—¡Despierta! —me gritan en el odio, haciendo que de un respingón en la cama.
—¿Qué coño te pasa? —digo malhumorado.
—La chica ya está aquí, y no te gustaría que te viera con estas pintas, créeme.
Nick sale de la habitación y cierra la puerta.
¿La chica? ¿Se supone que tiene que ser una chica? Sinceramente no tengo tiempo para vestirme de manera decente, así que cojo lo primero que veo y me lo pongo sin pensármelo dos veces. No me importa si esa chica tiene que esperar, pero si tiene que cuidar de mi durante tres semanas es mejor no hacerla enfadar. Si las chicas se enfadan pueden llegar a ser muy estresantes.
Salgo fuera de la habitación en la silla de ruedas, encontrándomela en la puerta.
La miro de arriba abajo, y ella parece hacer lo mismo conmigo. Pensaba que iba a ser una persona mayor, suelen ser las que tienen más experiencia en estas cosas, no una cría que parece tener mi edad.
Tiene el pelo rubio recogido en una coleta que le llega larga hasta la mitad de su espalda. Sus ojos azules están cubiertos por unas gafas de pasta negras, y me miran con una expresión de resentimiento.
—Buenos días —dice cortante.
—¿Quién eres tú? —pregunto sacudiendo la cabeza.
—Se supone que estabas avisado... soy la que te va a cuidar durante estas semanas.
—No me refiero a eso. Quiero decir, ¿cómo te llamas?
—Sam.
—¿Ese no es nombre de chico?
—También sirve para chica. Viene de Samantha, por si te interesa —dice firme.
—Eh, mejor baja esos humos. En esta casa mando yo por si no te habías dado cuenta —le aviso.
Esta chica no es exactamente lo que esperaba, y tengo la sensación de que no es la alegría en persona. No tiene pinta de ser una chica de las que se quedan calladas, y justamente eso es lo que necesito ahora mismo. No quiero estrés en mi vida, más del que me creo a mí mismo con mi desastre.
—Mi deber aquí es cuidarte, y si no me dejas no sé cómo quieres que haga mi trabajo.
—Pero, ¿cuántos años tienes? —me burlo—. Porque pareces una cría con esas gafas.
—No te interesa, y las gafas es un regalo de mis padres.
Niego con la cabeza y me empiezo a reír. Esta chica no tiene ni idea por lo que han tenido que pasar algunas personas como yo. Solo se preocupa de lo que le han regalado sus padres.
—Bueno, pues si tu trabajo es cuidarme quiero que me hagas el desayuno. No puedo bajar las escaleras yo solo, así que ayúdame y hazme el desayuno.
Resopla y pone los ojos en blanco.
—Lo que una tiene que aguantar —susurra para sí misma.
—¿Qué quieres de desayunar? —pregunta desde la cocina.
Si esta chica va a tener que vivir conmigo durante tres semanas va a tener que atenerse a las consecuencias.
—Avena con leche y plátano. Un zumo de naranja recién exprimida y huevos revueltos no muy hechos.
Samantha me mira con los ojos como platos. No me extraña, pero si quiero mantener mi físico más vale que coma bien y siga la dieta que he llevado hasta ahora.
Cuando vuelva a las peleas me va a costar horrores ponerme al día, así que más vale que me recupere pronto si quiero seguir en ese mundo. Y ahora lo necesito más que nunca. El estrés, emociones... tengo que sacármelo de encima de la única manera posible: a puñetazos.