Día 11. Historical romance

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Shouto pertenecía a una buena familia de samuráis, al contrario que muchos, él no tenía que preocuparse por nada. Siendo el menor de cuatro hermanos, no tenía acceso a la herencia, por lo que sus responsabilidades eran considerablemente menores que las de Touya. Era cierto que no contaba con tantas oportunidades como Natsuo, puesto que no poseía ni su dominio de la espada ni sus conocimientos de medicina, pero al menos tenía más que Fuyumi, quien, por el mero hecho de ser mujer, solo podría casarse o convertirse en sirvienta de alguno de los señores de su padre. Shouto, por suerte, era muy hermoso, quizá el más hermoso de sus hermanos, y el hecho de que Enji hubiese dedicado más esfuerzo en enseñarle a manejar el arco antes que la espada, demostraba que pretendía sacar el máximo provecho de su belleza y elegancia incluso en la guerra. La lucha cuerpo a cuerpo no era bella después de todo, pero el arco sí. Por ello, quedaba bastante claro que Enji había preparado dos posibles caminos para él: la guerra o un matrimonio provechoso con alguna doncella de padres pudientes. Shouto no solía darle especial importancia, y se limitaba a vivir sus días con tranquilidad, siendo agradecido por lo que tenía, sabiendo que más allá de los lujosos muros de su mansión existía un mundo lleno de pobreza, hambre y desesperación. Él no tenía que luchar por mantenerse con vida, ir a la guerra o verse atrapado en un matrimonio concertado eran sacrificios que haría gustoso a cambio de continuar de ese modo.

Una tarde, sin embargo, cuando sus hermanos y él regresaban de una sesión de caza en el bosque, unos ladrones los asaltaron y sus días de calma llegaron a su fin. Hirieron a la yegua que montaba Shouto, que cayó al suelo, y fue atrapado por ellos. Algunos continuaron persiguiendo a Touya y Natsuo, quienes no habían reparado en que su hermano menor había sido capturado a causa del revuelo. Uno de los hombres, que desprendía un desagradable olor a pescado podrido, se acercó al chico y le agarró por el mentón para observarlo mejor. Al parecer, habían estado buscándolos para pedir una recompensa a su padre, quien no podría negarse, aunque fuese tan solo con tal de mantener su honor intacto. Sin honor, sus pactos de servidumbre con los grandes señores feudales se romperían, lo que conllevaría el final de su riqueza. Enji era un hombre avaricioso, jamás cometería el error de no pagar. Shouto quería defenderse, pero sin su arco, no había forma para él. Entonces, de repente, algo ocurrió. Un cuchillo apareció volando y se clavó en un árbol, a apenas unos centímetros de la cabeza de uno de los asaltantes.

  -Bastardos, pedazos de mierda, ¿quién cojones os creéis que sois para armar semejante escándalo mientras entreno?

La voz pertenecía a un muchacho de cabellos rubios. No parecía ser mucho más mayor que Shouto, aunque su cuerpo estaba mucho más tonificado. Tenía cicatrices por los brazos, y también por el pecho, el cual podía verse porque solo llevaba puesta la mitad del harapiento kimono. Sus manos estaban llenas de suciedad, igual que su rostro, con una mueca de hastío que haría estremecer al más valiente de los soldados de Nobunaga. Del obi de su kimono caía una bolsa de la que sobresalían algunos cuchillos, y portaba consigo una katana de aspecto demacrado que no tenía pinta de hacer muy bien su trabajo.

  -Soltad a ese chico, bastardos. -Los ladrones rieron-. Vosotros lo habéis querido.

En un abrir y cerrar de ojos, el recién llegado había derrotado a todos los ladrones, y había liberado a Shouto, que se sentía fascinado por su rescatador. Nunca había visto a alguien pelear de esa manera, mezclando tantos estilos diferentes tan caóticamente pero con resultados tan satisfactorios. Era un prodigio. Si hubiera nacido en el seno de una familia adinerada, seguro que formaría parte de los hombres cercanos a Nobunaga y que le ayudaban a vencer batalla tras batalla. No obstante, era pobre, lo más probable era que se hubiese visto obligado a aprender a luchar de esa forma para sobrevivir en las calles. Era todo lo contrario a Shouto, él era fuerte de verdad. De pronto, sintió como si toda su vida, todo lo que su padre había planeado para él, fuera una gran y vil mentira, y un profundo arrepentimiento creció en su pecho. Agarró al muchacho rubio por la manga de su traje, dispuesto a conocer ese mundo al que no pertenecía, y preguntó:

  -¿Cuál es tu nombre?

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