero tengo la certeza de que mi lucecita está bien. Ya no voy a ser negativo; algo dentro de mí me lo dice —sonrió y suspiró—. No pienso pensar cosas que no son. Pronto la tendré entre mis brazos, le diré cuánto la amo, y saldremos de este país que tanto dolor nos ha provocado.

—Dicen que el Jaque tiene comprada a casi toda el pais. Los de la federal no tienen pruebas de que sea un narco y no dan con él. Imagínate, llevamos todo este mes buscándolo, es como si la tierra se lo hubiera tragado.

Maldito, desde hace un mes se cuestionaba cuál fue el motivo de llevarse a Clarisa ¿Por qué?

—Bien, debemos irnos. No pienso malgastar mi tiempo sentado; debemos seguir buscando. Creo que en Santa Marta no hay nada. ¿Crees que si vamos a Medellín...?

—Creo que ese tipo está más cerca de lo que suponemos. Varios de nuestros hombres han visto a sus guaruras en los mejores bares de Cartagena. No sería bueno ir hasta allá. Es mejor quedarnos aquí, Alessandro.

Asintió levantándose del suelo de concreto. Miró una vez más al horizonte. Su sonrisa estaba intacta, pero sus lágrimas también, y eso era lo que más le dolía. Soñaba que ella se encontraba llorando en una esquina de un lugar oscuro. A su muñeca no le agradaba la oscuridad; nunca supo por qué. Llegó la noche y él no podía dormir. Cada vez que lo intentaba, pensaba en ella. Se levantaba de la cama como un resorte al oír un fuerte estruendo proveniente del cielo. La lluvia caía acompañada de rayos.

Su madre y hermana murieron en un día lluvioso. Cada vez que llovía y relampagueaba, ese recuerdo volvía a él. La única que lo calmaba era su estrella, y en esos momentos la necesitaba tanto a su lado. Las lágrimas resbalaron por su mejilla. Bajó la cabeza sobre uno de sus brazos y lloró amargamente.

—Estrella, te necesito como el aire para respirar. Sin ti, todo está mal; nada tiene sentido. Viviría en total oscuridad. Solo tú eres la que iluminaba mis días desde que te conocí. Mi mundo gira a tu alrededor; si no estás tú, ya nada me interesa —lloró como un niño pequeño, pensando en ella, en su rostro y en cada cosa que decía con paciencia o hacía. Cada día que pasaba sin sentirla a su lado era un dolor dentro de su alma. Muchos dirían que los hombres no lloran, pero él decía que sí, y lo hacía por su novia, su amiga, su mujer. Clarisa era eso para él: su mujer.

La mañana llegó con melancolía para Alessandro. No había logrado pegar un ojo por la lluvia y los relámpagos resonantes de la madrugada. Decidido a ir nuevamente a las autoridades a preguntar si tenían alguna pista de su estrella, se vistió con un jean rasgado, una remera negra y sus tenis desgastados. Desayunó un poco, como solía hacerlo desde que la habían alejado de su lado. Sin embargo, a menudo arrojaba la comida, por lo que ingería poco; al menos el achaque del embarazo de su muñeca lo acompañaba.

Al salir de la cocina del departamento de George, oyó unas risas provenientes de la pequeña sala. Al ver que se trataba de Carla y George besándose, sonrió alegre por ellos y luego salió del departamento sin hacer ruido. Caminó por el parque Central de Cartagena, mirando a las palomas encima de las estatuas picoteando no sabía qué cosa. Los niños caminaban de la mano con sus padres, algunos otros trotando de un lado a otro. Suspiró mirando hacia el cielo azul y resplandeciente. Algo muy dentro de él le decía que pronto vería a su lucecita. Caminó alrededor de las bancas con pasos lentos.

—¡Aless! —Una voz conocida y angelical lo hizo detenerse en seco, con el corazón bombeando. Giró bruscamente, sabiendo perfectamente de quién se trataba.—Mi amor, te extrañé mucho —dijo ella con las manos en su vientre. Rápidamente, él se frotó los ojos para comprobar que era ella. Corrió como un loco desatado. Al llegar, la abrazó con fuerza. Su lucecita sollozaba y le decía que lo había extrañado mucho. Siguió apretándola contra su cuerpo.

Mierda, esto no es un sueño, es la jodida realidad. Oh, padre celestial, gracias. Mil gracias por ser tan bueno y bondadoso, gracias por devolverme a la persona que ilumina mis días. Se separó unos centímetros de su cuerpo, la inspeccionó de pies a cabeza, tocó su vientre y juntó sus frentes. La miró fijamente y bajó su boca hasta sus pequeños y rosados labios que tanto había extrañado en este mes.

—¿Amor, realmente eres real, mi estrella? ¿Cierto? —preguntó, aún sin creerlo. Dios, si esto es un sueño, deseo nunca despertar.

—Soy yo, tu lucecita, tu estrella, como desees llamarme. Te amo, mi amor.

—Dios es grande. Escuchó mis súplicas, ahora te tengo conmigo. Eres mía y te esposaré para que nadie te aleje de mí. Mi amor, esta vez me volveré muy cuidadoso contigo. Te amo tanto; sin ti, la vida no tiene sentido —le dijo convencido de sus palabras. Ya no permitiría que les siguieran haciendo la vida de sufrimientos.

Su estrellita asintió, abrazándolo y hundiendo su rostro en el hueco de su cuello. Él aspiró su aroma natural.

—Clarisa ¿cómo lograste escapar? Dime —su novia puso un dedo en sus labios y miró a los lados, nerviosa pero con una pequeña sonrisa en su rostro. No entendía a qué se debía eso; se veía más delgada, pero lucía diferente. Solo esperaba que no le hubieran hecho daño.

—Vámonos, Aless. Todo está bien —murmuró y lo besó. Tomó su mano y caminaron por el parque.

—Debes estar cansada o algo parecido. Debemos irnos donde Carla.

Ella negó, mirándolo directamente a los ojos. Pasaron los segundos y ella no decía nada. Rápidamente, él se tensó. No quería sacar conclusiones erróneas respecto a lo que había pasado en este mes con esas personas.

—Quiero que olvidemos todo esto y hagamos nuestra vida fuera de este país —dijo ella, posando sus dos manos en su mejilla y acariciándola. Él Bajó la cabeza y él aún no comprendía nada, Alessandro aunque estaba más que feliz porque al fin estaba con ella, esos debían pagar lo que habían hecho.

—¿Dime qué pasa? ¿Qué sucede? Me pones nervioso —inquirió con preocupación.

—Aless, ese hombre llamado Jaque es mi verdadero padre —murmuró su chica, con la mirada fija en él. Sus lágrimas salieron de sus ojos, humedeciendo su mejilla. Mientras tanto, él estaba sorprendido, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas.

—¡¿Tu padre?! —exclamó, incrédulo.

Solo, Eres Tú (NUEVA VERSIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora